miércoles, 7 de mayo de 2014

MEMORIA: A 200 AÑOS DEL NACIMIENTO DE MIKHAIL BAKUNIN

Los destellos de Mikhail Alexandrovich  Bakunin (30 de mayo de 1814 – 1 de julio de  1876) y de la I Internacional aparecen en la región argentina desde la década de 1870. En 1874, se crea en Córdoba la primera organización comunista aunque de carácter secreto, y en 1876 aparece en Buenos Aires el Centro de Propaganda Obrera que tres años después edita el folleto Una Idea sobre los argumentos de Bakunin. Dios y El Estado será comentado en el periódico La Liberté también de Bs. As. en 1894. En las primeras décadas del siglo xx circulará una edición española a cargo de B. Fueyo con traducción de Eusebio Heras, prólogo de Carlo Cafiero y Eliseo Reclus y apéndice biográfico de Anselmo Lorenzo. En 1928 finalmente, La Protesta editará sus obras completas con traducción de Diego Abad de Santillán.

Sin embargo, para adentrarse en la obra de este revolucionario es importante tener en cuenta lo que expuso Ángel Cappelletti en su artículo La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin, donde se explica que este pensador y hombre de acción sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico–religioso como en lo socio–político donde se pueden reconocer tres etapas bien definidas: la etapa idealista–metafísica (1834 a 1841), la etapa idealista–dialéctica (1842 a 1864) y finalmente la etapa materialista que comprende desde 1864 hasta su muerte en 1876.

Y añade: «Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo».

Fue uno de los grandes impulsores de la I Internacional, creada en 1864, de la cual expresó que «el principal objetivo era unir ante todo a las masas obreras del mundo civilizado en una acción común». Sus debates con Marx constituyen hoy uno de los grandes acerbos del proletariado para la lucha. Más allá de sus diferencias y escapando a todo ideologicismo, creemos que en su discusión hay aportes fundamentales.

A 200 años de su nacimiento leemos aún sus pensamientos y sus acciones, indivisibles entre sí, a lo largo de su vida. Leemos textos que, como Dios y el Estado, quedaron sin terminar ni ordenar. En una vida de constantes enfrentamientos con el enemigo no hay tiempo para todo… «mi vida es un fragmento» respondía a los que criticaban lo inacabado de algunas de sus obras. Su vida era un fragmento, pero un fragmento de algo enorme, un fragmento de la totalidad, de una lucha inacabada, no un ser fragmentado. Hay pocos casos en la historia en los que una obra editada en su totalidad de forma póstuma adquiere una importancia tan grande para, nada menos, la imposición de un proyecto revolucionario.

A 200 años del nacimiento de Mikhail Bakunin, el gran destructor, seguimos sosteniendo que para vivir en armonía y comenzar una historia verdaderamente humana debemos destruir toda la organización social actual, sus gobiernos y sus dioses, su Estado y su dinero, sus naciones y sus leyes.

«No puede haber verdadera revolución sin una destrucción arrolladora y apasionada, una destrucción beneficiosa y fecunda, pues sólo de ella nacen y surgen mundos nuevos. Pero nadie puede proponerse destruir sin tener al menos una concepción remota –ya sea verdadera o equivocada– de un nuevo orden que suceda al existente. Cuanto más vívidamente se visualiza el futuro más poderosa es la fuerza de destrucción. Y cuanto más se aproxima esa visión a la verdad, es decir, cuanto más se adecua al desarrollo necesario del mundo social actual, más beneficiosos y útiles resultan los efectos de la acción destructiva. Pues la acción destructiva está siempre determinada –no sólo en su esencia y grado de intensidad sino también en los medios que emplea–, por el ideal concreto, que es su inspiración inicial, su alma.» (Bakunin, Tácticas revolucionarias).

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