jueves, 10 de enero de 2013

LA INDIGNIDAD DE LOS NORMALES

Mientras en varios puntos del planeta una combatividad incipiente se viene materializando, mostrando y organizando, en el Estado argentino el grueso de la población vive en una especie de burbuja. Basta con insultar al gobierno para ser puesto de un lado o se es puesto del otro al hacer lo propio con las corporaciones. Así es, aunque no se sepa con certeza que es lo que determina un lado o el otro, parece haber dos lados...
En estos últimos tiempos, la política se desnuda con mayor facilidad como una mera cuestión de identidad. A la consigna del amplio espectro anti-k “8n: yo voy”, los oficialistas de todo pelaje opusieron “8n: yo no voy”. Pero, ¿desde cuándo es importante anunciar que no se participará de una convocatoria? Quizás desde la adicción a Facebook y sus costumbres, o desde que lo político se muestra en su aspecto más miserable: la asignación a cada uno de una identidad, el sentimiento de pertenencia a un grupo o sector. De este modo, los argumentos sólo son apéndices que vienen simplemente a reforzar la elección del bando ya escogido de antemano, que no ha sido elegido justamente por veracidad o refutabilidad de los argumentos. Porque estos pueden servir tanto para una cosa como para otra, no se trata de tener razón sino de imponer la razón propia. “Propia” es un decir, porque estas razones no son más que las razones de uno u otro bando burgués.
Estos “argumentos” que se presentan como el centro de la discusión, no son más que el relleno sin importancia de una identidad que cuando no consume una religión o un equipo de fútbol hace lo propio con la política. La discusión de entrecasa ha tomado la dinámica televisiva de la cual ha mamado: formato de noticiero, pseudo-investigación o programa de archivo. Los vecinos, los familiares, los compañeros de trabajo o los internautas discuten como si conformaran un panel televisivo, no hay en juego más que las opiniones, mientras tanto la vida cotidiana continua inmutable...
Sin el bombardeo de los medios masivos de comunicación esta puesta en escena sería otra de las tantas peleas interburguesas que se resuelven en oficinas a puertas cerradas, en las cuentas bancarias. Pero ambos bandos han apostado a la “presión ciudadana”, es decir a la reducción a ciudadano a quienes habitan la argentina, sin distinción de clase social, mareados entre dos opciones de opresión y explotación. Por ello la importancia del 7D o la “ley de medios”.
Incluso para los intelectuales bien pensantes -de un lado y del otro-, la criticada “caja boba” comenzaría a emitir algo mas que bobadas según quien tenga su propiedad.
La importancia dada al 7D, más allá del inconcluso resultado de la disputa, se debe a la utilidad para seguir fortaleciendo las distintas posiciones y por sobre todo la idea de que no se puede estar ajeno a la “discusión”. Así, tal como se defiende el derecho a votar, a pesar de que “son todos la misma mierda”, se habla en defensa de la libertad de expresión sin nada nuevo que expresar, ni mucho menos generar los propios “medios” para hacerlo. Como todas las libertades democráticas, la de expresión está controlada por el Estado y definida por el Capital. Si de criticar radicalmente al orden impuesto se trata, no es recomendable fiarse de ninguna legislación para hacerlo, así como “usar los medios del enemigo para hacer escuchar la propia voz” nunca trajo buenos resultados.
Nos encontramos cada día mas politizados, pero en el peor sentido del término, nos encontramos cada día mas ciudadanizados, mas institucionalizados. El rebelde “que se vayan todos” del 2001 es ridiculizado como infantil, como torpe, como ejemplo de “lo mal que estábamos antes y lo bien que estamos ahora” según el oficialismo. Y cuando la oposición lo trae a recuerdo lo hace construyendo el mito del glorioso pueblo argentino que tumbó un gobierno. Entonces las cacerolas son sacadas de su contexto de asambleas, de piquetes y organización; y privadas de su contenido, de su potencial “que se vayan todos”.
Así mismo, dos semanas después y antes del fin de año, suceden saqueos en varios puntos del país. Y traen consigo el fantasma del 2001; la concordancia de la fecha sugiere, pero no aporta nada a la comprensión de los hechos.
Se escucha lo de siempre, que los saqueos fueron organizados, que son obra de infiltrados y nuevamente Gobierno y oposición -esta vez encarnada en el Sindicalismo- cruzan acusaciones. Se habla de todo lo que se puede, se habla de a muchos, pero se oculta -voluntaria o involuntariamente- lo mas importante, llamar a las cosas por su nombre: capitalismo. Lo que significa, al menos por estas latitudes, punteros políticos pero tambien desesperación, hambre pero tambien frustración por las necesidades inculcadas por la cultura dominante, policía corrupta pero también atropellos legales. Las contradicciones capitalistas estallan y nadie quiere hacerse cargo. Quienes viven a costa de las mercancías que producimos y luego las promocionan diciéndonos que seremos infelices si no las tenemos, son los mismos que  se horrorizan cuando los pobres las roban.
El arrebato de querer opinar “como hacen en la tele” no deja pensar con claridad lo que pasó, que esta ola de saqueos dejó personas muertas, muertas porque para el sistema dominante la vida de una persona vale menos que un LCD, una caja de sidras o un paquete de fideos. Cuando no debería valer ni más ni menos, porque una vida humana jamás debería poder compararse a un objeto.
Posiblemente los saqueos no fueron más que un acto de desesperación ante las condiciones materiales de vida llegando la navidad y fin de año cuando la locura y la alienación generalizadas suben en proporción al bombardeo publicitario, el calor, la plata que no alcanza y la certeza de que se pasó un año más sumidos en la rutina del trabajo o la marginalidad. Lo que sí dijeron los saqueos es que a pesar de 10 años de circo progresista y derechos humanos las estructuras de explotación siguen intactas. Los saqueos pusieron de nuevo en el tapete a los que realmente sufren anulando la aburrida pelea burguesa “k y anti-k”. Hay pobreza, hay hacinamiento, hay drogas, e inseparablemente a ello una descomposición social donde importa lo mismo robarle al empresario supermercadista que al vecino, al explotador que al explotado. Pero esto no puede llevarnos a formar parte del coro de indignados que ponen el grito en el cielo con estos fenómenos que pasan pocas veces al año, y callan el resto de los meses frente al saqueo del planeta, y callan el resto de los días frente al saqueo de nuestras vidas.
Parece fácil ver en los saqueadores a los chivos expiatorios de esta sociedad decadente. Y siempre se escucha el mismo “argumento”: si tuvieran hambre no robarían un televisor. ¿Acaso quienes formulan esa pobre critica trabajan solo para comprar pan y fideos? Si vamos a ponernos detallistas, quienes compran un televisor y quienes lo roban, arriesgan ambos su salud y su vida, sino es frente a las rápidas balas policíales lo es frente al lento deterioro que la rutina ejerce sobre el cuerpo, poco les importa si lo ensambló un trabajador con obra social o un menor de edad engrillado, mirarán los mismos 11 imbéciles correr tras una pelota, o las mismas tetas operadas... entonces, el hecho de romper un vidrio o abrir la billetera es ya un detalle. La “indignación”, el “horror”, suceden cuando se está impregnado de la moral burguesa del sacrificio, bandera hasta el hartazgo de quienes no se cansan de hablar de esos “negros de mierda” mientras se relamen pensando en poder conseguir algún tele robado a precio de oferta en la villa más cercana.
Quienes se indignan por estos hechos y no por las verdaderas injusticias cotidianas odian a los pobres a priori. Nuevamente los “argumentos” son un apéndice para rellenar la identidad escogida, que tan bien le viene a los poderosos.
En el caso de Bariloche, una sociedad literalmente dividida: el Bajo rico, turístico, de perfil suizo y el Alto villero, trabajador, mapuche, boliviano y “chilote”. Dos años atrás bajaron “los negros” ante el caso de gatillo fácil de Diego Bonefoi, la policía reprimió dejando 2 muertos más, esclavos gastronómicos de los caros hoteles del Bajo. Ahora otra vez “las hordas bárbaras” que viven en casas precarias y soportan temperaturas bajo cero sin gas natural bajaron, acusados por el senador de Río Negro del Frente para la Victoria, Miguel Pichetto, como “grupos duros con posiciones anarquistas y origen en la extrema izquierda, que poseen características delictivas”. Mientras tanto, en Buenos Aires el viceministro de Seguridad Sergio Berni decía que “hay un sector que quiere el caos y teñir de sangre a la Argentina en estas fiestas”. El oficialismo, que repite como autómata que no reprime la protesta, no tardó en mandar 400 gendarmes para balear y gasear. ¿Que voltereta retórica habrán empleado en 678?
Mención aparte merecen las posibles soluciones que se tiraron en este mar de opiniones, reduciendo el problema a una cuestión de mala administración, “culpa de los K”, “culpa de los socialistas”. Se llama a “democratizar la democracia” como si esto no fuera democracia y como si la democracia no fuera un orden criminal. Luego los diversos eufemismos para decir que hay que disciplinar a los pobres, en eso están de acuerdo de derecha a izquierda: escolarización carcelaria y poco humana, deporte competitivo, arte como enajenación de la creatividad. Se llenan la boca hablando de los pobres pero solo los quieren normalizados, ordenados, cumpliendo la tarea democrática en silencio. Cada uno en su lugar: los que pueden comprando en efectivo o en cuotas y los pobres lejos para recordarles que siempre se puede estar peor.
Indignación es tener que trabajar todos los días para el Capital, o buscar ese trabajo, o mendigar. Indignación debería causar la normalidad, los muertos y encarcelados por el sistema de la propiedad privada. El “problema de los saqueos” es que aún no suceda el gran saqueo donde recuperemos nuestras vidas.

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