lunes, 18 de julio de 2022

CONTRA EL LIBERALISMO Y SUS FALSOS CRÍTICOS

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Genera revuelo e incomodidad, cuando no bronca y asco, la presencia de lo que podríamos denominar apresuradamente “derecha liberal” en Argentina. Nos referimos a Milei y los partidarios de “La libertad avanza”, a los youtubers reaccionarios que mezclan economía con burlas antifeministas. De manera bastante peculiar, las premisas liberales se combinan con críticas reaccionarias sobre debates actuales, como por ejemplo la cuestión del aborto. Así, ciertos defensores de un liberalismo extremo se han ido vinculando directa o indirectamente con otros sectores que versan más expresamente sobre cuestiones como el nacionalismo, la familia, la “ideología de género”, el “marxismo cultural”, todo con una buena dosis de conspiracionismo.

Los voceros de este fenómeno polemizan sobre cuestiones económicas presentándose como “expertos”, repitiendo sin cesar sus preconceptos morales, políticos y culturales, sin los cuales sus teorías económicas pierden sentido. Defienden nociones respecto del individuo, la propiedad privada y la libertad que buscan traficar por naturales a la humanidad. De este modo, abren paso a toda una concepción ideológica sobre la sociedad que se traduce en afirmaciones como: "el pobre es pobre porque quiere", "el patrón es el que más arriesga", etc., etc. Las respuestas no son mejores, una diputada del FITU calificó a Milei de "vago" por no hacer su trabajo parlamentario como ella considera debería hacerse.

Frente a la situación social de ajuste permanente que estamos viviendo, con una inflación y devaluación desmesuradas, precios de los alquileres incontrolables, salarios reales totalmente a la baja, pobreza, desempleo y precarización crecientes, las políticas económicas son presentadas como responsables y a la vez posibles salvadoras. Los economistas liberales ponen la vara bien alta, hablan de un verdadero ajuste, de reducir bruscamente el gasto público, acusan de comunista al gobierno, así como también a los “tibios” de la oposición mayoritaria. Quienes gobiernan se limitan a evitar que la situación estalle, y se nutren de sus detractores liberales para presentarse como benévolos mientras ajustan progresivamente. El ajuste brutal liberal promete dinamizar la economía y un gran despegue nacional. Pero su imposibilidad no remite únicamente al temor de un nuevo estallido social, sino a que no existe un verdadero interés o una salida clara en términos productivos que permita a la burguesía revertir la situación (ni siquiera con una nueva alza del precio de los granos). Si es importante comprender la dinámica de la sociedad capitalista y la competencia entre explotadores no es para indicarles ningún camino, sino para no caer en sus discusiones y las propuestas que nos realizan. Para entender que la lucha por una verdadera transformación de nuestras condiciones de vida se contrapone al desarrollo capitalista, en sus versiones más o menos estatistas.

Volviendo a la curiosa amalgama liberal-conservadora que en su manifestación local pareciera tener al libertarismo a la cabeza, es difícil encontrar una coherencia que vaya más allá de un oportunismo electoralista, que se nutre de la oposición a las políticas instrumentadas en las últimas décadas en la región. Estas, por su parte, se han mostrado impotentes frente a las crecientes problemáticas sociales. De este modo, todo lo que sume en ese sentido es utilizado: liberalismo, constitucionalismo, conspiracionismo, anticomunismo, anticorrupción, antipiquetes, antifeminismo…

Mucha de la bronca social actual ha tomado este extraño cauce. Si la bronca del 2001 contra los políticos se caracterizó por una perspectiva difusa e irracional, pero con una impronta de rechazo al capitalismo sobre una base de solidaridad, piquetes y asambleas; buena parte de la bronca actual contra “la casta política” se expresa en términos completamente capitalistas. A pesar de su ridiculez e impracticabilidad, expresiones como “dinamitar el banco central” son preferibles para el mantenimiento del orden frente al recuerdo del “que se vayan todos”. Pero detrás de tanto discurso de bronca y abiertamente pro-capitalista, cuesta comprender realmente qué capacidad de gobernar tienen estos sectores, bajo qué alianzas y con qué políticas concretas. Porque si bien pueden eventualmente llegar al poder como ha ocurrido con “outsiders” en otros países, luego se demuestran como continuadores de la dinámica actual de funcionamiento en sus características fundamentales. De hecho, Milei, erigido en representante de furibundos anti “planeros”, ya aseguró que en el caso de llegar al gobierno dará continuidad a los planes sociales. Anteriormente Macri, quien hizo campaña con un discurso similar sobre el tema, cuando fue presidente no solo no pudo erradicar los “planes” sino que debió ampliarlos.

Consideramos pertinente salir al cruce de estos personajes ahora organizados en partidos políticos, pero teniendo en cuenta lo que son, otros aspirantes a gestionar y administrar el Estado argentino, cada uno con sus particularidades. Es importante señalar esto último ahora que el gobierno y sus seguidores llaman abiertamente a hacer frente “contra la derecha”, “contra el fascismo”, etc., etc. Esto explicaría por qué intelectuales, periodistas y artistas oficialistas insisten tanto con el tema. Mientras lo que denominan ultraderecha se limitaba a Biondini y otros nacionalsocialistas, con mucho de peronismo no lo olvidemos, era una cosa más bien folklórica. Si bien había quienes temían por el crecimiento de estos grupúsculos, ahora la cosa es seria. A nivel local e internacional crece esta “nueva derecha” que está en sintonía con las condiciones de existencia actuales, a diferencia de los nostálgicos del III Reich.

Para quienes están en una campaña electoral permanente, la mención de la “amenaza fascista” es un recurso más como lo pueden ser las energías renovables o las medidas de seguridad. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado... tal como decía Mussolini. Pero en su justo medio, sin excesos ni extremismos. Frente a este temor, progresistas de todos los colores llaman a hacer un frente común cada vez más amplio y lo que se acepta como un mal menor termina justificando una situación cada vez peor.

Sin embargo, este auge neo-retro-liberal no puede pensarse por fuera de las condiciones actuales del modo de producción capitalista, del auge del individualismo emprendedurista y meritocrático que se expresa no solo en la política sino principalmente en las necesidades de supervivencia en el actual panorama laboral. Este hecho encuentra su correlato en manifestaciones que van desde las letras de trap hasta los postulados new age. No quedan dudas de que tanto el electorado como activos militantes de estas expresiones liberales proceden de los más variados estratos sociales. Como suele ocurrir con las identificaciones políticas, no se parte de una opción ideológica sino de la forma de ganarse el sustento. La justificación suele venir después. Un emprendedor “amante de la libertad” no elige Rappi o ser monotributista, funciona al revés. Como suele decirse, son las condiciones materiales de existencia las que determinan la conciencia.

Nuestra intención, cabe aclarar, no es la de rebatir o “destruir” los argumentos tal como estos sectores gustan de plantear las discusiones, sino invitar a reflexionar sobre muchos de los temas que aparecen cada vez más frecuentemente a partir de su irrupción, tratando de comprender algunas de las particularidades y razones de este fenómeno liberal y neoderechista, principalmente en su variante local. De este modo, podremos ver cuánto en común tienen estos liberales con muchos de sus supuestos críticos.

Estas palabras tampoco tienen como motivo principal persuadir a los jóvenes liberales y anticomunistas. No nos interesa entrar en esas discusiones supuestamente lógicas a las cuales se acostumbra en la nueva arena del debate político. La lista de falacias (ad hominem, del hombre de paja, etc.) es tentadora, y hasta puede ser certera para ciertas discusiones, pero el mundo no se transforma mediante información y contiendas retóricas. Esta predominancia dada a ciertos principios lógicos, al interior del liberalismo, es muy propia de la escuela austríaca que ha ganado repercusión en Argentina a partir de Milei. Más allá de representar una curiosidad a nivel local e internacional, esta forma de “debatir” ha encajado bien en la superficialidad mediática y de las redes sociales. No es que supongamos que sea una forma “falsa” de discutir, pero sí muy limitada si lo que se trata es de comprender la dinámica social. El rebatidor de falacias llega al punto de abstraerse de las condiciones materiales de existencia y su desarrollo histórico. No es casual la aversión de estos sectores respecto del posmodernismo progre, con el que no obstante comparten la obsesión por lo discursivo. Allí donde presupuestos ideológicos se baten a duelo en un terreno sin historia ni determinaciones, difícilmente podamos plantear otras formas de razonamiento.

Podrá resultarle extraño a toda suerte de terraplanistas políticos, a un lado y el otro, leer acerca de aquello sobre lo que se han convertido en negacionistas: sociedad de clases, explotación, condiciones materiales de existencia, revolución… En este sentido, algunos indignados con lo que señalan como derecha liberal encontrarán desagradables coincidencias con aquello que rechazan.

El abandono de la noción de explotación de una clase a otra puede llevar a extrañas creencias: que se trata de un problema cultural, que quien es pobre lo es porque quiere, que no hay sociedad más que como suma de individuos, que la misma estaría regida por la maldad o por una voluntad opresiva, que de haber capitalismo sería un sistema y no un modo de producción, etc., etc., etc. De este modo coinciden quienes esperan la “lluvia de inversiones” con quienes confían en la “teoría del derrame”: ambos consideran que si a la burguesía le va bien, nos irá bien al resto de la sociedad. Ya sea desde un proteccionismo nacional, como desde la apertura total de los mercados, se invita a los proletarios a participar de las disputas burguesas. A su vez, en un escenario donde no aparece un horizonte claro en términos capitalistas sobre cómo sortear sus contradicciones actuales, tampoco aparece una fracción de la burguesía que indique un claro camino a seguir. De este modo, la alternancia política y la disputa en el plano discursivo contribuyen al sostenimiento del orden existente, haciendo de liberales y detractores la novela televisiva de cada noche.

Contra el Estado y el Capital

Milei en plena campaña concluyó que hay que «pelear contra el sistema desde adentro». Igualito a cuando un personaje de izquierda emerge del movimiento social y decide convertirse en candidato a alguna elección: «Esto se cambia metiéndose adentro del sistema, dando la pelea desde adentro para luchar contra el statu quo, pero eso requiere de tener las pelotas para mezclarse con la casta política.»

Liberales, minarquistas, anarcocapitalistas difieren en la minimización del Estado, de poquito a nada, pero coinciden en la defensa de la propiedad privada y el Capital. Así como diferentes corrientes del socialismo plantean la destrucción del Estado para después o durante la “revolución”, mientras se proponen gestionar y desarrollar el capitalismo.

Los denominados anarcocapitalistas imaginan una sociedad en la que haya un orden sin Estado, “impulsado por la creatividad y dinamismo de los empresarios”. Una sociedad donde todos los servicios públicos sean brindados por empresas privadas, sin ningún tipo de financiación a través de impuestos. Esto incluiría desde la salud y educación hasta la policía y la justicia. Las actividades personales y económicas serían reguladas por empresas dedicadas al arbitraje de manera privada. Incluso el dinero (se limitan a su función de moneda) sería proporcionado privada y competitivamente en un mercado abierto, prescindiendo de los bancos centrales, y quitando regulaciones a los bancos privados. La base de este supuesto orden social ideal es la propiedad privada: del propio cuerpo y de los recursos que se dispongan, como es el caso de los medios de producción. En este sentido, todos seríamos “empresarios” y cualquiera podría crecer sobre la base de su esfuerzo y creatividad. Cuando pensemos en empresarios no debemos figurarnos automáticamente al directivo de una multinacional, nos basta con ir a la definición mínima de empresa: una organización de personas y recursos que buscan la consecución de un beneficio económico con el desarrollo de una actividad en particular. Las críticas anarcocapitalistas, por tanto, no solo se dirigen a la “casta” y a ciertas franjas del proletariado que subsisten a partir de ayudas estatales, sino también a los “empresaurios”, aquellos burgueses improductivos que “viven de la teta del Estado”.

Ahora bien, a diferencia de lo que esta utopía capitalista propone, admitir la propiedad es admitir el Estado. Porque es imposible eliminar a este último sin eliminar las relaciones de producción y reproducción que le hacen posible. No hay en la historia conocimiento de una sociedad basada en la propiedad privada en la que no hubiera Estado. En cambio, sabemos que durante miles de años hubo sociedades sin propiedad privada y sin Estado.

Con la propiedad privada aparecen clases sociales con intereses económicos en pugna. Para mantener los choques dentro de los límites “del orden”, el Estado, un poder nacido de la sociedad, se pone por encima de ella. Y para mantener esa fuerza pública se necesitan las contribuciones de los ciuda-danos, es decir, los impuestos. Aquello que los liberales tanto odian, sirve nada más y nada menos que para garantizar el libre mercado. Más o menos libre, el mercado ha sido siempre posible por la acción de los Estados, más allá de ese libre mercado ideal que gustan imaginar.

La mano dura del Estado y la mano invisible del mercado se estrechan en un apretón que garantiza esta sociedad. Si nos hablan de “abolir” el Estado para establecer una seguridad competitiva ligada a la esfera privada y no pública riámonos en sus caras y recordemos que el Estado está constituido a fin de cuentas por una “banda de hombres armados” en defensa de la propiedad, el intercambio y el trabajo asalariado.

En definitiva, el Estado no es un enemigo por razones de gusto, afinidad moral o antipatía ideológica. Lo es en tanto estructura de poder fundamental que garantiza el funcionamiento del modo de producción capitalista. Y si se presenta como necesario eliminarlo no es porque quienes detentan el poder sean malas personas o estén motivados por ciegas ambiciones. Es preciso eliminarlo porque organiza y ordena el sometimiento de nuestras vidas con el Capital, porque es el gobierno del Capital.

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