sábado, 14 de septiembre de 2019

NUEVA TRANSACCIÓN DEMOCRÁTICA

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La crisis no van a pagarla los capitalistas. La burguesía jamás ha pagado ninguna crisis y no parece que vayan a pagarla. Individualmente algún burgués fracasará en cierto negocio, otro perderá algunos millones. Socialmente el peso de la crisis lo aguantaremos el proletariado. Nos aplastarán a cada franja proletaria un poco más en nuestra existencia. Quienes tenían poco tendrán menos y quienes tenían casi nada caerán en la miseria absoluta.

De las crisis cíclicas se sale con ajustes, es decir, bajando los salarios y reprimiendo. Estas medidas no se deciden necesariamente en una cámara de representantes de ese pueblo que no delibera ni gobierna. No fue magia ni es la inutilidad o inexperiencia del actual presidente, es el Capital mundial el que baja los sueldos y a su vez exige garantías para su desarrollo, a saber: represión y condiciones legales (leyes antiterroristas, reforma laboral y reforma previsional).

Así funciona el Capital y mientras exista habrá crisis. Comprenderlo no significa denunciarlo y complacerse apáticamente en su funcionamiento. De lo que se trata es de no pedirle peras al olmo, de no conciliar con quienes nos explotan, ni depositar esperanzas en quienes siempre mienten. De entender que solo imponiendo nuestras necesidades se puede hacer frente a un ajuste y que, sin embargo, solo en una ruptura total con este modo de producción explotador van a terminar las crisis y los ajustes.

En la parcela argentina, pasadas algunas horas del cierre del circo electoral de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias realizadas el 11 de agosto, donde la fórmula opositora alcanzó una amplia victoria, hubo una brusca devaluación del peso respecto al dólar con su consecuente aumento en el costo de vida.

Al evidente problema que representa sobrevivir una crisis económica se le suma el tener que escuchar tanta boludez al respecto. Las discusiones se dan en el lenguaje del enemigo y en su terreno. Las culpabilizaciones entre un sector y otro de la burguesía no son más que la coartada de su verdadera disputa de fondo: cómo se reparten el fruto de la explotación que sufrimos a diario.

Las urnas en lugar de las calles, la pelea interburguesa en lugar de la lucha abierta de clases, los discursos en lugar de la realidad, todas buscando explicar o justificar nuestras miserias con las figuritas de siempre: la “economía nacional”, la “situación de los argentinos” o la “realidad del país”, siempre negando la existencia de clases sociales e intentando hacernos creer que gobernantes, empresarios y explotados sufrimos por igual.

Los ciudadanos que habían votado contra el ajuste llamaron a no movilizar contra el ajuste. Acusando de provocadores, de funcionales al gobierno a quienes sufrimos la explotación. Inclusive algunos de quienes sufren este ajuste en carne propia no quieren ensuciar la transición democrática. El respeto por el Estado y sus instituciones se convierte en un argumento clave para una gobernabilidad que se espera exitosa. Entonces las esperanzas en el nuevo gobierno se traducen en aguantar la transición como sea. Desde este gran constructo ideológico es posible que haya felicidad y esperanza por la victoria electoral de la oposición y, sobre todo, que estas persistan a pesar de una devaluación del 30%. Esperanza que se aferra a un relato donde los gobiernos kirchneristas aparecen como un pasado inmediato que ha sido idealizado, principalmente en torno al aumento de los salarios y los niveles de consumo. Pero se olvida que ese aumento fue a partir de un descenso brutal durante los gobiernos anteriores que nunca llegó a recuperarse realmente.

Mientras se recuerda lo “ganado” se olvida cada vez más que ningún gobierno o burgués regala nada por que sí. Se olvidan las grandes manifestaciones por «que se vayan todos», se olvidan los movimientos de trabajadores desocupados, los espacios de discusión y organización que existían en muchos ámbitos de sociabilidad proletaria, las faltas de respeto frente a las instituciones y la propiedad privada. Ese pasado de lucha se recuerda solo como un pasado de miseria. Y las consignas e instancias organizativas, como un estadio de inmadurez política, un mal necesario frente a la incompetencia de la clase política.

El 15 de agosto y con el dólar a 60 pesos, Alberto Fernández aprobó el ajuste afirmando que «el dólar estaba retrasado y no se podía contener con fórceps. Hoy digo que el dólar tiene un valor razonable, no hay argumentos para que siga aumentando. Esas cosas a nadie le hacen bien». Esto lo señalamos, no para decir que todos los políticos son lo mismo, sino para comprender la continuidad entre un gobierno y otro. El ampliamente probable futuro presidente de la Argentina festeja el ajuste económico aprobando un nuevo descenso del salario real producto de la devaluación del peso que ya prometía en su campaña, para realizar la ansiada “lluvia de inversiones” incentivada por salarios bajos en dólares y fomentar las exportaciones.

La complementariedad de gobiernos es evidente pese a las aparentes diferencias. Y así como el gobierno de Macri recibió de los gobiernos Kirchner-Fernández una región amansada e institucionalizada en lo que a conflictividad social se refiere, el próximo gobierno recibirá de Macri una fuerza de trabajo brutalmente abaratada, que quizás en algún momento recupere algo de poder adquisitivo pero que no alcanzará el nivel del cual se partió, tal como viene sucediendo entre cada nuevo mandato y el anterior.

Permanentemente nos dictan lo contrario: reducir la situación actual a un problema de gestión política. Si seguimos poniendo el énfasis en cuestiones como políticas monetarias, deuda externa o «la deuda es con el pueblo y no con el FMI», etc., nos adentramos en un callejón sin salida para nuestra clase.

Es el Capital en tanto sujeto automático el que determina, en su sed de valorización, la dinámica de las relaciones sociales y, por tanto, las cuestiones políticas.(1) Es la búsqueda del Capital por nuevas esferas de valorización la que explica las deforestaciones y la destrucción de la Tierra en general. Es su búsqueda abstracta de valor la que destroza lo concreto y que, a su vez, promueve el desarrollo del capital financiero a escalas insólitas. Pero mientras este último se presenta como la panacea capitalista de generar dinero solo a partir del dinero, recordaremos una vez más que somos la clase proletaria quien no para de sufrir y amortiguar sus sucesivas crisis con el aumento de nuestra explotación a nivel mundial, a través del incremento sideral de los alimentos y alquileres, procesos de inflación descontrolada y la disminución de la calidad de todo lo producido.

Poco se habla del lugar que tiene Argentina en el mercado mundial, de los precios internacionales de los granos, es decir, del mandato del Capital mundial para los gobiernos argentinos y los capitalistas que operan en este territorio. Mandato que no ha cambiado sustancialmente en los últimos años y donde el margen de actuación de los gobiernos es cada vez menor. De hecho, las últimas décadas nos han demostrado que la alternancia política ha sido fundamental para la concreción de sucesivos ajustes y medidas de crisis, y no para ponerles un freno.

En este sentido, es imprescindible comprender el lugar que ocupan políticos, empresarios, banqueros y terratenientes como agentes del Capital. No por negar su responsabilidad, sino por comprender de qué son responsables. Es decir, luchar contra ellos y contra el orden que los contiene. Pero, por el contrario, la política insiste en la actuación de los gobernantes como determinantes del curso de nuestras vidas, a veces incluso con marcados personalismos.

Del mismo modo, la represión no puede entenderse como la suma de hechos aislados o como políticas de gobiernos determinados, sino como la naturaleza misma del Estado, en tanto monopolio de la violencia. Sabemos que sus atropellos no necesariamente se dictan a través de una orden judicial, se amparan en una ley o decreto. Incluso, que no son únicamente las fuerzas estatales las que llevan a cabo las represiones, en innumerables ocasiones las terceriza en sus patotas sindicales u otras mafias. Pero, a fin de cuentas, todo hecho represivo responde a una violencia sistemática del Estado para el mantenimiento del orden capitalista y democrático. La represión viene a terminar el trabajo que el disciplinamiento no pudo realizar y funciona a su vez como advertencia.

Recientemente en Chubut una patota del sindicato de petroleros irrumpió en el corte de ruta que realizaban trabajadores y trabajadoras docentes y estatales para desalojarlos. Hubo golpes, empujones, pisoteadas y tiros al aire. Los manifestantes fueron muy claros: «el Estado estuvo al servicio del ataque», y agregaron que «Federico Massoni, el ministro de gabinete, habría sido testigo presencial del ataque, o dirigido él mismo, ya que su camioneta estaba presente».

Aunque ya salió de la escasa repercusión mediática, cabe recordar que el 22 de agosto personal de seguridad y un empleado de un supermercado Coto en Buenos Aires dieron muerte a un hombre de 70 años acusado de robar queso, aceite y un chocolate, y peor aún ante la mirada de los compradores. Al otro día, en un escrache a dicho supermercado, un cartel decía: «Si Coto mantuvo un arsenal dispuesto a matar frente a los saqueos ¿Qué te hace pensar que no es capaz de matar a un anciano a golpes por una botella de aceite?»

Por aquellos días un policía asesinó a un hombre de una patada en el pecho en plena calle y frente a las cámaras de seguridad quedando todo registrado. Otra imagen que recorrió las pantallas y pronto se olvidó. La ministra de seguridad Patricia Bullrich como es ya de costumbre rápidamente defendió al asesino recordando para qué está el Estado.

Cuando hablamos de sociedad capitalista, es decir, de propiedad privada, Estado, mercancía, fetichismo, dictadura del valor, no hablamos más que de todo esto. En la destrucción del Amazonía y en unos empleados matando a un jubilado por robar un chocolate rige la misma lógica de la normalidad capitalista, la que dicta que las mercancías son más importantes que los seres humanos, pero también que el resto de los animales, las selvas, los montes, los ríos, mares, océanos...

La mercancía es el corazón de un mundo sin corazón, donde se mata y se muere por el dios dinero. Nuestra misma existencia está cosificada, porque bajo el Capital somos cosas, y en no pocas ocasiones valemos menos que otras cosas. Al reducirnos a objetos y negarnos como sujetos es que el Capital logra erigirse como sujeto de la sociedad.


Nota:
(1) Desde la publicación Cuadernos de Negación hemos abordado estas cuestiones, particularmente en los números que van del 9 al 12.

1 comentario:

  1. http://inter-rev.foroactivo.com/t8785-argentina-boletin-la-oveja-negra-sabado-14-de-septiembre-de-2019-nueva-transaccion-democratica#61212

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