sábado, 30 de abril de 2022

MEMORIA: EXTRANJEROS "INDESEABLES" Y LUCHA INTERNACIONALISTA

De los ocho trabajadores revolucionarios conocidos como “mártires de Chicago” solo dos habían nacido en suelo estadounidense: Oscar Neebe, condenado a 15 años de trabajos forzados, y Albert Parsons, que se entregó a la Justicia para estar con sus compañeros y ser juzgado igualmente. El 11 de noviembre de 1887 fue ahorcado junto a tres alemanes: George Engel, Adolph Fischer y August Spies. Louis Lingg, también alemán, se suicidó en su celda para no ser ejecutado. Tampoco eran estadounidenses los dos condenados a cadena perpetua: Samuel Fielden era inglés y Michael Schwab era alemán.

Es justamente este último quien señala que, antes de partir de Europa, abrigaba la ilusión de que en la llamada “tierra de la libertad” no presenciaría el hambre y el desempleo: «Sin embargo he tenido ocasión de convencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejo mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones inmundas, sin ventilación ni espacio suficiente; dos y tres familias viven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunos vegetales. Las enfermedades se ceban en los hombres, en las mujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños».

Pero estos compañeros no luchaban por mejorar Estados Unidos o sus países de origen, luchaban por su clase, luchaban por la revolución social, contra el Estado y el Capital ¡de todos los países!

Desde que existe el trabajo jamás hubo suficiente para todos, y es por eso que los proletarios migran de un país a otro. Y es por eso que Marx pudo afirmar que el obrero no es ni francés, ni inglés, ni alemán, que su nacionalidad es el trabajo, la esclavitud libre, la venta de sí mismo y del propio trabajo. Y es por eso, entre otras razones, que se nos impone el internacionalismo. «El proletariado no tiene patria», y nunca tuvo patria. La patria nos separa y nos enfrenta. «El patriotismo se cree amor y no lo es», decía Rafael Barrett. Nuestro amor y nuestro odio no se detienen en una frontera. Así como a los burgueses no los detiene una frontera en su explotación, sus inversiones, sus ventas legales e ilegales, sus guerras.

Extranjeros “indeseables” junto a proletarios locales han propagado la lucha internacionalista por los rincones del mundo. Argentina ha sido históricamente un país de inmigración y la burguesía local ha intentado expulsar y deportar proletarios revolucionarios con la ley en la mano. Apenas comenzaba el siglo XX confeccionaban a nivel continental el Tratado de extradición y protección contra el anarquismo y, a nivel nacional, la Ley de residencia. Hasta la dictadura cívico-militar que acabaría en el ‘82, los milicos mantendrían oficialmente la idea de que la subversión provenía del extranjero, más precisamente de la URSS, país con el cual comerciaban libremente.

Retomamos las palabras del compañero Albert Parsons antes de ser ejecutado por el Estado:

«Soy internacional: mi patriotismo va más allá de las fronteras que limitan una nación; el mundo es mi patria, todos los hombres son mis paisanos. Eso es lo que el emblema de la bandera roja significa (…). Los trabajadores no tienen patria: en todas partes se ven desheredados; América no es una excepción de la regla. Los esclavos del salario son instrumentos que alquilan los ricos en todos los países; en todas partes son parias sociales sin patria ni hogar. Así como crean toda la riqueza, así también riñen todas las batallas, no en provecho propio, sino de sus amos.»*

 

* Extracto del libro: La Tragedia de Chicago, Ricardo Mella. Lazo Ediciones, Rosario, 2018.

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