Palabras de un Primero de mayo
Quería comenzar con unas palabras de un viejo compañero, Fredy Perlman, de su libro Contra su historia, contra el Leviatán, que sirvió de inspiración para el pequeño folleto que repartimos hoy.
En ese texto nos cuenta que «(…) en la
antigua Anatolia, las comunidades danzaban en las ruinas del Leviatan
hitita, y construían sus chozas con las piedras escritas que contenían
los registros de las grandes acciones del desaparecido imperio.»
En toda la historia de la humanidad hubo
movimientos, comunidades e incluso individuos que afirmaron que el
Estado no somos todos. El Estado, compañeros, son todos aquellos quienes
nos dominan, gobiernan, reprimen, fumigan, envenenan, encarcelan,
torturan, hambrean, desalojan, violan y exilian. El Estado es quien nos
militariza, nos mata en las guerras, nos convierte en refugiados. El
Estado es el que nos extorsiona, el que nos aumenta el costo de vida y,
de vez en cuando, nos devuelve parte de la plusvalía que nos extraen los
capitalistas, en forma de subsidios o planes sociales, como si
estuviera haciéndonos un gran favor. El Estado es quien nos ordena cómo y
cuántos hijos tener, con quiénes podemos compartir nuestra sexualidad,
cómo y dónde pasar el tiempo. Y es que es tan pero tan megalómano que no
solo aspira a controlar y dominar a la humanidad. El Estado es enemigo
declarado de la vida toda, compañeros. De los animales, de plantas y
árboles, de todos los organismos existentes y sus complejos vínculos. El
Estado, como arma del Capital, es el gran transformador y destructor
del mundo.
El Estado no somos todos. El Estado no es
solo tres poderes, ni una docena de ministerios, ni una suma de grandes
edificios. El Estado no es tampoco solamente el sindicato, el partido
político, la ciencia, la academia. El Estado es también el mundial de
fútbol, la nación, la moneda, la energía nuclear, los bombardeos y los
portaaviones… El Estado es todo esto y mucho más, a veces un monstruo
tan enorme que sus límites no quedan claros; lo que sí es evidente es
que el Estado no somos todos.
El Estado es esa gran mafia que derrotó a
todas las demás. El Estado es el partido de la burguesía, es la fuerza
organizada de quienes representan al Capital. Para ellos el Estado es el
que garantiza la seguridad, la libertad, la justicia y la igualdad.
Según la ideología, la ideología dominante claro está, sin el Estado nos
moriríamos de hambre, sin el Estado esto sería una guerra de todos
contra todos. Pero nosotros nos burlamos desde hace siglos de sus
categorías, de sus grandes falacias, de sus mistificaciones.
Es donde comienza el Estado que el hambre
reina por doquier. Es con el Estado que las guerras progresan y se hacen
cada vez más inhumanas. Con el Estado las condiciones de vida empeoran y
con ellas todas las relaciones entre los seres vivos, entre las
personas. Con el Estado la apatía gana y la solidaridad parece
desvanecerse. El estado de cosas actuales no es más que el Estado
dominándonos como cosas.
Es cuando comenzamos a atacar al Estado, o
logramos correrlo momentáneamente, que recuperamos nuestra vida, que
reconocemos nuestras capacidades, que afirmamos nuestra potencialidad.
Fue en la plaza Tahrir, en El Cairo, hace apenas algunos años, donde
durante la insurrección los proletarios se curaban entre sí y compartían
toda su comida. Fue hace casi 80 años, en un glorioso julio del 36 en
Cataluña, que por algunos meses el mundo se trastocó. Les robábamos a
los burgueses las armas, las frazadas, organizábamos los abastos por
cuadra, recuperábamos los grandes edificios y los poníamos a disposición
de nuestras necesidades, e incluso nos osábamos a socavar las bases del
dinero, el intercambio y la prostitución. Y también fue aquí, hace
apenas 15 años, que nos ayudábamos entre vecinos, reconectándonos los
servicios que el Estado nos desconectaba, discutiendo en la calle cuáles
eran nuestros próximos pasos, recuperando por unos breves instantes una
sociabilidad que creíamos perdida. Gritábamos: «¡Que se vayan todos!
¡Que no quede ni uno solo!»
El Estado no somos todos y no nos
cansaremos de repetirlo. El Estado jamás podrá terminar de
integrarnos. Siempre que haya Estado, compañeros, habrá rebelión,
insumisión y revuelta. Siempre que exista el Leviatán habrá quienes lo
combatamos. Y no se trata de unos pocos individuos concientes, ni de
ideología, estética, gusto o puras divagaciones teóricas. Se trata de
nuestras necesidades, compañeros. Se trata de que todos los explotados
reconocemos en alguna fibra de nuestro cuerpo la enorme imposición, la
gigante desposesión, la abrumadora violencia que ejercen contra
nosotros. Se trata, por sobre todas las cosas, de la necesidad de
rehacer la comunidad, de reencontrarnos con nuestra humanidad. De la
gran necesidad que tenemos: dar muerte a la hydra Estado-Capital.
Y cuando nosotros, nuestra clase, quién
sabe después de cuántas generaciones de proletarios en lucha, finalmente
destruyamos al Estado, vamos a bailar y a reír sobre su tumba. No
destruiremos solo sus edificios, sus billetes, sus empresas y sus
escuelas. No derribaremos solo sus relaciones sociales, su dinero, su
valor. También arrasaremos con su historia, su ideología y con su misma
definición de lo que significa ser humano. Y será esta misma lucha la
que nos hará olvidar, más rápidamente de lo que sospechamos, del dios,
del patriarca, del gran carcelero, de sus leyes, de su economía y de su
muerte en vida que nos impuso durante tantos años… Compañeros: tan
presuroso vendrá el olvido como la puesta en práctica de una vida en
comunismo y anarquía, sin Estado, sin Capital.
¡Viva el 1ro de mayo!
¡Por la revolución, total y mundial, por la comunidad humana!
Nota a la ilustración:
Frente a la célebre frase de Hobbes «Bellum omnium contra omnes» (Guerra de todos contra todos) oponemos: «Bellum omnium contra statum» (Guerra de todos contra el Estado).
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