Para este número en la sección Memoria realizamos un apéndice de 8 páginas sobre estos sucesos históricos. El material consultado para realizarlo está disponible en el archivo histórico-social de la Biblioteca "Alberto Ghiraldo".
Descargar archivo en pdf: 8 páginas (tamaño A4).
Descargar archivo en pdf: 8 páginas (tamaño A4).
* *
*
LA HUELGA SOLIDARIA DE 1923
Vivimos días en los que los
recuerdos vienen y van como sombras. La normalidad capitalista permanece
en las alturas de lo indiscutible frente a una historia de combate y
resistencia que ha sido mitificada, escondida y deformada, que se ha
escindido y establecido por fuera de la memoria colectiva. Pero este
extrañamiento de la historia por parte de los proletarios no ha sido por
leyes abstractas o divinas, sino a causa de la fuerza del Capital y la
propiedad privada en su triunfo y dominación sobre la naturaleza y el
ser humano. De ese auténtico mar de tinieblas que es la memoria
histórica de la clase explotada, extraemos a modo de faro nuestro
presente relato.
En este artículo y gracias a publicaciones de la
época intentaremos relatar las jornadas de la huelga general de junio de
1923, cuando desde la cárcel salió un llamado a todo el proletariado a
ocupar su puesto de lucha contra la burguesía. Y ese temperamento
solidario de los explotados en la región argentina fue asumido a lo
largo y ancho del mundo bajo una misma aspiración: ¡Venganza! ¡Justicia!
Kurt Wilckens había sido asesinado en su celda y la venganza no
llegaría de manera pandillesca, ni la justicia, esperando algo de las
leyes de los explotadores, sino a modo de huelga, de barricada, de
manifestación y lucha contra el enemigo. Vengar a Wilckens implicaba una vez más vencer a la burguesía. No era un hecho individual, sino social y, por lo tanto, no era solo un hecho coyuntural, sino también un hecho histórico.
Para 1923, la vida humana había sido fuertemente
sacudida. Fundamentalmente, los cambios y el desarrollo de la técnica en
Inglaterra y Francia generaron grandes cambios a nivel mundial en las
herramientas con las que se trabajaba la tierra y con las que se
intervenía en la naturaleza. Esto trastocó el modo de vida del
proletariado, en tanto que relaciones de trabajo y a su vez marcos
sólidos dentro de los cuales los humanos estaban encerrados. El proceso
de producción capitalista es un proceso histórico real. Los proletarios
establecieron relaciones sociales en función del modo de producir y
formaron también sus ideas, sus aspiraciones, sus principios en función
de estas relaciones.
Las relaciones de trabajo, fueron y son, hoy más
que nunca, relaciones de propiedad y las relaciones de propiedad, a su
vez, relaciones entre las clases que luchan unas contra otras. Y todas
las relaciones en su conjunto descansan en el desarrollo del trabajo,
resultan del proceso de trabajo. A esta altura del siglo XX —cuando los
hechos tenían lugar—, la guerra, el hambre, la miseria y la esclavitud
generadas en función de la ganancia capitalista habían causado
revoluciones sociales. De Oriente a Occidente grandes colmenas de la
clase explotada hacían huelgas, saboteaban la producción y las máquinas,
realizaban charlas y propaganda subversiva, buscaban a través de su
movimiento anular todo lo que impedía la realización de una vida plena.
Las revoluciones en Rusia y en Alemania animaron los corazones en miles
de cuartuchos donde los proletarios eran apilados después de cumplir su
jornal.
En la región argentina no fue diferente, a causa de
la acumulación de riquezas gigantescas de un lado y de legiones enormes
de proletarios sin propiedad por el otro, la lucha de clases, entre
poseedores, capitalistas y trabajadores se hizo cada vez más aguda.
Desde principios de siglo se sucedieron miles de huelgas y
manifestaciones en contra de las condiciones de vida, lo que traía
aparejado persecuciones, encarcelamientos y deportaciones. Tal situación
era posible porque la asociación entre capitalistas era usual y
permitida, mientras que la de los obreros hostigada ya que representaba
grandes peligros para aquellos. En todos estos peligros hay masacres. Y
para rastrear la huelga general de 1923 debemos ir un poco más atrás.
Vamos a partir desde los episodios que devienen en tragedia en la lejana
Santa Cruz y luego al intérprete de la justicia proletaria, que se
convertiría en brazo ejecutor de un anhelo colectivo.
Los obreros de la Patagonia
Reproducimos a continuación algunos párrafos del
folleto publicado en junio de 1922 por la Federación Obrera Local
Bonaerense (La Patagonia Argentina, A los hombres honrados – Buenos
Aires):
«Entre los trabajadores del campo que se encuentran
actualmente en la Patagonia no todos han sido siempre trabajadores del
campo. La enorme mayoría ha ido de afuera, de Chile, de Europa y desde
aquí (de B. Aires). Todos eran hombres de alma bien puesta, dotados de
gran energía, cansados de la esclavitud estrecha del salariado en las
ciudades, y que no queriendo continuar la misma vida quedándose en las
poblaciones de la costa, ganaron las estancias, buscaron anchura y
libertad.
Se engañaría el que quisiera ver en ellos los mismos tipos; carne del estanciero, que se sirve de ellos como elemento político, que ha servido para malones o montoneras, de las campañas de aquí…
Entre ellos hay muchos hombres de verdadera instrucción, ex–obreros de las ciudades, muchos que por la lucha social se han visto obligados a buscar otro campo, bloqueados por los patrones; todos que conocen las ideas nuevas; más aun, que por amarlas profundamente han sido arrojados a la Patagonia (…)»
Respecto a la organización obrera se lee:
«En Rio Gallegos existe una Federación Obrera Local, que responde poco más o menos a los principios de la FORA. La organización de Rio Gallegos era débil relativamente, pero recibía delegados de los trabajadores del campo. Últimamente había llegado a formar una escuela y una biblioteca, con la ayuda de los trabajadores del campo. Pero esta no tenía el control de la organización de las estancias.
La organización de los trabajadores de las
estancias, es una cosa de que merece hablarse. Los trabajadores están
organizados por estancias y por pacto enteramente verbal.
En los grandes establecimientos, donde los obreros son numerosos, hay un sub–comité. Este tiene por radio de diez o doce estancias más. La comisión directiva nombra un delegado de zona que recorre periódicamente su radio llevando las circulares, folletos o libros que desde Rio Gallegos le envía la Federación. A pesar de las grandes distancias de los fríos intensos, “1° de Mayo” órgano de la federación local, era distribuido con mucha regularidad. Este sistema de organización por sub–comités daba muy buenos resultados. (…)
Los sub–comités habían tomado medidas en contra de los llamados mercachifles, expendedores de bebidas alcohólicas. ¡Lo mismo con el juego de naipes y de taba! (…)
El comedor de los peones les sirve de sala de asambleas, y estas se realizan todas las noches a la terminación de la cena. Allí se discuten las cosas ocurridas durante el día, y se dan las órdenes a los delegados que tienen ante la administración. En este comedor están alojados los carteles, todos los manifiestos que son propios de una sede obrera tan enterrada en el medio de la tierra como esta, y reina un ambiente de la mayor cordialidad. Esto era hasta hace poco.
En la huelga general del campo del año pasado
(1920) en que, se recordara, la prensa burguesa hablaba de los bandidos
del sur, los trabajadores tuvieron un triunfo también general.»
La reacción burguesa (1921–1922)
La prensa era voz de los terratenientes y
ganaderos. Desde sus columnas fustigaba a los huelguistas, esparciendo
rumores y leyendas sobre bandas de rufianes y rojos que aterrorizaban en
la Patagonia. Ese triunfo sobre la opinion pública no bastó nunca para
detener un movimiento como el que se había fortalecido en el sur, pero
sí abría el camino para que las arbitrariedades policiales se echaran a
andar, encarcelando obreros de Rio Gallegos y otros puntos de Santa
Cruz.
El mes de octubre de 1921 avanzaba y con él la rabia burguesa. Los militares enviados desde la capital iban destruyendo y robando en los locales obreros, y fué así que los explotados del pueblo de Rio Gallegos se declararon en huelga y los del campo siguieron a los primeros nuevamente, y así en todo lugar del sur donde llegaba la noticia de los atropellos, se hacía abandono del trabajo.
Relata un obrero de aquellos días: «(…) Nadie pensaba en huelgas y menos en revueltas. Pero según se ha visto después, los estancieros si pensaban, no estaban conformes con la tranquilidad; el pliego firmado no era de su agrado, y había que anularlo, había que provocar a los obreros (que ya el año anterior había demostrado ser rebelde), llevarlos a la huelga, un castigo horroroso que por el terror matase todas las rebeldías (…). E idearon el plan, por cierto bien preparado y mejor secundado por las autoridades todas de aquel territorio. Mientras la Federación llevaba la tranquilidad al campo, ilustrando a los trabajadores con conferencias en distintas zonas, distribuyendo un sinnúmero de folletos anarquistas, que tanta falta hacían y hacen en esta región, la policía de Rio Gallegos, con el pretexto, en algunos casos, de sumariar a varios compañeros que tuvieron participación en la huelga de diciembre y enero de 1920–21, (ocho meses después de terminada) empezó a tomar presos obreros por docenas, y sin previo sumario y aun sin tomar declaraciones, a “deportar” para Buenos Aires. Y lo mismo hacían las demás policías de toda la costa. Ante esta clara y desvergonzada provocación ¿que habíamos de hacer? ¿Cruzarnos de brazos, dejar, impasibles, que los compañeros de las poblaciones sufrieran solos, encerrados en las mazmorras, las inhumanas palizas que a diario les daban a muchos y demás vejámenes de toda clase? No. Así que basto que se insinuara el paro general, para que los trabajadores del campo respondiésemos como un solo hombre. Nuestra idea fue solo cruzarnos de brazos, pero los estancieros no permitieron que nos mantuviésemos así; contando con los crumiros del “libre trabajo” que habían traído, nos echaron de las estancias como a perros inservibles. Y empezó el peregrinaje por los campo, en grupos que cada día se hacían mayores, sin saber qué hacer ni dónde ir. En estas circunstancias, sin trabajo ni esperanza de conseguirlo sin una vergonzosa claudicación, se resolvió jugar el todo por el todo; provocar el temor en el ánimo de los estancieros, para ver de conseguir así que influyeran ante las policías para que cesasen en las prisiones y deportaciones y pusiesen en libertad a los inocentes que martirizaban y mantenían presos. Se arrearon las caballadas como si fuese a hacer una revolución, y se tomaron a los estancieros y administradores que se pudo, todo sin que hubiera que lamentar un solo grave incidente personal. El grupo de la zona norte de Rio Santa Cruz, el número de 450 compañeros, más animosos, tomo, sin la menor violencia, el pueblo Paso Ibáñez. En posesión del pueblo, y con un crecido y valioso número de prisioneros, a quienes se les decía que si no había arreglo se les llevaría en calidad de rehenes y garantía contra el fuego de las tropas (ya llegadas), se intento llegar a un acuerdo que terminara con tal estado de cosas. Se propuso volver al trabajo a condición de que fueran puesto en libertad a los presos por cuestiones obreras y reintegrados a sus hogares los que tan injustamente habían sido deportados.
El chacal, digo coronel Varela, contesto que los obreros pusieran en libertad a los rehenes y que él, a su vez, haría otro tanto con los detenidos en la comisaria de Puerto Santa Cruz y que inmediatamente entrarían en vías de arreglo; que él había venido a arreglar pacíficamente, no a masacrar a nadie.
Al día siguiente los trabajadores ponían en libertad a los estancieros y Varela hacia otro tanto con los presos en Santa Cruz. Pero no bien hubieron llegado los patrones al pueblo, el chacal volvió a encarcelar a esos mismos trabajadores, y empezó a avanzar hacia Paso Ibáñez con todas sus fuerzas de caballería y con la marinería del “Almirante Brown”.»
Desde noviembre los militares iban viajando por las estancias, poniendo en fila a los obreros y buscando «cabecillas», fusilando y quemando cadaveres por cientos, asesinando obreros solo por serlo, o por estar federado. Los obreros fueron pronto obligados a cavar sus propias tumbas y mientras algunos realizaban las ejecuciones, Viñas Ibarra y Varela requisaban el resto de los obreros, despojándolos de todo lo que tuviera algún valor.
Testigos de la época dicen cosas del siguiente tenor: (en torno a los fusilamientos) «Un estanciero que tenía veintisiete trabajadores en la estancia, los sindicó a todos.»
(…) «noventa y siete fueron llevados al río Centinela, unas cinco leguas de La Anita. En ese lugar hay un puente, el cual había sido destruido por las fuertes correntadas que producen los deshielos. Allí fueron obligados a trabajar los infortunados camaradas; la mayoría arrastrados por la creciente; otros muertos a culatazos por resistirse a trabajar. El compañerito Juan Estévez, de diez y seis años de edad, fue muerto en una forma atroz, que yo no puedo describir, y que con solo oír la narración de lo sucedido, la sangre se me subleva y los nervios se me ponen en tensión.
Igual cosa hicieron con el camarada Camparro, un muchacho de diez y ocho años, pero altivo y fuerte. Este camarada, cuando vio que los 97 iban a ser muertos y en esa forma tan criminal, les tiró con una pala y los insultó hasta el cansancio. Lo amarraron a un poste y después de veinticuatro horas, cuando ya parecía muerto, se le sacó de allí y fue arrojado a una hoguera, en donde ardían otros cadáveres aún…» De los 97 solo sobrevivieron dos compañeros.
En Río Chico hicieron otro acto salvaje. Los compañeros que habían huido de Paso Ibáñez, siguieron marchando, improvisaron un campamento a las orillas del Río, hasta que vieron llegar algunos autos, uno de ellos con una bandera blanca. Del auto se baja el compañero Oterello y un militar. Oterello, que pertenecia a la organización obrera y se había quedado en la ciudad para lograr un acuerdo, manifiesta que la cosa se había arreglado y que no había que ejercer resistencia a las fuerzas militares que venían con él (Varela y veintitantos milicos). Hubo compañeros que desconfiaron a tal afirmación y huyeron con rumbo desconocido. El resto de los obreros entregaron unos cinco mil caballos y armas. Acto seguido empezo la cacería, fueron buscando a los «cabecillas» según una lista que tenían las tropas. Diez fueron atados atados desnudos a la intemperie, se fusilo durante toda la noche y al amanecer con mas bravura. Aquellos que no eran fusilados, eran amarrados, golpeados hasta perder el conocimiento e incendiados. La cremacion de cadaveres era el acto siguiente al fusilamiento para no perder tiempo cavando tumbas.
En Jaramillo fué asesinado junto a otros obreros, el compañeros Jose Font, también conocido como «Facón Grande». En el lago San Martín fueron ultimados de 360 a 380 compañeros y en la zona de Puerto Deseado un grupo de 90 que se habían entregado ante la promesa de que la huelga se había solucionado satisfactoriamente.
La siguiente es la descripción de los sucesos de Cañadón León (zona de San Julián) encabezada por el Capitan Anaya: «Tocole en suerte “someter” a un grupo de 70 y tantos obreros. Rendidos y desarmados y puestos en filas antepuestas frente al contingente de tropas que aquel mandaba, dio esta orden: “Cabecillas, al frente’” Nadie da un paso. Y dirigiéndose a sus soldados: “A ver, diez argentinos al frente” (salen todos). Preparen…apun…fuego!… Se desploman diez o doce compañeros. Y dirigiéndose otra vez a los obreros asombrados: “Cabecillas al frente”. Igual quietud. “Soldados argentinos! preparen…apun…fuego!…” Nueva masacre, hasta por tercera vez. Convencidos de que si seguía así iba a concluir con todos, a la cuarta vez fueron señalados algunos que podrían merecer una distinción por su entusiasmo. Indicarlos, hacerlos formar y fusilarlos, todo fue uno; y para que no pudieran sentir envidia por la suerte corrida por sus compañeros, los pocos que quedaban también fueron ultimados. Así, ni pocos quedarían para hacer nuevas huelgas en el futuro.»
Y cuando la Patagonia está casi completamente bajo control militar, suceden hechos como los siguientes:
«En la estancia Ruben Aike, de la fuerte compañía
Las Vegas, un obrero no quiere trabajar más y pide la cuenta. Las
fuerzas que cuidan (como a las demás) estancias, lo insultan y provocan,
y por fin, le pegan tres balazos. Como acudieron, a las detonaciones,
los demás trabajadores, no tuvieron tiempo de ultimarlo sin ser vistos.
Mal herido, al siguiente día resuelven llevarlo a Rio Gallegos, pero a
pocas leguas de la estancia fallece, dicen, y lo entierran en el campo.»
Relatar por completo los sucesos en la Patagonia resulta imposible. Se habla de 1.500 víctimas como resultado de la campaña dirigida por el teniente coronel Varela. Chilenos, españoles y argentinos fueron masacrados. La prensa felicitaba desde sus columnas semejante pacificación. Se pensaba incluso dar a Varela el ascenso a grado de General y hasta un monumento. Pero, a medida que llegaban las noticias, empezaron las protestas y la condena de los hechos.
Pasaron días y meses en aparente tranquilidad, el teniente coronel Varela cumplía funciones en la capital, lejos de las fosas comunes y los cuerpos humeantes, lejos de pensar que la condena a sus actos estaba aún pendiente. Sin saber de dónde partiría el rayo que lo fulmine. En ciertos momentos hubieran sido las masas populares en movimiento de rebelión, pero en el estado de ánimo de 1921–23 la represalia se esperaba de individuos aislados. Esa condena llegó el 25 de enero de 1923.
La muerte de Varela
Kurt Gustav Wilckens era un anarquista de origen
alemán, que perseguía a Varela hace algún tiempo. En diversas ocasiones
intentó ultimarlo, pero al verlo con sus hijos, pensó que no debía caer
la condena sobre los niños por los crímenes de su padre. Finalmente el
25 de enero de 1923, lo encontró. También ese día hubo un problema: una
niña se interpuso y debió acercarse demasiado al militar, por lo que la
bomba que le arrojó alcanzó a herir su pierna. Varela y Wilckens
cayeron. Pero viendo al militar con vida, Wilckens se levantó y lo
remató a tiros de revólver. Cumplida su obra e imposibilitado de huir,
se dejó arrestar tranquilamente.
De una declaración del 29 de enero, copiamos lo que sigue:
«El detenido, cuyas heridas en la pierna lo retienen aún postrado en cama, manifestó con tranquilidad ser el autor único del atentado, y agregó que fue motivado por la actuación de la víctima en los sucesos del territorio de Santa Cruz.
Confesó haber arrojado la bomba al teniente coronel Varela en el preciso momento en que éste pasaba por frente a la casa señalada con el numero 2493 de la calle Fitz Roy, en cuyo zaguán se hallaba oculto.
Agrego que al verlo en el pavimento con vida aún,
le hizo los seis disparos del revólver, ignorando cuantos de los
proyectiles dieron en el blanco…
Al ser preguntado por el doctor Malbrán sobre la forma y sitio donde adquirió la bomba, Wilckens, visiblemente contrariado, se negó a contestar, aún cuando expresó no haberse arrepentido del hecho cometido.»
Manuel Carlés, el famoso jefe de la Liga Patriotica, se expresó así en el entierro del pacificador de la Patagonia:
«Es una traición esta muerte. ¡Mano extranjera, sin honor ni ley, ha muerto el jefe del ejército! ¡Que al menos esta tragedia pueda servirnos de lección! Ya que el congreso suprime la pena de muerte, que libra a la sociedad de las fieras humanas, y deroga la ley de orden social que previno el suelo patrio de la importación de prófugos y amnistiados extranjeros, que al menos, y así se lo pedimos al señor presidente, al menos que se imponga al extranjero el juramento de respetar las leyes y las instituciones nacionales…Esta muerte es una enfrenta a la cultura nacional y una traición a la fe jurada de la hospitalidad.»
La realidad de los sentimientos de la casi
totalidad del pueblo fue mas bien de simpatía para Wilckens que de
condenación de su hecho.
Por primera vez, después de enero de 1919, miles de trabajadores se convocaron en las plazas alrededor de la bandera de los anarquistas para gritar la solidaridad con Wilckens; se circularon listas de suscripción para aliviar la suerte del compañero preso, juntándose algunos miles de pesos. Pero la solidaridad seguiría extendiéndose, la acción había conmovido a los trabajadores de Argentina que ahora vigilaban celosamente a su hermano herido. En las filas de los trabajadores revolucionarios, la acción de Wilckens despertó júbilo y admiración, su gesto se anunciaba con respeto y cariño y cuanto más se conocía su vida privada, su carácter de propagandista, más se le abrazó por su sacrificio. Entre la noche y la sangre, por sobre el mar y las cumbres, náufragos o centinelas se reconocían al grito de: ¡Viva Wilckens! y el compañero se yergue como un peñasco cuyo recuerdo despues de siglos seguiría pegando contra las olas y acercandose al abismo; pero fué entonces cuando al desmoronarse se oyó un crujido en el espacio y una lluvia de piedras anunció gravemente: Kurt Wilckens ha caído.
El asesinato de Wilckens
«Bajo la dolorosa impresión que nos
ha producido el asesinato del querido compañero Wilckens, quizás no
acertamos a expresar con claridad nuestro pensamiento. Porque parece que
la mente se negara a funcionar como tratando de significar que es el
brazo quien debe levantarse airado para castigar ese nefando crimen,
este crimen tan repugnante como cobarde, perpetrado por los elementos
más abyectos de la sociedad: los militares, los amigos de monstruo que
masacró al proletariado de la Patagonia. La mente se niega. No es la
imprecación impresa la que debe llenar hoy todos los ámbitos de la
capital con sus protestas rotundas; es el alma popular, herida en lo más
sensible, que debe estallar atronando tierra y cielo, como el estallido
de mil bombas a un tiempo…» (Del nro. extraordinario de La Protesta, en la calle desde las 14 del 16 de junio de 1923)
La noticia del asesinato de Wilckens, mientras dormía en su celda, produjo en el movimiento obrero una sacudida inolvidable; la huelga general iba de sangre a sangre, de corazón a corazón y de cuerpo a cuerpo. Los panaderos, que se reunían en la mañana del 16 de junio para tratar asuntos del gremio, al saber lo sucedido suspendieron la reunión y declararon la huelga. La huelga general se hizo efectiva en Buenos Aires, casi sin atender la declaración oficial de las organizaciones obreras centrales: la FORA y la USA.
Los obreros desconfiaban de la USA por su orientación históricamente reformista y, fundamentalmente, porque sus jerarcas habían tenido un rol preponderante en la masacre de la Patagonia puesto que sus delegados, de la entonces llamada FORA del IX, en oposición a la FORA comunista anárquica, habían negociado la vida de los obreros. Sin embargo, los gremios contenidos en la USA adhirieron también a la huelga. El resto del proletariado sabía que al momento de asumir una actitud frente al Estado y al Capital estos sabrían buscar sus excusas y rodeos para justificar su miseria sindicalista.
La huelga general solidaria
La FORA resolvió el mismo día viernes 13 de junio dar a publicidad en La Protesta la siguiente declaración de huelga:
«Compañeros: El más alevoso asesinato ha sido cometido por las hordas de la Prisión Nacional. La venganza que se venía tramando ha sido puesta en práctica ayer de madrugada, mientras nuestro querido compañero dormía.
Una descarga de fusil destrozole el pecho. El asesinato no puede ser mas bárbaro ni más baja la venganza. Han procedido, pues, como solo saben hacerlo los cobardes.
La FORA, consecuente con sus principios, ha declarado la huelga general, en toda la República.
¡Trabajadores! Que nadie se llame a silencio. No
lanzarse a la calle en esta emergencia significa solidarizarse con los
bárbaros sucesos de la Patagonia y con el repudiable asesinato cometido
en la Prisión Nacional.
Compañeros, proletarios, hombres concientes, ¡A la calle!
La violenta situación que al proletariado le ha creado el cobarde asesinato de Kurt Wilckens, reclama como una inexorable obligación de honor que los trabajadores, todos, respondan al desafío insolente y audaz del militarismo con la huelga general. ¡Que todas las actividades cesen de inmediato! ¡Que los trabajadores, como una ola incontenible, enérgica y viril, inunden las calles de la capital, haciendo vibrar su protesta!
En el día de hoy y sucesivos, todos los locales obreros deben estar llenos de trabajadores, donde se les informará y tendrá al corriente de la marcha del movimiento. Las CCAA deben permanecer constantemente reunidos, para seguir la marcha de los acontecimientos.
¡Trabajadores, hombres dignos! Los momentos son de lucha y de coraje: frente al crimen viril y alevoso, se imponen los gestos enérgicos y las actitudes decididas. ¡Que cada uno ocupe su puesto!
El Comité de Huelga de FORA»
El 16 de junio los locales obreros se vieron frecuentadísimos por las noches en busca de noticias; la efervescencia crecía y los ánimos estaban dispuestos a la acción. La FORA intentó comunicar telegráficamente la noticia de la huelga al interior, pero las oficinas telegráficas se negaron a transmitirla; la huelga se hacía efectiva en todo el país de la misma forma espontánea que en Buenos Aires.
17 de Junio
En la ciudad se respira una aire de expectativa.
Los choferes habían declarado el paro la noche anterior, y éste era
absoluto; los panaderos lo habían declarado antes del mediodía del 16;
los lavadores y limpiabronces de autos por la tarde; y así
sucesivamente. Solo marchan algunos tranvías. La ciudad dependía de lo que resolvieran los obreros y existía en todas partes esa sensación.
Era domingo y el aspecto bullicioso de ese día en la gran ciudad
contrastaba con este domingo del 17 de junio, presagio de violentas
explosiones.
Los sindicatos autónomos y los adheridos a la USA también decretaron la huelga. La Protesta, el Comité Pro Presos y la FORA reclamaban el cadáver de Wilckens. Los locales estaban repletos, principalmente el de los panaderos, en Bartolomé Mitre 3270.
Se comenzaron a recibir noticias del paro en el interior; de Rosario informó telefónicamente la Federación Obrera Local (FOL) que había sido declarada la huelga y el proletariado respondió unánimemente; hubo enfrentamientos y detenciones. En Avellaneda se obligó a cerrar las puertas del comercio. La Federación Local Bonaerense constató la unanimidad del paro en la capital. Los reclusos de la Penitenciaria Nacional donde fué asesinado Wilckens se declararon también en huelga, negándose a recibir el rancho. Se dió cuenta de numerosos arrestos en todos los barrios de la Capital. Hasta que se recibió por fin la versión exacta sobre el estado de Wilckens: fallecido a las cuatro de la mañana, después de una penosa agonía. Las autoridades policiales temiendo al masivo entierro de Wilckens, en lugar de entregar su cadáver a los obreros, lo llevaron clandestinamente a la Morgue y después a la Chacarita, donde lo depositaron en la calle 3, sepultura 57, tablón 4.
A las 16 horas, se produjeron incidentes frente al local de Bartolomé Mitre 3270; resultaron algunos heridos y tres tranvías que pretendían continuar su marcha sufrieron algunos desperfectos; entre los pasajeros y los huelguistas se cambiaron algunos golpes y sonaron algunos tiros. La policía realizó varios arrestos de camaradas clausurando locales. Los vendedores de diarios, igualmente en huelga, no recibieron más que la prensa obrera y diarios como Crítica que asumían la defensa de Wilckens.
Copiamos algunos párrafos de los manifiestos de declaración de huelga:
«¡Trabajador, hermano, escucha! Detén por unos días el trabajo, mezcla tu voz de repudio y de protesta con las nuestras; grita para robarles la tranquilidad y el sueño a los poderosos asesinos y habrás levantado el monumento más grande y puro a la memoria del vengador. Que el santo y seña sea: Acción, acción, acción» (El Comité de Huelga de la Federación de la Industria del Calzado).
… «El pueblo, ¿Qué piensa hacer el pueblo frente a tanto dolor e injusticia tanta? Las barricadas son nuestro puesto de honor; son, en fin, la cumbre deslumbrante que se yergue altiva ante nuestros ojos atónitos de horror y de espanto, como un soberbio interrogante»… (Obreros en Dulce Unidos).
«¡Arriba los corazones! Que cada uno ocupe su puesto de combate. La calle debe ser nuestro cuartel, la inteligencia nuestro jefe. ¡Adelante!»…
(Comisión de Huelga de los Galponistas, Escaleristas y Anexos).
18 de Junio
La FOL Bonaerense publicó también un enérgico
manifiesto, en el que recomendaba a los trabajadores estar atentos a los
delegados y al Comité de huelga y no reanudar las tareas hasta que, de
común acuerdo con todos los gremios, se diera oficialmente por terminado
el paro. Y sobre todo que desoyeran a los sectores reformistas que
fueron a esta lucha arrastrados por los acontecimientos, que se
redoblaran los esfuerzos, puesto que al asesinato de un compañero se le
sumaba la provocación policial y la negación a la entrega del cadáver.
La FORA y la FOL.B convocaron un mitin para el 19 a las 14 horas en la
plaza del Once. El entusiasmo estaba muy lejos de decrecer; del interior
se recibían continuamente noticias. La USA declaró terminada la huelga
para el día 19 a las 18 horas y la prensa burguesa y del PC publicaron
la resolución de la USA de dar por terminado el movimiento. Pero la FORA
lo reafirmó y con la FORA estaban los explotados. Los trabajadores de
Buenos Aires se prepararon para concurrir al mitin convocado por la FORA
y la FOL.
19 de Junio
«Como la huelga se inició el sábado a
la tarde, y eso en forma parcial, y el domingo no puede ser considerado
como un día de paro forzado por esa decisión de las organizaciones
obreras, podemos decir que recién ayer comenzó la huelga general de
protesta. Se comprende, pues, la necesidad de mantener en tensión el
ánimo popular, para que esta acción llene sus objetivos y haga sentir
sus efectos sobre la vida económica del país. Con 24 horas de paro
general, máxime cuando hay quienes tienen la avilantez de traicionar
esta causa colectiva, no puede considerarse terminada la protesta del
proletariado. ¿De que serviría este gesto, si no hiciéramos sufrir a la
burguesía, moralmente responsable del asesinato de Kurt Wilckens, el
peso de nuestras decisiones? El paro general debe prolongarse hasta que
llene plenamente sus objetivos. Y esos objetivos no pueden encerrarse en
una simple protesta platónica»… Editorial de La Protesta
Miles de obreros se reunieron en el local de los panaderos y alrededores, la plaza Once estaba policialmente ocupada, se realizaron numerosos arrestos; los concurrentes al mitin de la FORA invadieron la calle; las provocaciones cobardes de la policía llevaron a un choque y el mitin fue prohibido. En la refriega resultaron tres muertos, unos 60 heridos y más de trescientos presos. De la policía también hubo algunas bajas. Al tenerse noticia de los sangrientos sucesos, casi todos los gremios resolvieron la continuación del paro.
20 de Junio
El 20 de junio la FORA y la FOL se
dirigieron al proletariado con un manifiesto llamando a seguir la
huelga. Esta fue continuada; pese a la lógica traición de la USA, los
gremios de la FORA quedaron en su puesto de lucha, acompañados por la
simpatía y la solidaridad efectiva de algunos gremios de la USA y de
otros autónomos.
«Y ahora que la USA consumó una traición más, abandonando al proletariado en los momentos más graves, nos dirigimos a los obreros de esa entidad, en el sentido de que por encima de la voluntad de sus jefes y de los judas que los explotan y engañan, prosigan con nosotros la lucha, y vengan fraternalmente a pelear por la justicia y a morir por la libertad»…
En estas circunstancias, y habiendo enterrado la
policía clandestinamente el cadáver del camarada Gomba, uno de los
caídos en Bartolomé Mitre, la FORA y la FOL Bonaerense acordaron por la
tarde dar por terminado el paro para el jueves a las seis de la mañana.
Algunos gremios tuvieron que continuar el paro a consecuencia de
conflictos planteados debido a la huelga general; la mayoría de los
presos fueron poco a poco saliendo en libertad.
A modo de cierre
En todo el país, la huelga general de solidaridad y de protesta puso un sello memorable a las jornadas del 17 al 21 de junio.
No hay registro de lo realizado en cada población de la República
Argentina, pero en todos los centros urbanos donde había organización
obrera la huelga fue espontánea y trajo duros enfrentamientos, como en
Bahía Blanca, Córdoba y Santa Fe, en aquellos lugares donde no hubo
fuerza suficiente los compañeros realizaron concentraciones para
demostrar su indignación. Lo mismo sucedió en el exterior, desde donde
las noticias llegaban lentamente y se publicaron miles de artículos,
panfletos y octavillas, por toda América y Europa, e incluso se
realizaron decenas de actos solidarios.
Resta decir sobre estos días las palabras de un compañero: «Nada de lo que los inspiró está muerto ahora en nosotros o ha sido en nosotros rectificado. Todo lo que ellos atacan o acarician sigue igualmente de pié, cerrado o fluyendo. Los hechos que ellos comentan son nada más que un pretexto para destacar nuestra alma frente a la entraña burguesa.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario