El G20 es una coalición formada durante los últimos años por Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, India, Italia, Corea del Sur y Rusia, entre otros países industrializados y “emergentes”. Su próxima reunión se realizará en el 2018 en Buenos Aires, aún sin fecha precisa. Por lo pronto, el 1 de diciembre el Gobierno Nacional asumirá la presidencia del G20 y festejará con una reunión en San Carlos de Bariloche.(1)
Los mecanismos represivos van siendo afianzados cotidianamente. Al permanente asedio en las calles de las fuerzas de la Federal, la Gendarmería, la Policía Aeroportuaria y la Prefectura, amenazan con sumar a los efectivos de las Fuerzas Armadas con la vieja excusa del narcotráfico y la inseguridad. De un presupuesto de $476 millones, se supone que $100 millones van a parar a seguridad aérea y marítima (2), y otros tantos al monopolio de la violencia más llano.
Como “medida de seguridad”, el Gobierno realizó un censo de vecinos, comerciantes y trabajadores de los alrededores a la zona de reuniones. Con supervisión de la Gendarmería se les tomaron las huellas dactilares, así, cada vez que alguien quiera ingresar al área cercana al foro de convenciones deberá pasar por un escáner electrónico donde estarán grabadas dichas huellas dactilares. Además, en declaraciones a la prensa, miembros del gobierno afirmaron que «la idea es pegar los asuetos al viernes o jueves para transformar los días de la cumbre en un fin de semana largo para los empleados estatales. Probablemente se extienda esta medida a los bancos públicos». Esto se complementaría con una serie de promociones en paquetes turísticos para fomentar el abandono de la ciudad. Asimismo, distintas agencias de inteligencia iniciaron una colaboración vinculada a identificar posibles manifestantes que viajen a repudiar semejante cumbre de asesinos.
Durante el último G20 realizado en Hamburgo, Alemania, hubo miles de manifestantes en las calles, protestando y enfrentándose a la represión. Los disturbios se extendieron durante días. Desde la perspectiva de los explotadores, las protestas masivas que desbordan los cauces institucionales por su naturaleza impredecible y tumultuosa constituyen una amenaza esencial, que buscan manejar y evitar.
Estos momentos puntuales de decisión de la burguesía mundial, si bien son necesarios, no son gracias a lo que el capitalismo funciona. Allí se anuncian medidas que atacan la supervivencia inmediata de todo el proletariado, al tiempo que se fijan acuerdos entre las fracciones más importantes y decisivas de la burguesía. Y es por ello que despiertan la rabia de miles y miles en las calles, más allá de las canalizaciones de las contracumbres, o de la pseudocontestación institucionalizada que puede haber, sea violenta o no.
Sin duda se exagera la importancia de las cumbres. El Capital no depende de conferencias internacionales, ni de grandes reuniones para explotarnos día a día. Al contrario, su fuerza está en esa cotidianidad, en la generalización de sus condiciones a todo el planeta. Sus decisiones son “tomadas” a cada momento, cada vez que obedece al mandato de la ganancia por sobre la vida.
Para el movimiento revolucionario el objetivo es destruir para siempre al Capital y no tan solo protestar ante los peores capitalistas un solo día cada tanto. Pero no ver en un presidente un presidente o en un banquero un banquero es una ilusión óptica. La devastación capitalista también son ellos. No podemos rehuir a enfrentar a los responsables con el pretexto, exacto por cierto, que no son más que ejecutores de un modo de producción que les supera.
No se puede despersonalizar la historia, la explotación es una relación social, es cierto, pero no es anónima, tiene nombre y dirección. No despreciar a quienes nos dominan es resignarse a perder.
Notas:
1. Por otra parte, los días 10, 11, 12 y 13 de diciembre se llevará adelante una reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Buenos Aires.
2. A raíz de la desaparición del submarino ARA San Juan con 44 milicos, los medios no han hecho más que legitimar estos gastos remarcando la falta de inversión en la marina argentina. A su vez, esta situación ha sido provechosa para militarizar aún más la Patagonia, con fuerzas nacionales e internacionales.
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