domingo, 3 de enero de 2016

MEMORIA: PERÓN EN LA SEMANA TRÁGICA DE 1919

La huelga seguía creciendo. El 10 se plegaron al paro más gremios autónomos o afiliados a la FORA sindicalista, como el Sindicato Federativo Gastronómico, los Peluqueros de Boca y Barracas, los Mozos, Cocineros y Anexos de Boca y Barracas o la Sociedad de Lavadores y Limpiadores de Coches; y otros que ya estaban en huelga como la Unión Obreros en Calzado, decidieron darle un carácter práctico al paro, exigiendo para sí mismos las 8 horas de trabajo.

(…) Pero si bien la huelga se fortalecía, las fuerzas hostiles a ella también se estaban organizando; a las 7:30, un camión descargaba armas y ametralladoras en Junín 1063, sede del consultorio médico del Círculo Central de Obreros Católicos.

A las siete de la mañana, por su parte, el general Dellepiane instaló su estado mayor en el Departamento Central de Policía, desde donde desplegó una intensa actividad: primero se reunió con el jefe de policía y el ministro de Guerra para organizar la restitución del servicio de tranvías, con soldados a bordo de la plataforma, y luego se trasladó a la Casa Rosada a encontrarse con el ministro de Marina y el comandante de la zona militar del puerto, para deliberar sobre las medidas a adoptar en vista de llegar esta mañana refuerzos de la armada.

En efecto, el día 10 se esperaba el arribo de 2.000 marineros a la capital, mientras que los regimientos de infantería de la II división de Ejército ya estaban vivaqueando en los cuarteles de Palermo. Y para las 14, se esperaba también la llegada de una tropa de artillería compuesta por dos baterías de artillería liviana y dos de ametralladoras, proveniente de Campo de Mayo.

Las calles, en tanto, se mostraban con la más viva animación: «Las tres cuartas partes de los moradores de la metrópoli se encuentran en la vía pública, en las aceras, calzadas, balcones, azoteas y puertas de calle, y el comentario único gira en torno de los acontecimientos que motivaron el paro general». En la Boca, Barracas, Pompeya, el puerto y otros de concentración obrera, «la congestión en la vía pública, máxime en las cuadras donde existen varios conventillos es constante, y en más de un paraje se han improvisado mitins para dar rienda suelta a la verba revolucionaria». En esos barrios, además, se seguían obstaculizando los cruces de tranvía con «basura y hierros».

En Gerli, Avellaneda, 200 obreros paralizaron toda actividad en las fábricas cercanas a la estación, rompieron barreras del paso a nivel, volcaron carros de repartidores de pan e intentaron izar una bandera roja en el campanario de la iglesia, «impidiéndoselo, según versión particular, el cura párroco y el sacristán, cambiándose una docena de disparos entre éstos y los huelguistas».

(…) Y en este punto del relato, es necesario detenerse para intentar una mirada acerca de la actuación que le cupo en los sucesos a un joven oficial del arma de infantería, el teniente Juan Domingo Perón. A principios de 1919 Perón tenía 23 años, y revistaba desde el 16 de enero de 1918 en el Arsenal Principal de Guerra Esteban de Luca, situado por entonces en la calle Pozos 1681. Desde esa función, le cupo abastecer de municiones a los regimientos que operaron en la Capital Federal durante esos días.

(…) Perón había recibido en el Colegio Militar una formación de acendrado carácter germánico y nacionalista, exacerbada por los puntos de vista de docentes tales como el doctor Manuel Carlés, futuro presidente de la Liga Patriótica Argentina. De esa manera, durante toda su vida sintió una profunda aversión por las ideologías anarquista, socialista y comunista, y en particular por quienes las detentaban, a quienes no consideraba como legítimos obreros, sino como a peligrosos agitadores antiargentinos.
  • Tomás Eloy Martínez: La novela de Perón. Alfaguara, 2003:
En 1918, cuando me destinaron al arsenal Esteban de Luca, el capitán Bartolomé Descalzo, uno de los mejores jefes que ha tenido nuestro ejército dijo al despedirme: «estamos entrando en la oscuridad, teniente Perón. A las puertas de nuestra casa golpea la más atroz de las tormentas, y el presidente (Yrigoyen) no quiere o no sabe oírla. En Europa, la guerra ha terminado con la derrota del mejor ejército del mundo. Los anarquistas vuelven ahora sus ojos hacia nosotros».

Sus palabras me emocionaron. «Voy a pedirle un favor personal. Cuando llegue la hora de hacerle frente a ese enemigo, llámeme. Quiero pelear a su lado, mi capitán.» (…) La profecía del capitán Descalzo se cumplió antes de lo pensado. Los anarquistas volvieron sus ojos hacia nosotros, 1918 había terminado con unas escaramuzas de huelga en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena. Algunos operarios, alentados por los ácratas, exigieron salarios más altos y condiciones de trabajo más relajadas. Hubo muchos que no quisieron plegarse y el movimiento fracasó, pero ya estaba sembrado el descontento. El 3 de enero de 1919 se armó la maroma. (…)

Las muertes del 7 de enero sirvieron de pretexto para que los anarquistas pusieran al país en un estado de sublevación. Di Giovanni, Scarfó, Miguel Arcangel Roscigna y muchos ácratas que ganarían celebridad en los años siguientes hicieron sus primeras armas en esas trifulcas. Se trataba de una conspiración internacional muy bien montada. A tal punto era así, que en esa misma semana de 1919 estallaron en Berlín las revueltas espartaquistas. Allá, el pleito se resolvió en pocos días con la muerte de Rosa Luxemburgo y de su compañero Karl Liebknecht. Al ser descabezado el movimiento se restableció el orden. Aquí, en cambio, Yrigoyen seguía confiando en la providencia.

(…) Mi función en el arsenal consistía en asegurar la provisión de municiones para la tropa. Tuve muchísimo trabajo porque solo en la ciudad de Buenos Aires estaban acuartelados entre ocho y diez regimientos. Tal como se esperaba los funerales degeneraron en combates callejeros. Murieron más de 600 personas.

Pero las heridas, cuando son profundas, no cicatrizan de un día para otro. Hay que estar vigilándolas. Mi antiguo profesor Manuel Carlés, apoyado por el vicealmirante Domecq García, fundó la Liga Patriótica Argentina, en la que se inscribieron muchos jóvenes católicos y nacionalistas. Disponían de una tropa de choque cuya misión principal era poner en vereda a los agitadores extranjeros. A veces usaban métodos violentos, pero eran bien intencionados…
Una vez demolidos los establecimientos de la metalúrgica Vasena, se levantó en esos terrenos una plaza, que se propuso llamar «Parque Mártires de la Semana Trágica», y el dirigente metalúrgico Augusto Vandor se opuso y decidió que se llamara «Plaza Martín Fierro». Nombre que hoy lleva.

Para el 1° de mayo de 1952, en Buenos Aires, el presidente Perón participó de un acto organizado por la UOM en dicha plaza para colocar una placa en honor a los caídos en enero de 1919. En la ocasión, pronunció un discurso en el cual expresó: «Es este un episodio de la vida argentina que representa una época de oprobio y de injusticia para los trabajadores argentinos. La semana de enero no fue sino la culminación de una lucha entre el capital y el trabajo cuando los obreros metalúrgicos se lanzaron a la calle después de aguantar muchos años de vergüenza y esclavitud. Se ha dicho en la campaña electoral que yo tuve intervención en esta zona en la semana de enero. Yo era teniente y estaba en el arsenal de guerra. Hice guardia acá precisamente, al día siguiente de los sucesos. Pude ver entonces la miseria de los hombres, de esos hombres que fingen y de los otros que combaten a la clase trabajadora. Allí una vez más reafirmé el pensamiento de que un soldado argentino, a menos que sea un criminal no podría jamás tirar contra su pueblo».

Según el testimonio de Diego Abad de Santillán, dirigente de la FORA del V Congreso, en un reportaje de la revista Panorama, al evocar los acontecimientos, expresó: «entre los oficiales del ejército que reprimieron a las manifestaciones en esa sangrienta jornada, se encontraba un joven teniente: Juan Domingo Perón. Quizás ahí afirmó su política demagógica, al ver que la represión sólo produce el divorcio del gobierno con el pueblo».

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