jueves, 2 de julio de 2020

ECOCIDIO EN EL HUMEDAL

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Durante varias semanas del mes de junio la ciudad de Rosario amaneció y anocheció bajo una espesa niebla de humo proveniente de la quema de pastizales y montes de las islas, al otro lado del río Paraná. Este humo que se cernía sobre la ciudad como la bruma de una película de ciencia ficción afecta las vías respiratorias y produce alergias e irritación ocular, al punto de que muchas personas sufren severas consecuencias en su salud.

Sin embargo, el problema de fondo es aún peor que el humo que llegó a nuestras narices aprisionadas tras los barbijos. La quema agudizada durante los últimos meses es una práctica común entre los productores ganaderos en las islas de Entre Ríos. El motivo es la progresiva extensión de los terrenos a explotar, así como la rápida preparación de los mismos para la alimentación de su ganado y ahuyentar otros animales que consideran plagas. Las llamas, que han arrasado miles de hectáreas en diferentes focos, dañan principalmente el entorno inmediato donde cientos de especies animales y vegetales mueren o se ven desplazadas como consecuencia del fuego y la asfixia.

Esta expansión es inseparable de una mucho más amplia: la de las fronteras del agro en todo el territorio. Si bien los transgénicos han provocado una intensificación del proceso, esto no puede llevarnos a sacralizar la producción agropecuaria anterior a su implementación, donde la quema, los agrotóxicos y el desmonte eran prácticas usuales. Es necesario comprender que la forma en que se produce en cada sector en cada momento está determinada por lo que dicta la tasa de ganancia, y toda discusión acerca de las “buenas prácticas” es un terreno completamente infértil si no se plantea una crítica profunda al sistema productivo en su conjunto.

El desastre en el humedal no solo se realiza a través de la quema de pastizales y deforestación por parte de quienes ostentan ser sus dueños. No debe olvidarse toda una serie de ataques contra la vida y el ecosistema que se desarrolla en esta zona: la nueva industria turística emergente­—y en este caso también podemos referirnos a todos aquellos que visitan el río con sus vehículos acuáticos motorizados y los evidentes daños que producen—; los terraplenes y elevaciones artificiales de los terrenos; la inescrupulosa actividad pesquera y de caza de animales silvestres (se puede ver cómo, a medida que pasa el tiempo, cada vez son menos las especies animales que siguen habitando los humedales); esto sumado a los desechos cloacales y tóxicos vertidos al río provenientes de las instituciones “sanitarias” e industriales de la ciudad de Rosario y sus alrededores, y los residuos de los pesticidas utilizados en el vasto territorio que conforma la cuenca del río Paraná.

Los incendios provocados en las islas son solo otro eslabón en una cadena de avance sobre el territorio en la región. Ayer fue el puente Rosario-Victoria, inaugurado hace tan solo 17 años. Facilitando el transporte y la comunicación entre las dos provincias, así como el acceso por tierra a muchas de las islas para facilitar su explotación, esta megaobra significó y significa un ataque directo a las diversas especies de la zona, así como a los habitantes de las islas y quienes se sustentan de la pesca a pequeña escala. Y aunque ahora sea parte del paisaje, el puente no estuvo siempre allí. Cada desastre se cimienta sobre otro, y es por eso que, aunque todo sea parte del mismo problema, es importante oponernos a los nuevos ataques, advirtiendo además la interrelación existente.

La próxima catástrofe local es la ampliación del dragado del río Paraná. En abril de 2021, la concesión del dragado se renovará con una profundización y ensanchamiento del canal para los buques de carga. Uno de los interesados en dicha concesión es China, el ya principal comprador de soja argentina. Representantes de China Communications Construction Co (CCCC), el gigante de la construcción estatal en ese país, ofrecieron al gobierno argentino darle mayor profundidad al río Paraná, la principal vía fluvial de Argentina para el transporte y exportación de productos agrícolas. Marcos De Vincenzi, gerente de dragado de Servimagnus, socio local de CCCC, dijo: «Creemos que el dragado de la vía fluvial debe actualizarse para satisfacer sus nuevas necesidades de tráfico y comercio» y agregó «cada pie de profundidad adicional aumentaría la eficiencia al permitir que los barcos transporten desde 1.800 a 2.500 toneladas de carga adicional.»

De los incendios y sus descontentos
Además de organizaciones ecologistas y ONG, personas autoconvocadas nos reunimos en diferentes ocasiones: asambleas, protestas o abrazos simbólicos al río con la propuesta de visibilizar la situación. Sin embargo, lo que primó fue la intención de reducir el problema de los incendios a una cuestión de ilegalidad para que llegue a las agendas políticas y se proceda a la acción judicial con abultadas y efectivas multas para los responsables. Así, se le pide al Estado lo mismo que desde hace años es evidente que no pretende solucionar, y no por un simple desinterés o capricho. Los intereses que están detrás de las quemas son los que defienden, defendieron y defenderán los representantes políticos, los intereses de las ganancias capitalistas que llenan sus bolsillos, sean del partido político que sean.

Como decíamos en el nro. 65 del boletín La Oveja Negra: «Durante toda la “década ganada” nuestra región sufrió el récord de desmonte por motivos agropecuarios, mientras se daba la bienvenida a nuevas inversiones de Monsanto y la minera Barrick Gold. Pero esto tampoco es propio de un gobierno en particular. En la Provincia de Santa Fe, por ejemplo, se pasó de tener casi 6.000.000 de hectáreas de bosques en 1935 a 840.000 en 2002, es decir, en ochenta años se “perdió” un 82% de bosques nativos. “Nada se pierde todo se transforma” dirán los eslóganes apaciguadores de la autoayuda, y en algo tienen razón, bajo la lógica de este sistema no se pierde nada mientras se transforme en valor: esos bosques fueron sistemáticamente destruidos para la ganancia.»

Los pedidos más o menos ingenuos y fragmentarios hacen que resulte muy simple para los políticos de turno buscar culpables particulares con nombre y apellido y dejar intacta la cuestión de raíz que acecha la vida, no solo del río Paraná y sus humedales sino de toda la naturaleza en su conjunto. El intendente de la ciudad de Rosario y el chovinismo provincial tienen la caradurez de considerar “una provocación” de la vecina provincia de Entre Ríos el recrudecimiento de los incendios tras firmarse un acta por el cese de las quemas durante 180 días. En otras ocasiones habrán sido y serán ellos mismos los que avalen todo este tipo de atropellos. Finalmente fue un diluvio el que apagó el fuego.

Quizás una lluvia intensa vuelva a parar un próximo incendio, y probablemente los dueños de los campos no pagarán sus multas. Lo seguro es que las organizaciones ciudadanas y ciudadanistas seguirán pidiendo que se apruebe tal o cual legislación. Actuando como correa de transmisión entre el Estado y quienes quieran parar las nocividades. Aplicando al odio y el amor genuinos de los movimientos sociales, el ungüento tranquilizador del suplicio legal y la confianza en los políticos y los empresarios. No es casual ni ingenuo que quienes se erigen como representantes de las manifestaciones suelen ser los presentadores compulsivos de proyectos de ley o de “producción sustentable” para el municipio, quienes hacen carrera política y a fin de cuentas progresan gracias a la mano del Estado.

Otra de las propuestas es la declaración de un Parque Nacional (1) en la zona, lo que significa poner a la naturaleza como un museo, santuario o vidriera donde se debe pedir permiso y pagar para poder circular. Con la lógica estatal del “cuidado” tan a la moda, la única forma de preservación de la vida se presenta como la prohibición y la regulación por parte del Estado, en este caso de ciertos territorios delimitados, mientras el resto es librado al uso indiscriminado de sus propietarios. Destinados al turismo o a la producción, en ambos casos se trata de la continuidad de la desposesión del ser humano de sus medios de vida y su brutal separación del entorno natural. Así, finalmente se cumplirá aquello de “el Paraná no se toca”, mientras con el Paraná se negocia.

Sumado a esto, el ciudadanismo, en este caso ecologista, desalienta las manifestaciones que apuntan al paro de la producción y circulación de las mercancías, haciendo llamados a seguir hablando en el lenguaje de los amos. “Jamás cometeríamos un delito para denunciar otro delito” decían. Es necesario tener en claro y seguir remarcando que este tipo de razonamientos solo nos llevarán a seguir sumidos en esta lógica de muerte y opresión, que el río Paraná junto con todo su ecosistema es hoy el foco de una problemática, pero el capitalismo no reconoce límites.

La Ley no es lo justo, es solo un consenso entre los burgueses para proteger sus propiedades, cuando se trata de aplicarla en ellos son solo papel mojado. Sin desobediencia no solo no hay revolución, sino el más mínimo cambio en beneficio de la clase de explotados y oprimidos de esta sociedad.

Un río no es frontera
Otra cuestión no menos importante es que no se puede limitar la problemática a una frontera que no existe para un metabolismo natural. Estos incendios no pueden aislarse de los ocurridos en la selva amazónica, ni de los desmontes del Chaco, solo por nombrar los más cercanos. Y esto desnuda el hecho de que una solución no podría venir jamás de tal o cual político o ley que se apruebe. Y no lo decimos para bajar los brazos o porque no nos parezca importante luchar por lo inmediato, para que se deje de prender fuego la vida a nuestro alrededor, sino todo lo contrario, escribimos estas reflexiones porque vemos que se está dando siempre la misma batalla inútilmente.

Como en todas las situaciones en las cuales somos bombardeados por los medios de comunicación, los temas de conversación se vuelven virales y todos pueden opinar a través de las redes sociales, surgen los comentarios del tipo de “cuando pasa en Australia todos se preocupan, pero cuando pasa acá enfrente no”. Esta clase de comentarios solo sirven para minimizar los hechos y perder de vista que todos tienen el mismo origen: la producción de valor. Parecería que solo por estar más cerca nos tenemos que preocupar, cuando incluso incendios ocurridos en lugares tan lejanos como Australia también nos afectan, aunque no sintamos el humo. Pero los ríos y los bosques no tienen patria, ni compiten en sus desgracias.

En los tiempos que nos están tocando vivir, de distanciamiento social y confinamiento obligatorio, se pretende obligarnos a taparnos la boca para salir a la calle. Durante las semanas de abundante humo en la ciudad de Rosario, recordábamos las imágenes que nos llegan de ciertas metrópolis orientales, donde no se puede ver el horizonte debido a las espesas nieblas tóxicas y el uso de máscaras es moneda corriente. Pero más allá del acostumbramiento a lo inimaginable, la situación se torna absurda e insostenible. Quienes ven la salud como estadísticas y protocolos, nos obligaron a dañar nuestra salud con el uso de tapabocas, que no solo dejan pasar el humo, sino que además reducen la capacidad respiratoria.

No nos callemos, no nos tapemos la boca ante la codicia mercantil y predadora de la vida.


Nota:
(1) No olvidemos que en el año 2017 Rafael Nahuel caía asesinado por el Estado, en nombre del cuidado de los parques nacionales. Ver La Oveja Negra nro.59: Parques nacionales: Naturaleza muerta

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