No soy amigo de Santiago
Maldonado ni tengo una relación cercana con él. Su familia, sus amigos y
compañeros mapuche de las Pu Lof ya han dado su testimonio sobre quién
es él.
Mi relación con El Brujo, sobrenombre con
el que lo conocí, se dió en un determinado momento en que nuestras rutas
de viaje se cruzaron, y por unos pocos días fueron compartidas.
Solo quiero traer estos recuerdos para seguir dando una dimensión de quién era El Brujo.
Fueron pocos días, 3 o 4. Pero en esos
momentos pudimos charlar bastante mientras nos dábamos maña para
sobrevivir con poca plata.
Me lo presentó una persona en común,
diciéndome: «Él viene de Chile», y pensé que era chileno.
Nos pusimos a
hablar y me contó que no, que venía de allí porque estaba viajando hacía
un tiempo. Nuestras rutas habían sido más o menos las mismas, solo que
él hacía ya varios meses que estaba viajando.
Charlamos sobre lo que él vivió en las
barricadas en Chiloé, cuando en la isla se expandió la revuelta popular
al llegar a las costas una marea roja de algas y veneno. Era la señal,
las salmoneras habían asesinado el mar.
En el momento que lo conocí estaba cerca
de la lucha mapuche. Me dijo que se sentía con suerte. Primero Chiloé y
al cruzar la cordillera, Cushamen.
Así pasamos esa primera tarde comentando diferentes conflictos en defensa de la Tierra.
Recuerdo charlar sobre las publicaciones Sombras y Cizallas y Cuadernos de Negación.
Se notaba que la conexión con la
naturaleza era algo que sentía mucho —era vegetariano, naturista e
interesado en la Liberación Animal— y que lo enlazaba con su propia
historia. Así me contó que era de 25 de Mayo (Pcia de Buenos Aires) y
ahí nomás me aclaró que ese no era su nombre real, sino Wetel Mapu:
lugar o tierra de las mulitas. Y que en un campo cercano había dado sus
últimos malones Kalfucurá, a quien admiraba.
Un gesto que me conmovió: viajaba con una foto de su bisabuelo, un inmigrante portugués.
Santi había trabajado en una cosecha de
aceitunas en Mendoza y no entendía por qué se sentía cómodo entre los
olivares. Encontró una explicación en ese bisabuelo luso. Me decía
también que la foto le hacía acordar a las imágenes de los anarquistas
expropiadores de principios del siglo XX, también de saco, mostachos y
sombrero. Con más ganas y ocurrencia que argumentos decía que a lo mejor
su bisabuelo había sido uno de ellos.
Pasamos una tarde entera macheteando leña a
orillas de un río, volviendo un poco a los tumbos con unos changos de
supermercado que habíamos conseguido, repletos.
Mientras comíamos escuchamos un disco de
hip hop que había grabado con un amigo de 25 de Mayo. Letras
contundentes contra la Iglesia y la Normalidad. Recuerdo una que hablaba
sobre saquear el “santo sudario”, y otra que afirmaba en el estribillo:
¡Sigo siendo punk!
No hubo despedida. Una mañana me fui.
Santiago Maldonado pudo haber sido una de las tantas personas que se
conocen viajando y de las que solo queda un recuerdo. Un tiempo después
su cara fotocopiada, en banderas, en murales, recorre el mundo.
UN DESAPARECIDO INCÓMODO
De Santiago Maldonado
dijeron y dicen muchas cosas. Y han hecho por él muchas otras que
intentan desaparecerlo nuevamente. El Estado argentino tiró la tesis de
que es un mapuche de RAM y un guerrillero fugado a Chile con un estricto
entrenamiento en karate. La ex presidenta aprovechó para pegarle a sus
contrincantes y hasta ofreció una misa por El Brujo. Los ciudadanos
bienpensantes pero progresistas solo hablan de él como artesano,
mochilero, hippie.
Y la izquierda bueno, qué decir...
Levantó la bandera de Santiago solo para poder seguir agregando nombres a
su lista de mártires y tener otra excusa para seguir llorando. No nos
extrañemos que pinten la cara de Santiago al lado de la de Mao o el Che
Guevara.
Hubo algo en lo que coincidieron todos. La
teoría de los infiltrados. Los compañeros de Santiago, en El Bolsón,
Buenos Aires o Montevideo (¿Conquistarán los mapuches Uruguay?) que
salieron con capucha y piedras a la calle fueron rápidamente catalogados
de esa manera. El gobierno los tildó de terroristas y la oposición de
funcionarios del macrismo. A Santiago Maldonado seguramente alguna vez
en la calle lo insultaron diciéndole «infiltrado tirapiedra.»
Cuando Lanata increpó a Facundo Jones
Huala diciéndole que se presenten a elecciones o Nicolás Repetto se
encapuchó frente a su hermano Fernando argumentando que a la gente
normal le da miedo esas cosas, ¿no vemos allí el mismo discurso de
derecha e izquierda para no salir nunca de los cánones que impone el
Estado para luchar?
A Santiago Maldonado no lo desaparecieron
por estar dando una misa, o por presentarse a elecciones. Estaba
cortando una ruta junto a los hermanos mapuche en lucha. Y seguramente,
como el me había dicho, se sentía afortunado de estar junto a ellos.
¡Aparición con vida de Santiago Maldonado!
¡Terrorista es el Estado!
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