María de los Angeles Paris era
bibliotecaria del Complejo Educativo “Francisco de Gurruchaga” y de la
Técnica 464. Llegó a la seccional 10° del barrio Alberdi pasadas las
21.30 horas del miércoles 3 de mayo como víctima de un robo callejero,
pero luego escapó a la carrera de la comisaría «visiblemente alterada»,
dijeron los efectivos que la habían recibido. Según fuentes de la
Fiscalía, personal policial salió entonces en su búsqueda, la llevó
nuevamente a la seccional y luego a su domicilio, pero la mujer «se
alteró nuevamente y fue reingresada a la comisaría, donde la dejaron
sola en un cuarto aislado». Pasadas las 22 fue encontrada sin vida,
aparentemente producto de un paro cardiorrespiratorio… ¿De qué otra
manera perdemos la vida los seres humanos?
La terrible situación de morir en el encierro y la soledad rodeada de policías nos estremece.
La versión policial y fiscal de encubrimiento ya es lo suficientemente
horrososa, e hiela la sangre pensar en qué sucedió verdaderamente. Según
AMSAFE (sindicato de docentes de la provincia), que realiza una
investigación paralela a la de la justicia, María habría visto sus
pertenencias o a quien se las robó y fue ahí que decidió irse de la
seccional. Hay testigos que afirman haber presenciado cómo golpeaban y
esposaban a María dentro y fuera de la comisaría.
No nos extraña que el fiscal mienta y
encubra, como tampoco que el poder político avale o que los médicos, el
28 de mayo, reafirmaran con una nueva autopsia la versión estatal. Todo
en esta sociedad está conjugado en nuestra contra, desde el momento en
que la policía roba o manda a robarnos (recordemos el caso de Luciano Arruga), pasando por la obligación de denunciar cuando estamos yendo,
viniendo o en el trabajo, para luego acabar en el monstruoso aparato de
justicia.
Estos últimos meses el sistema represivo afirmó con cada vez más fuerza su función.
A principios de abril veíamos cómo entraban a tiros y palazos en el
barrio Qom, arrestando a más de diez pibes hasta que los largaron a la
tarde, por la presión que hicieron sus madres y las y los solidarios que
agitaban afuera. Luego, el 8 de mayo aparecieron uniformados armados en
el Museo de la Memoria, media hora después de que familiares y amigos
de Jonathan Herrera hicieran la ya tradicional recreación de su
asesinato, a prepotear y burlarse de los que participaron en la
actividad. Un accionar policial amparado en un llamado telefónico
efectuado por un “buen ciudadano” y que se desarrolló en el patio del
museo bajo un cartel instalado en su entrada que muy curiosamente versa
“Presente continuo”. El viernes 12 le tocó a Elina Rivero, quien de
camino a un recital con sus amigos —y mientras los ratis los
amenazaban—, sufrió golpes contra la pared que la dejaron con
traumatismo severo de cráneo, pasando primero dos horas en la Comisaría
7° (¡Franco Casco presente!) donde la desnudaron, robaron y continuaron
golpeando, hasta que la ambulancia del SIES la dejó en el Hospital de
Emergencias Dr. Clemente Álvarez, en el que permaneció en coma durante
una semana. Afortunadamente ya se encuentra en la calle.
Estos fueron algunos de los hechos que más ruido hicieron en los medios de comunicación, pero detrás de estos sabemos que existe una violencia sistemática y constante, en barrios, comisarías y cárceles.
Sería imposible reducirlos todos, junto al odio que sentimos, en una
serie de premisas técnicas. Esto no quiere decir que no estemos de
acuerdo con algo que se escucha cada vez más en los medios: «No ir a la
comisaría a hacer las denuncias». Pero sería iluso creer que gracias a
la tercerización de este “servicio” en las fiscalías, se garantizaría la
integridad de nuestros hermanos y hermanas de clase.
Reafirmamos una vez más que la crítica a
la policía y a toda la institución judicial no es una cuestión política o
ideológica. Siempre es y ha sido una cuestión de preservación y
solidaridad entre pares. La necesidad de control y represión es
constante para este sistema y es por eso que no podemos permitirnos el
lujo de entrar en tecnicismos o depositar nuestras esperanzas de cambio
en pedidos de justicia. Mientras haya explotación, habrá quienes la
gestionen, quienes se sometan y quienes sean insumisos y se organicen
contra ella. La única forma de acabar con este círculo vicioso es
fortaleciendo la solidaridad y la lucha con el objetivo de destrozar la
mismísima raíz que genera toda esta violencia.
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