viernes, 17 de noviembre de 2023

DOS RELATOS

A veces estar loca es así. Hace tres días hay un niño palestino llorando en el patio de mi casa. No es una metáfora. Tiene entre nueve y diez años. Se abraza las rodillas en un rincón. Está sucio y tiene miedo. De día sólo solloza, casi sin hacer ruido, avergonzado de su dolor. Las lágrimas limpian la tierra de sus cachetes, dibujan líneas blancas. De noche me despierta su llanto. No es una idea, no es una representación: me despierta el ruido real del llanto aterrado del niño palestino que ahora vive en el patio de mi casa. Llama a su hermanita, sabe que no va a encontrarla, la sigue llamando. No sé cómo entiendo todo esto, no habla español, ni siquiera estoy segura de que hable un idioma humano. Sea como sea lo sé. De la misma forma en que las abuelas saben cuándo va a llover aunque los números del servicio meteorológico no puedan detectarlo. A veces estar loca es así. Yo agradezco estos dones oscuros. Y maldigo la cordura de las bombas cayendo sobre Gaza y maldigo la cordura de los medios y sus mentiras y maldigo la cordura de los mercados internacionales especulando con el precio del petróleo y maldigo la cordura de este genocidio transmitido en vivo y en directo. Hace tres días hay un niño palestino llorando en el patio de mi casa. Llama a su hermanita. No se va a dar por vencido. No es una metáfora.

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Toda la noche cargamos cuerpos. Cuerpos envueltos en una bolsa de tela blanca. Algunos cuerpos son pesados, se niegan a abandonar la consistencia de la vida. Otros cuerpos son diminutos, pasaron por la tierra en un suspiro.
Cada vez que cerramos los ojos, vamos y volvemos por un corredor de escombros, cargando cuerpos que están tejidos con la misma carne de nuestros cuerpos vivos. Cargando cuerpos muertos a miles de kilómetros de distancia.
Lo que intuimos en el centro de la panza, los poderosos lo saben de memoria: somos igual de prescindibles que los cadáveres que cargamos. Esta lección de horror es personal y está dirigida también a nosotrxs.
Los cuerpos de lxs niñxs muertxs que cargamos con dulzura entre nuestras manos vacías, son intercambiables con los cuerpos vivos de nuestrxs niñxs. Esta es la lección que quieren que ignoremos, esta es la lección que no vamos a aceptar.
Porque sabemos que cuando cambie el viento, que cuando lluevan acá las mismas bombas que los matan en Gaza, ellxs también van a cerrar los ojos y a cargar a nuestros muertos. Ellxs también van a gritar nuestro dolor, que es el mismo que el suyo. Ellxs también van a luchar, aunque todo parezca impotencia.

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