miércoles, 17 de agosto de 2016

AHORRO ENERGÉTICO Y DISCIPLINAMIENTO

Desde hace décadas el ecologismo oficial nos culpa del desastre ecológico. Como si nuestra supervivencia diaria fuese responsable del calentamiento global o la extinción de otra especie animal. Los ecologistas perciben el planeta Tierra como «una fuente de recursos naturales», nos reducen a ciudadanos, a consumidores, y así quieren que nos percibamos a nosotros mismos. Los ciudadanos para comportarse como tales deben esperar a votar, o quejarse por las vías institucionales. Los consumidores deben reducir sus posibilidades humanas de protesta colectiva y lucha social a una actitud individual: consumir o no consumir, consumir más o menos. En ambos casos el problema que se desprende es uno y el mismo: cuando se habla con el lenguaje del amo necesariamente se defienden sus reglas.

En un artículo titulado Olvidémonos de las duchas cortas, o por qué el cambio personal no implica un cambio político Derrick Jensen aborda el tema:

«Hablemos del agua. Hoy en día oímos con mucha frecuencia que el agua empieza a escasear en el mundo. Está muriendo gente por falta de agua. Los ríos se van secando. Por eso tenemos que darnos duchas más cortas. ¿Ven la desconexión? ¿Acaso el ducharme me hace responsable del agotamiento de las reservas acuíferas? Pues no, porque más del 90% del agua que utilizan los seres humanos la consume la agricultura y la industria. Y el 10% restante se divide entre los usos municipales y el consumo de seres humanos de carne y hueso. En conjunto, los campos de golf municipales consumen tanta agua como las personas que habitan el municipio. Los seres vivos (humanos y peces) no se están muriendo porque el mundo se esté quedando sin agua, sino porque el agua se está robando.

Hablemos de energía. Kirkpatrick Sale lo sintetizó: es una historia que se ha venido repitiendo en los últimos 15 años: el consumo individual (residencial, automovilístico, y así sucesivamente) representa apenas una cuarta parte del consumo total; la gran mayoría del consumo (energético) se debe a usos comerciales, industriales, corporativos, gubernamentales y agropecuarios (sin mencionar los usos militares). Por lo tanto, incluso si todos nos trasladásemos en bicicleta y nos calentásemos con estufas a leña, ello tendría un impacto insignificante en el uso de energía, en el calentamiento global y en la contaminación atmosférica.»

Los ecologistas, como los sindicalistas, se especializan en tanto que negociadores de la vida abocados al regateo. Interesados en no abolir las causas de los problemas sino en conservarlos, haciendo lo posible para que sea tolerable para los más desfavorecidos del reparto, para garantizar la paz social y evitar sobresaltos en el mantenimiento de la maquinaria capitalista.

Sin embargo, dirigentes de varios países, entre ellos los de Argentina, que saben de sobra estos datos, insisten con la austeridad, con el ahorro energético, con el cuidado del agua. Se trata de una sofisticada manera de disciplinamiento de la clase explotada.

Este invierno Macri insistió con que la Argentina debe bajar los niveles de consumo de energía. «Voy a hablar de esto obsesivamente, en cada circunstancia», señaló. «Esa misma obsesión que tiene todo el mundo, es la obsesión que tenemos que tener cada uno de nosotros, en el país, por ver cómo son nuestros comportamientos diarios, ver en qué cosas podemos ahorrar energía».

En perfecta igualdad democrática un proletario cualquiera y un burgués de la industria química tienen la misma responsabilidad según la visión de quienes destruyen el planeta y de los ecologistas que administran la catástrofe.

Una forma sencilla y austera de vivir se nos impone mediante mezquindad y tarifazos. Queramos o no, debemos abrigarnos dentro de casa por la escasa calefacción o para poder pagar la próxima boleta del gas.

Queremos cambiar la vida, transformar el mundo, y esto no significa despilfarro y desprecio por el planeta. Al contrario, significa destruir la relación separada, mercantil y utilitarista con aquello que, nos dicen, es distinto de nosotros: la naturaleza. Por esto nos negamos a sentir que «todos los argentinos» tenemos los mismos problemas. No nos tragamos el cuento de una crisis energética general, que en realidad afecta principalmente a la industria o, mejor dicho, a los empresarios de tales industrias. El problema no es que nos duchemos cinco minutos más, el problema es que la cuenca del Paraná está envenenada con glisfosato porque la ganancia importa más que la vida, importa a costa de la vida.

Amarga victoria del ecologismo, los gobiernos del mundo se vuelven cada vez más ecologistas por necesidad ¡por la necesidad del dinero! Es la misma burguesía quien debe denunciar los efectos secundarios de su atropello sobre la vida. Y mientras nos arrojan la cuenta de los platos rotos nos hablan sobre la urgencia por solucionar este problema que «nos atañe a todos», se presentan como los únicos posibles salvadores del planeta, los mismos que lo han arruinado.

En las condiciones actuales, el “desarrollo sostenible” no es una opción para la toma de conciencia, se ha vuelto un requisito forzoso para la supervivencia del capitalismo.

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