sábado, 6 de diciembre de 2014

UN AÑO MÁS EN EL REINO DEL CAPITAL

Es difícil, bajo la insoportable maraña de versiones y contraversiones que nos llegan desde los medios y los organismos estatales, sacar alguna conclusión sobre la verdadera actualidad del devenir económico. No obstante, es notable el decrecimiento de la capacidad de compra de los salarios que recibimos los proletarios.

Esta situación desfavorable, al menos, generó una pequeña brecha de luchas en el mar de paz social y civismo en el que se encontraba la región durante estos últimos años, luego de que el 2001 finalmente quedara en el olvido o fuera recuperado exitosamente por la burguesía.

Los últimos conflictos obreros que se dieron principalmente en el cordón industrial del norte de Gran Buenos Aires nos mostraron a toda una serie de personajes que aprovecharon para presentar sus discursos en radio y televisión. Burócratas sindicales, trotskistas en sus 15 minutos de fama y funcionarios kirchneristas, cada uno con su cuentito acerca de qué es lo que está sucediendo con la producción industrial. Los conflictos y las reivindicaciones quedaron, obviamente, en segundo plano y el aislamiento y la propaganda burguesas, sumadas a la fuerte represión, hicieron estragos en la lucha proletaria.

Las variantes de la explotación burguesa

La triste realidad es que hace siglos que, con algunas heroicas excepciones, venimos peleando por migajas, por aumentos de sueldo que ni siquiera cubren la inflación y por mantener las fuentes de trabajo ante los vaivenes de la economía. Como puntapié deberíamos luchar por nuestra fuerza de trabajo, y no por “nuestras” fuentes de trabajo; las fuentes de trabajo que las defiendan los patrones y los inversionistas. Para que no nos revienten el cuerpo trabajando, para que no nos atrofien la cabeza. Luchar para mantenernos sanos, física y mentalmente. Luchar para mantenernos organizados y listos para responder ante cada ataque de los burgueses. ¿Qué ganamos defendiendo la empresa en que nos toca trabajar?
Además de eso, deberíamos empezar a plantearnos verdaderamente la cuestión de qué y cómo producimos los materiales que requerimos satisfacción de nuestras necesidades humanas. Nos encontramos a merced de una clase que cada vez produce cosas más defectuosas, que se rompen más rápido y que ni siquiera son efectivas en lo que se supone que deberían hacer.

Esto, en parte, se suele combatir de una manera ciudadana extremadamente parcial, en los casos en los que se percibe “sobreprecio”, sea en las facturas de telefonía celular o servicios similares, pero la realidad es que sucede en todas y cada una de las cosas que consumimos para vivir. En mercados con pocos competidores es mucho más simple para la burguesía aumentar la tasa de ganancia subiendo el precio de los productos (formalizando o no arreglos con sus competidores de manera “ilegal”, según las leyes antimonopolio) antes que disminuyendo los salarios. Así mismo, es bastante más conveniente reemplazar ciertos insumos, diluir (o la vieja y conocida adulteración), engañar o confundir a personas que comprarán el producto y que los separan 2 o 3 intermediarios de su punto de producción; que intentar aumentar las horas de trabajo de sus empleados, con los cuales existe un nexo relativamente directo y cuya perspectiva de solidaridad antipatronal es, dado su vínculo material, mucho mayor que el de unos “consumidores” anónimos. En la actualidad, la burguesía sólo recurre a la confrontación directa con los trabajadores cuando las otras formas de maximización de la tasa de ganancia se tornan dificultosas.

Cuando los burgueses nos explotan no se desdoblan en dos roles. Uno cuando nos bajan el salario o nos fuerzan a trabajar más horas. Otro cuando aprovechan su condición de oligopolio para aumentar los precios de las mercancías que producen, o cuando deciden usar jarabe de maíz de alta fructosa en vez de azúcar, aunque sea un componente mucho más nocivo para los seres humanos. ¿Por qué entonces los proletarios asumimos roles al momento de plantear nuestras reivindicaciones? ¿Por qué somos trabajadores cuando reclamamos mejores condiciones laborales y consumidores cuando criticamos la pauperización de todos los aspectos de nuestra vida?

A veces parecería más fácil olvidar por un momento todas estas cuestiones e ir al supermercado a analizar los precios y organizar controles “antiinflación”, construir una cooperativa de consumo o mandar cartas a empresas con prácticas deshonestas. Hacer “algo” que pueda modificar algún aspecto concreto de nuestra existencia y la de algunos pocos cercanos a nosotros.

La dificultad radica en que no hay salidas particulares a esta problemática. La transformación social hacia una historia verdaderamente humana debe ser total o no será. La lucha contra el Estado y el Capital es la lucha por superar colectivamente una fase de la historia humana caracterizada por la enajenación, la alienación, el desdoblamiento en roles y estereotipos.

La responsabilidad de los proletarios en el presente

Otro año más termina y el horizonte de la revolución todavía parece muy lejano. El clima de represión se va recrudeciendo en la misma proporción que la situación económica. La burguesía está cargando sus armas para contener la posibilidad de una revuelta proletaria en la zona. Se acercan las fechas en las que, desde hace 2 años, algunos proletarios salen a la calle a saquear comercios para recuperar algo del plusvalor que se les extrajo, o bien lo hacen embriagados de publicidad capitalista para satisfacer sus falsas necesidades. Esperemos que no haya detenidos y que no tengamos que enterrar a ningún hermano.

Tenemos que afianzar los lazos de solidaridad y asociacionismo proletario para defendernos y contraatacar. La socialdemocracia nos intentará llevar al matadero, diciéndonos que aceptemos los aumentos que nos ofrecen, que trabajemos más, o que la gendarmería está en la calle para defender a los honestos trabajadores. Van a comenzar a usar la palabra austeridad, tan de moda en Europa desde hace unos años. Nos van a pedir que nos esforcemos por la economía, ¡por SU economía!
Van a tratar de desmembrarnos, de partirnos en mil categorías: los que roban, los que trabajan hasta deslomarse, los extranjeros, los jubilados, los estudiantes, los del interior. Van a darnos bocadillos para que nos traicionemos entre nosotros. La fortaleza y la solidaridad están a la orden del día, no podemos seguir agachando la cabeza viendo cómo nos derriban.

Mientras tanto, las caras de los políticos ya están en la calle nuevamente, la temporada electoral comienza y sus eslóganes intentan colarse en nuestro inconsciente. Ellos van a definir nuevamente cómo se organizan para organizar nuestra vida, nuestro futuro. Van a vendernos que “el futuro nosequé” o que “el cambio es posible”.

La única salida, el único “cambio”, ahora y siempre, es la revolución social. Una revolución profunda y total, que modifique todos los aspectos de la vida humana. Una revolución que no va a llegar sola, una revolución que no es una bella palabra para luego bajar la cabeza ante “el mal menor”. Para HACER la revolución hay que SER la revolución, desobedeciendo al mandato dominante, comprometiéndose, destruyendo el ideal burgués de felicidad, para crear otro que no sea miserable e individual, cuantificable y legal.

Contra el Capital, el Estado, la política y el mercado. Por la comunidad humana mundial. Por el Comunismo. Por la Anarquía. Siempre.

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