Lino Barañao, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación del gobierno anterior, ha desempeñado muy bien su función y al día de hoy, con el cambio de gestión gubernamental, continúa en su mismo puesto. Desde aquí no olvidamos que fue quien en una entrevista realizada por Hebe de Bonafini, titular de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, para el programa Pariendo Sueños en su emisión del 15 de agosto de 2011, respaldó el uso del glifosato argumentando que sirve para matar las malezas que crecen alrededor de las plantaciones. Cuando se le comentó que este herbicida también mata personas, Barañao replicó: «No está probado. Hay gente que se ha tomado un vaso de glifosato, para suicidarse, y no le ha pasado nada», y se atrevió a decir además que el glifosato causa el mismo daño que el “agua con sal”. Debido a su función estatal, es portavoz oficial de Tecnópolis y ante la continuidad de lo que se consolidó como un bastión del gobierno anterior respondió afirmativamente: «Tecnópolis es un derecho adquirido para el ciudadano común y es algo que no podemos perder. Y, como es un derecho adquirido, tiene que seguir siendo gratuito.»
Técnopolis es el nombre de una megamuestra —la más grande de América Latina— de ciencia, tecnología, industria y arte con sede en Buenos Aires, más precisamente en el Parque del Bicentenario, inaugurada en julio de 2011 por Cristina Fernández de Kirchner. Es también el nombre de un libro que Neil Postman escribió en 1993 y que lleva por subtítulo La rendición de la cultura a la tecnología. Este nos dice que: «El ordenador redefine a los humanos como procesadores de información y a la propia naturaleza como información que ha de ser procesada. El mensaje metafórico fundamental del ordenador, en resumen, es que somos máquinas; máquinas pensantes, sin duda, pero máquinas al fin y al cabo. Por esta razón el ordenador es la máquina casi perfecta, incomparable, la quintaesencia de Tecnópolis.» Por su parte Adrián Paenza, matemático estrella y animador de feria en Tecnópolis, decía a cientos de niños que las matemáticas son importantes porque «al fin y al cabo somos números». Una vieja idea difundida de que el mundo es naturalmente matemático, pero hay una gran diferencia: es el ser humano quien lo matematiza, más precisamente el recientísimo ser humano de esta época. La lógica emanada de las relaciones sociales capitalistas hace creer que se esconde una ley matemática en todo lo que vemos. Pero los seres humanos no somos números ni las relaciones sociales son matemáticas.
Tecnópolis no fue un acierto del kirchnerismo mientras que el “permiso” a Monsanto fue un error. Una cosa es inseparable de la otra y no simplemente porque ambas estén avaladas desde el mismo despacho sino porque ambas son parte de la misma lógica que emana de una sociedad que antepone la ganancia a la vida.
Queremos compartir algunas reflexiones urgentes en esta época de optimismo tecnológico, de confianza en que gracias a las máquinas tendremos un mundo mejor, que las nuevas tecnologías de la información resolverán nuestras vidas. No sin antes dejar otra cita de Postman:
«En este vacío entra el relato de Tecnópolis, con su énfasis en el progreso sin límites, en derechos sin responsabilidades y en tecnología sin costos. El relato de Tecnópolis carece de centro moral. En su lugar coloca la eficacia, el interés y el avance económico. Promete el cielo en la tierra gracias a las ventajas del progreso tecnológico. Descarta todos los símbolos y narraciones tradicionales que sugieren estabilidad y disciplina, y habla, en su lugar, de una vida de técnicas, pericias mecánicas y del éxtasis del consumo. Su objetivo es producir funcionarios para una Tecnópolis en curso.»
Debemos remarcar que la investigación científica sirve ante todo al poderío económico, con especial importancia en lo militar y represivo, y no para que el conocimiento avance. La supuesta voluntad de saber es la coartada perfecta que intenta hacernos aceptar la competición económica internacional y la carrera armamentística. Claro que es importante un corpus de conocimientos establecido con rigor, al igual que la elaboración de técnicas para la vida humana, pero ello es marginal en la publicitada investigación, ese discurso solo viene a justificar todo lo antes nombrado.
La investigación actual produce saberes separados, los conocimientos científicos impiden que entendamos lo que hacemos todos los días, desde “nuestras” herramientas de trabajo a los objetos de consumo que hemos naturalizado como parte de nuestra cotidianeidad. Con la objetividad como coartada, la investigación científica ampara e impulsa una lógica de la separación de los ámbitos de nuestra existencia. ¿Y cómo une lo separado? Con los novedosos, y ya obligatorios, equipos multidisciplinarios. Donde especialistas de cada asunto se unen para un mismo objetivo que no es sino el mantenimiento de la normalidad y la ganancia, con la fachada de solucionarnos la vida. Han agravado considerablemente los problemas de la humanidad, degradando el planeta que habitamos y acentuando el control social, en la carrera por transformar cada vez más a la humanidad en una acumulación que solo bastaría explotar, administar y gestionar. Llegan inclusive al cinismo de admitir los daños que la ciencia y la industria —matrimonio indivisible— producen a nuestro planeta y a nosotros con él. Están dando lugar a una epidemia de cánceres, alergias y nuevas enfermedades y, lejos de denunciar las causas de estos males, se dedican a parchear a los humanos para adaptarlos a este planeta enfermo.
Producidos como cualquier mercancía, los frutos de la investigación están designados por las necesidades de la ganancia, y así también por el apuro, el fraude, la falsificación y la ausencia de reflexión de conjunto.
«El tótem de la ciencia pura tiene como función precisa enmascarar: pasar por alto una realidad (el trabajo de investigador, sus condiciones de producción, su financiación, sus consecuencias prácticas) para erigir una figura idealizada, provista de todas las virtudes (valentía, abnegación, genialidad) y al servicio del bien y de la humanidad. Según esta imagen religiosa y mesiánica de la ciencia, todos los efectos catastróficos que puedan señalarse serán considerados invariablemente meras desviaciones respecto al modelo científico puro, improbable híbrido de Galileo, Pasteur y Hubert Reeves. Ahora bien, la realidad es exactamente lo contrario: los escasos ejemplos de investigaciones desinteresadas y no recuperables de forma inmediata por la industria y el ejército son las verdaderas desviaciones, las anomalías, los parásitos del sistema. En numerosos casos, los investigadores no conocen las conclusiones finales de su trabajo, y a menudo ni siquiera intentan conocerlas. Identificarse con Galileo les basta para dormir tranquilos y para resolver todos los dilemas que pese a todo podrían surgir de su práctica cotidiana.» (Un futuro sin porvenir... Grupo Oblomoff)
En esta reciente apología de la ciencia y de su nacionalización y estatización muchos nos hablan, ya desde el gobierno anterior, de la superada “fuga de cerebros”, de los brillantes científicos que debieron emigrar y que volvieron porque vuelve a haber dinero para la investigación. Ahora el fantasma de la falta de becas o dinero para investigación reaparece. Y se esquiva, conscientemente, reflexionar sobre la investigación, sus medios y sus fines, del mundo que contribuye a forjar y perpetuar. El mito de una ciencia pura e independiente obnubiló a un sector de la población votante así como la recuperación de «los goles secuestrados» (CFK dixit) mediante el “Fútbol para todos”. Otros se dejan deslumbrar con promesas de alegría.
Tecnópolis es algo más que una mera muestra de ciencias, es parte de la ideología dominante y toda su fuerza material. Para nosotros no se trata de acercar la ciencia a los explotados sino de acabar con la lógica de los explotadores.
Y para que nadie se alarme por estas palabras, advertimos que lo catastrófico no son nuestras reflexiones sino la situación actual.
Técnopolis es el nombre de una megamuestra —la más grande de América Latina— de ciencia, tecnología, industria y arte con sede en Buenos Aires, más precisamente en el Parque del Bicentenario, inaugurada en julio de 2011 por Cristina Fernández de Kirchner. Es también el nombre de un libro que Neil Postman escribió en 1993 y que lleva por subtítulo La rendición de la cultura a la tecnología. Este nos dice que: «El ordenador redefine a los humanos como procesadores de información y a la propia naturaleza como información que ha de ser procesada. El mensaje metafórico fundamental del ordenador, en resumen, es que somos máquinas; máquinas pensantes, sin duda, pero máquinas al fin y al cabo. Por esta razón el ordenador es la máquina casi perfecta, incomparable, la quintaesencia de Tecnópolis.» Por su parte Adrián Paenza, matemático estrella y animador de feria en Tecnópolis, decía a cientos de niños que las matemáticas son importantes porque «al fin y al cabo somos números». Una vieja idea difundida de que el mundo es naturalmente matemático, pero hay una gran diferencia: es el ser humano quien lo matematiza, más precisamente el recientísimo ser humano de esta época. La lógica emanada de las relaciones sociales capitalistas hace creer que se esconde una ley matemática en todo lo que vemos. Pero los seres humanos no somos números ni las relaciones sociales son matemáticas.
Tecnópolis no fue un acierto del kirchnerismo mientras que el “permiso” a Monsanto fue un error. Una cosa es inseparable de la otra y no simplemente porque ambas estén avaladas desde el mismo despacho sino porque ambas son parte de la misma lógica que emana de una sociedad que antepone la ganancia a la vida.
Queremos compartir algunas reflexiones urgentes en esta época de optimismo tecnológico, de confianza en que gracias a las máquinas tendremos un mundo mejor, que las nuevas tecnologías de la información resolverán nuestras vidas. No sin antes dejar otra cita de Postman:
«En este vacío entra el relato de Tecnópolis, con su énfasis en el progreso sin límites, en derechos sin responsabilidades y en tecnología sin costos. El relato de Tecnópolis carece de centro moral. En su lugar coloca la eficacia, el interés y el avance económico. Promete el cielo en la tierra gracias a las ventajas del progreso tecnológico. Descarta todos los símbolos y narraciones tradicionales que sugieren estabilidad y disciplina, y habla, en su lugar, de una vida de técnicas, pericias mecánicas y del éxtasis del consumo. Su objetivo es producir funcionarios para una Tecnópolis en curso.»
Debemos remarcar que la investigación científica sirve ante todo al poderío económico, con especial importancia en lo militar y represivo, y no para que el conocimiento avance. La supuesta voluntad de saber es la coartada perfecta que intenta hacernos aceptar la competición económica internacional y la carrera armamentística. Claro que es importante un corpus de conocimientos establecido con rigor, al igual que la elaboración de técnicas para la vida humana, pero ello es marginal en la publicitada investigación, ese discurso solo viene a justificar todo lo antes nombrado.
La investigación actual produce saberes separados, los conocimientos científicos impiden que entendamos lo que hacemos todos los días, desde “nuestras” herramientas de trabajo a los objetos de consumo que hemos naturalizado como parte de nuestra cotidianeidad. Con la objetividad como coartada, la investigación científica ampara e impulsa una lógica de la separación de los ámbitos de nuestra existencia. ¿Y cómo une lo separado? Con los novedosos, y ya obligatorios, equipos multidisciplinarios. Donde especialistas de cada asunto se unen para un mismo objetivo que no es sino el mantenimiento de la normalidad y la ganancia, con la fachada de solucionarnos la vida. Han agravado considerablemente los problemas de la humanidad, degradando el planeta que habitamos y acentuando el control social, en la carrera por transformar cada vez más a la humanidad en una acumulación que solo bastaría explotar, administar y gestionar. Llegan inclusive al cinismo de admitir los daños que la ciencia y la industria —matrimonio indivisible— producen a nuestro planeta y a nosotros con él. Están dando lugar a una epidemia de cánceres, alergias y nuevas enfermedades y, lejos de denunciar las causas de estos males, se dedican a parchear a los humanos para adaptarlos a este planeta enfermo.
Producidos como cualquier mercancía, los frutos de la investigación están designados por las necesidades de la ganancia, y así también por el apuro, el fraude, la falsificación y la ausencia de reflexión de conjunto.
«El tótem de la ciencia pura tiene como función precisa enmascarar: pasar por alto una realidad (el trabajo de investigador, sus condiciones de producción, su financiación, sus consecuencias prácticas) para erigir una figura idealizada, provista de todas las virtudes (valentía, abnegación, genialidad) y al servicio del bien y de la humanidad. Según esta imagen religiosa y mesiánica de la ciencia, todos los efectos catastróficos que puedan señalarse serán considerados invariablemente meras desviaciones respecto al modelo científico puro, improbable híbrido de Galileo, Pasteur y Hubert Reeves. Ahora bien, la realidad es exactamente lo contrario: los escasos ejemplos de investigaciones desinteresadas y no recuperables de forma inmediata por la industria y el ejército son las verdaderas desviaciones, las anomalías, los parásitos del sistema. En numerosos casos, los investigadores no conocen las conclusiones finales de su trabajo, y a menudo ni siquiera intentan conocerlas. Identificarse con Galileo les basta para dormir tranquilos y para resolver todos los dilemas que pese a todo podrían surgir de su práctica cotidiana.» (Un futuro sin porvenir... Grupo Oblomoff)
En esta reciente apología de la ciencia y de su nacionalización y estatización muchos nos hablan, ya desde el gobierno anterior, de la superada “fuga de cerebros”, de los brillantes científicos que debieron emigrar y que volvieron porque vuelve a haber dinero para la investigación. Ahora el fantasma de la falta de becas o dinero para investigación reaparece. Y se esquiva, conscientemente, reflexionar sobre la investigación, sus medios y sus fines, del mundo que contribuye a forjar y perpetuar. El mito de una ciencia pura e independiente obnubiló a un sector de la población votante así como la recuperación de «los goles secuestrados» (CFK dixit) mediante el “Fútbol para todos”. Otros se dejan deslumbrar con promesas de alegría.
Tecnópolis es algo más que una mera muestra de ciencias, es parte de la ideología dominante y toda su fuerza material. Para nosotros no se trata de acercar la ciencia a los explotados sino de acabar con la lógica de los explotadores.
Y para que nadie se alarme por estas palabras, advertimos que lo catastrófico no son nuestras reflexiones sino la situación actual.
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