El 7 de abril entró en la cárcel Lula da Silva. Sindicalista, luego político, hasta llegar a presidente de Brasil entre 2003 y 2010. Formó parte de los referentes del socialismo del siglo XXI, período en que la burguesía en Latinoamérica se benefició del aumento de la intensidad de la explotación, el narcotráfico y la devastación de la tierra. Y, por otra parte, de represión vía palo e institucionalización de los movimientos sociales más combativos.
Desde sectores del progresismo y la izquierda se hizo un llamado a defender, sino a Lula, al menos a la democracia. En tiempos de represión y cárceles abarrotadas, los presos de la clase dominante se erigen como los presos dominantes. Se nos dice que si van contra esos “referentes” de peso luego irán más fácilmente contra todos nosotros. Lo que tenemos que entender de una vez por todas es que nuestra debilidad no está en tener menos progresistas en el gobierno ni más progresistas en la cárcel, sino en seguir depositando en ellos algún tipo de esperanza.
Es ya moneda corriente en Latinoamérica que los cambios de gobierno, vía elecciones o no, se produzcan bajo el argumento de la corrupción, lo que permite efectuar los cambios gubernamentales necesarios para el Capital, sin recurrir ya ni siquiera a un debate acerca de tales o cuales políticas. Un argumento completamente vacío de contenido pero que cumple con su cometido. Alguna coima, un auto no declarado por acá, un departamento por allá, motivos suficientes para poner en marcha el aparato judicial contra algunos políticos, hasta que sea haga falta otro recambio. Es decir, que si bien los partidos se denuncian entre sí por sumas siderales como las de la operación Lava Jato, en la que se enmarca la condena a Lula por corrupción, los políticos que terminan encarcelados son los menos y por cuestiones más bien menores en relación a todo lo que se afanan.
La Justicia está siempre contra los pobres, los luchadores, los marginados y solo eventualmente se mete con algún político miembro de la clase dominante. Pero esto nunca puede ser interpretado como si se tratara de burgueses que comparten con nosotros algún tipo de interés, sino todo lo contrario. Los poquísimos presos de la burguesía son para ellos un mal necesario que asumen como clase dominante para el mantenimiento del orden. Y aunque no le deseamos la cárcel a nadie, ni siquiera a los mismísimo carceleros, sean presidentes o explotadores, no vamos a luchar por los presos de la clase opresora. Hay algo que trasciende la política y es el papel jugado en la explotación y la opresión, el papel de clase.
Muy difícilmente vemos un político condenado por su responsabilidad en represiones y asesinatos, porque la Justicia no está para esas cosas. Los políticos cuanto mucho pueden incriminarse entre sí por sus robos, porque incluso cuando recurren a la Justicia para alguna maniobra política, el mensaje debe seguir siendo que la defensa de la propiedad privada está siempre por sobre la defensa de la vida del proletariado. Cuando en 1987 se declaró en la Argentina la Ley de Obediencia Debida, que impedía el procesamiento de los soldados por debajo del rango de coronel que habían participado de las torturas, asesinatos y desapariciones... ¡los únicos juicios que se continuaron contra ellos fueron los casos de robo hacia los mismos desaparecidos y asesinados! Para que nos quede bien clarito que en esta sociedad las cosas importan mucho más que las personas.
Volviendo a Brasil, mientras muchos ojos están puestos en las próximas elecciones y el encarcelamiento de uno de los principales candidatos, nosotros volvemos a recordar aquellos meses de agitación y revuelta que se desencadenaron en 2013 en respuesta al aumento del precio en el transporte público, así como frente a los gastos excesivos y las consecuencias de los megaeventos deportivos de la Copa Confederaciones de 2013, la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.(1) Una vez más, es necesario hacer memoria y tomar nota de lo que también somos capaces como clase para retomar la lucha revolucionaria en momentos de deriva como el actual.
Desde sectores del progresismo y la izquierda se hizo un llamado a defender, sino a Lula, al menos a la democracia. En tiempos de represión y cárceles abarrotadas, los presos de la clase dominante se erigen como los presos dominantes. Se nos dice que si van contra esos “referentes” de peso luego irán más fácilmente contra todos nosotros. Lo que tenemos que entender de una vez por todas es que nuestra debilidad no está en tener menos progresistas en el gobierno ni más progresistas en la cárcel, sino en seguir depositando en ellos algún tipo de esperanza.
Es ya moneda corriente en Latinoamérica que los cambios de gobierno, vía elecciones o no, se produzcan bajo el argumento de la corrupción, lo que permite efectuar los cambios gubernamentales necesarios para el Capital, sin recurrir ya ni siquiera a un debate acerca de tales o cuales políticas. Un argumento completamente vacío de contenido pero que cumple con su cometido. Alguna coima, un auto no declarado por acá, un departamento por allá, motivos suficientes para poner en marcha el aparato judicial contra algunos políticos, hasta que sea haga falta otro recambio. Es decir, que si bien los partidos se denuncian entre sí por sumas siderales como las de la operación Lava Jato, en la que se enmarca la condena a Lula por corrupción, los políticos que terminan encarcelados son los menos y por cuestiones más bien menores en relación a todo lo que se afanan.
La Justicia está siempre contra los pobres, los luchadores, los marginados y solo eventualmente se mete con algún político miembro de la clase dominante. Pero esto nunca puede ser interpretado como si se tratara de burgueses que comparten con nosotros algún tipo de interés, sino todo lo contrario. Los poquísimos presos de la burguesía son para ellos un mal necesario que asumen como clase dominante para el mantenimiento del orden. Y aunque no le deseamos la cárcel a nadie, ni siquiera a los mismísimo carceleros, sean presidentes o explotadores, no vamos a luchar por los presos de la clase opresora. Hay algo que trasciende la política y es el papel jugado en la explotación y la opresión, el papel de clase.
Muy difícilmente vemos un político condenado por su responsabilidad en represiones y asesinatos, porque la Justicia no está para esas cosas. Los políticos cuanto mucho pueden incriminarse entre sí por sus robos, porque incluso cuando recurren a la Justicia para alguna maniobra política, el mensaje debe seguir siendo que la defensa de la propiedad privada está siempre por sobre la defensa de la vida del proletariado. Cuando en 1987 se declaró en la Argentina la Ley de Obediencia Debida, que impedía el procesamiento de los soldados por debajo del rango de coronel que habían participado de las torturas, asesinatos y desapariciones... ¡los únicos juicios que se continuaron contra ellos fueron los casos de robo hacia los mismos desaparecidos y asesinados! Para que nos quede bien clarito que en esta sociedad las cosas importan mucho más que las personas.
Volviendo a Brasil, mientras muchos ojos están puestos en las próximas elecciones y el encarcelamiento de uno de los principales candidatos, nosotros volvemos a recordar aquellos meses de agitación y revuelta que se desencadenaron en 2013 en respuesta al aumento del precio en el transporte público, así como frente a los gastos excesivos y las consecuencias de los megaeventos deportivos de la Copa Confederaciones de 2013, la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.(1) Una vez más, es necesario hacer memoria y tomar nota de lo que también somos capaces como clase para retomar la lucha revolucionaria en momentos de deriva como el actual.
Nota al pie:
(1) Recomendamos los artículos sobre el tema: Brasil: ¿Disturbios sin sentido? y ¡Não vai ter copa! de los nros. 9 y 17 de La Oveja Negra.
¿Seguro que esto no lo escribió alguien funcional a la derecha brasilera? Lo dudo mucho. Hay que defender la liberación de todos los presos políticos.
ResponderEliminarEntren aquí:
http://pensamientovivofilosofia.blogspot.com/2018/04/juicio-y-proceso-en-torno-al-caso-lula.html