El
pasado 3 de agosto en Moreno,
provincia de Buenos Aires, por una fuga de gas seguida de explosión
en una escuela pública murieron dos trabajadores: Sandra Calamano y
Rubén Rodríguez, vicedirectora y portero del establecimiento
respectivamente. El mismo día en Rosario, Héctor Solís de 35 años
y obrero de la construcción caía por la mañana desde el cuarto
piso de un edificio que se está construyendo en Balcarce al 1400,
muriendo por la tarde en el hospital.
No
hay accidentes laborales. Hay desidia y desprecio de los patrones,
sea este un particular o el mismísimo Estado.
Murieron tratando de ganarse la vida. Estos
“accidentes” son responsabilidad absoluta de quienes mantienen y
se benefician de este orden capitalista:
patrones, empresarios, sindicalistas y gobernantes. Ellos son quienes
calculan las pérdidas en dinero, se rompa una maquinaria, se pierda
una licitación, pierdan un juicio o se muera un trabajador.
Habrá capataces más cuidadosos que
otros, gobernantes más o menos demagogos, sindicalistas más o menos
paternalistas, pero todos están al servicio de la ganancia
particular y del Capital en general.
Las tres muertes acá nombradas eran
evitables. Sin embargo, así funciona esta sociedad. ¿Quién iba a
evitarlas? ¿Quienes no se juegan el pellejo en eso? ¡Jamás!
Una lista del
sindicato puede acusar a otra, pero
ambas están de acuerdo en lo
esencial: conservar las ganancias del patrón, someternos a laburar y
sacar su tajada. No nos olvidamos
cuando hace algunos años en un “accidente” ocurrido en pleno
centro de la ciudad, y en pleno boom inmobiliario rosarino, un montón
de trabajadores de otros rubros nos acercamos a ver qué había
pasado y la patota de la UOCRA cayó a dispersarnos y a gritar
que «acá no pasó nada». Y mucho
menos olvidamos los ajustes de cuenta con los trabajadores de la
construcción que realmente quieren luchar por su fuerza de trabajo,
de los asesinatos y aprietes de norte a sur.
Los futuros
candidatos y su séquito de votantes pueden responsabilizar a Vidal y
a Macri por lo ocurrido en Moreno, y no están equivocados, sin
embargo, una cosa es responsabilizarlos y otra es ocultar la
responsabilidad de clase tras dos o tres nombres y apellidos. No
sirve atacar individuos sin atacar su rol social.
Es cierto que la injusticia no es
anónima, tiene nombre y dirección, pero cambiarle el rostro y
mudarla no acaba con la injusticia.
El malestar y la necesidad que
padecemos quienes trabajamos, las situaciones de precariedad y
peligro a las que nos vemos sometidos nos fuerzan a tomar conciencia
de la sociedad en la que estamos y a la cual contribuimos día a día
a mantener. De nosotros depende ampararnos en personajes que nos
llevan a diversos callejones sin salida o comenzar a pensar y
explorar otras posibilidades. No confundamos la defensa de la fuerza
de trabajo con la defensa de la fuente de trabajo. No defendamos la
ganancia de los explotadores. No confiemos en quienes viven de
nuestro esfuerzo.
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