Los inconformes
hacen hablar a las paredes para reflexionar, para agitar, para
sorprender al transeúnte distraído. Nosotros queremos hablar con las
paredes para profundizar lo que gritan.
Esta pintada del
gremio Empleados de Comercio de Rosario da en el blanco al exponer la
relación entre trabajo y paz social. En esta ocasión para glorificar
ambos conceptos. A nosotros, aunque sometidos a trabajar y sobrevivir en
esta paz social, nos repugnan.
Ya lo hemos dicho (El trabajo no dignifica
en La Oveja Negra nro. 8), el trabajo es la forma que ha adquirido la
actividad humana bajo el capitalismo. Esta forma, que no quiere ni
podría garantizar las más mínimas necesidades, vuelve al ser humano
mercancía y lo obliga a relacionarse con el resto de las personas y las
cosas a través de mercancías, persiguiendo no la satisfacción de las
necesidades y deseos humanos, sino las necesidades del Capital.
Y también queremos
decir que la paz social es esta conciliación de clases en la que
vivimos, el terror de Estado democráctico y militar, la paz de los
cementerios…
El
trabajo asalariado es fundamentalmente necesario para esta paz social,
así como lo es el desempleo. En el capitalismo no ha habido, no hay, ni
puede haber empleo para todas las personas.
Sin desempleados los sueldos se irían por las nubes, la amenaza
permanente de que nos echen del laburo sabiendo que detrás hay decenas o
centenares de personas aguardando nuestro puesto por menos dinero
garantiza la paz social.
La organización del
trabajo es esa paz social en acción. La policía recorriendo las
ciudades, incluso cometiendo atropellos fuera de la ley, son la paz
social. Las personas hambrientas en cada rincón del planeta son la paz
social. Y por supuesto, cada minuto que nos roban trabajando garantiza
la paz social.
Con trabajo hay paz
social. Con trabajo hay necesariamente explotación, y la paz social es
el mantenimiento de este orden de cosas, de seres humanos tratados como
cosas.
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