En
los últimos años aconteció una importante reconfiguración de las
luchas, muchas de ellas consideradas “de mujeres”. Discursos que durante
la década de los noventa se circunscribían prácticamente al feminismo y
se hacían presentes en el movimiento anarquista y en unos pocos ámbitos
de izquierda, sufrieron en la década pasada una expansión, hasta llegar
a popularizarse, acarreando la vulgarización y debilidad de un discurso
que aún no es una práctica masiva. A su vez, la problemática “de la
mujer” se hizo ineludible y comenzó a tomar cada vez mayor protagonismo
en programas de radio, televisión y en ámbitos cotidianos. Las masivas
manifestaciones del “ni una menos” durante el año pasado son un hito
importante en esta expansión.
El
tono y el contenido de los discursos y debates sobre el tema, así como
las consignas débiles, interclasistas y ciudadanas, son las
características principales de esta contestación difusa. Características
propias del Encuentro Nacional de Mujeres, cuyo rasgo principal no es
ni la radicalidad ni la precisión al momento de criticar la
instrumentalización y determinación del género que realiza el Capital.
Que, dadas las condiciones, puede ser la voz cantante de estas críticas a
medias que van ganando las calles.
Pero no se trata de argumentos contra argumentos, de ganar el debate, se trata de condiciones materiales de existencia. El
objetivo de la acumulación capitalista no es el machismo es la
ganancia, sin embargo el machismo colabora en esta empresa y es
permitido y sostenido por las condiciones capitalistas.
El capitalismo no es un entramado discursivo que podríamos destruir con
sólo cambiar nuestras formas de pensar o ciertos hábitos de nuestra
vida cotidiana. ¿Significa esto que no encontramos su opresiva ideología
dominante operando en cada espacio de nuestro ser y de nuestras
relaciones? Pues no. Significa que estamos al tanto de que esta sociedad
no está aquí desde siempre y de que posee una historia material que
indagar, no para deleitarnos con hermosas conclusiones intelectuales,
sino para destruir cada ápice de ella.
Las
fuerzas productivas y las relaciones de producción que se han
desarrollado y que fueron modificándose a lo largo de la historia, han
moldeado la explotación y opresión de los seres humanos, hombres y
mujeres. De distintas formas, claro está, pero siempre en función del
objetivo que el Capital persigue: explotarnos, extraernos el máximo de
plusvalor y valorizarse constantemente. El Capital es él mismo una
relación social, en tanto implica la escisión entre propietarios de los
medios de producción y desapropiados. En este sentido, el capitalismo ha
modificado sustancialmente no sólo las formas de producción sino
también las relaciones sociales determinantes, permitiendo que incluso
aquellas actividades que aparecen fuera de su órbita estén al servicio
de su reproducción y del mantenimiento del orden vigente.
Nos
han enseñado que la esfera privada no posee vínculo alguno con el orden
social, así las cuestiones íntimas o personales no serían posibles de
pensar más que individualmente, cuando, sin embargo, se encuentran en
relación dialéctica con la esfera denominada pública o social. Entonces,
al analizar la reproducción material de esta sociedad no podemos dejar a
un lado la construcción de sujetos a los cuales se les otorgan
determinados atributos y cualidades, es decir, roles. Las
relaciones entre hombres y mujeres se han desplegado históricamente de
la mano de estas relaciones de producción, levantándose las expresiones
ideológicas que las sostienen, para ocultarlas bajo el manto de la
naturalidad de los roles que nos han asignado.
Roles
que nos dicen que los hombres deben ser los proveedores del sustento de
las mujeres y la familia, activos y fuertes, ajenos a sus sentimientos y
emociones, y otorgando a las mujeres la sensibilidad, la pasividad, la
aptitud para el amor, el cuidado y la comprensión. Bajo el reino del
Capital lo femenino está ligado a lo irracional, lo afectivo, mientras
que lo masculino lo está a lo racional, al trabajo. Si bien existen
cambios en los roles y la familia nuclear ha ido transformándose a lo
largo de la historia, éstos no se determinan en relación a las
necesidades humanas sino a las del Capital. Entonces, si hoy no
encontramos como generalidad la familia tradicional en la que sólo el
hombre es asalariado y la mujer se dedica exclusivamente al ámbito
doméstico, no significa una victoria para nosotros, proletarias y
proletarios.
Es
decir, en términos de integración capitalista, la liberación de las
mujeres se ha profundizado y es el presupuesto de su mayor participación
en la sociedad. Las mujeres proletarias han salido en gran número de
sus casas y tienen la posibilidad (o mas bien la desgracia), de estar
generando plusvalor por derecho propio pero, muchas veces, continúan
teniendo que asumir el trabajo doméstico, quizás con alguna “ayuda” de
los hombres o, al menos, gestionando su traspaso a otras mujeres más
jóvenes o más pobres, instituciones educativas, lavaderos y guarderías.
Es la otra cara de la moneda de la liberación de las mujeres.
El
nuevo ideal femenino ya no corresponde unívocamente a aquel de mujer
irracional y amorosa, sino que convive con otros. Existe también un tipo
ideal de mujer asalariada y exitosa, que construye una familia al mismo
tiempo que hace deporte y se mantiene bella, según los dictados de la
moda; así como existe además el modelo de mujer que se coloca por encima
de la necesidad de vincularse con hombres, soltera e independiente.
Todas ellas adquiriendo, para liberarse de su rol femenino, rudeza y
competitividad, características del rol masculino, amalgamándose a la
lógica imperante: cada uno por su lado y contra otros.
En
todo este proceso las ciegas leyes de la economía capitalista fueron
auxiliadas por una perspectiva integracionista, en cuyo desarrollo
fueron partícipes necesarias teóricas, académicas, líderes sindicales e
izquierdistas. Y sin duda no fueron sólo mujeres, sino que detrás de
esta nueva fase de vinculación entre sexos mediada y determinada por el
Capital, dijeron presente jefes de las fuerzas armadas, empresarios
ávidos de mano de obra barata, filósofos posmodernos y cuadros medios de
todos los Estados.
No
esperamos absolutamente ninguna perspectiva emancipadora del devenir de
la economía capitalista. Y sabemos que las luchas sociales no comienzan
en la mesa del patrón, del gobernante de turno, ni en las mesas de
debates con los portadores de la retórica feminista. Creemos
que esta nueva conmemoración del 8 de marzo puede ser un puntapié para
hacer un balance de las luchas del pasado, para ver dónde estamos
parados y paradas, para plantearnos una vez más qué hay o puede haber de
subversivo en nuestros vínculos entre proletarias y proletarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario