sábado, 30 de noviembre de 2024

ASEDIO Y FUEGO EN PALESTINA

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En septiembre más del 66% de los edificios en Gaza habían sufrido daños como consecuencia de los bombardeos, imposibilitando el retorno de las más de 1,9 millones de personas desplazadas forzosamente durante las repetidas expulsiones provocadas por el ejército israelí. Más del 67% de los terrenos de cultivo han resultado dañados y han sido convertidos en yermo, lo que contribuye a agravar la hambruna junto con las restricciones en el acceso de ayuda humanitaria: solo 100 camiones llegaron a entrar en la Franja de Gaza en todo el mes de octubre de 2024, debido al bloqueo económico impuesto por Israel, muy por debajo de los 500 camiones diarios que entraban antes de octubre de 2023. De noche, los satélites de UNOSAT apenas perciben unos puntos de luz, los que producen los generadores eléctricos que aún funcionan, y los de las llamas. Este es el paisaje que Israel amenaza con reproducir en el Líbano. UNOSAT es el Centro de Satélites de las Naciones Unidas «para la Formación y la Investigación, con la misión de promover la toma de decisiones basada en evidencia para la paz, la seguridad y la resiliencia utilizando tecnologías de información geoespacial», de allí tomamos los datos.

Ya hemos señalado que no se trata de una crisis, un conflicto, y tampoco de una guerra. No hay dos Estados en oposición bélica: se trata de unos de los Estados más fuertes del mundo contra una población desarmada y hambreada. En la coartada de la “lucha contra el terrorismo” quieren hacer pasar a la población palestina como Hamas.

Por otra parte, dejamos la tipificación legal de “genocidio” para las inútiles condenas y discursos burgueses en la ONU o reuniones similares. Y aunque comprendemos que hoy es quizás la única manera de parar en lo inmediato la masacre, no consideramos necesario denunciar en los mismos términos que quienes garantizan la sociedad capitalista que produce estas situaciones.

En Argentina la mera mención, ni siquiera crítica, de la situación en Palestina es tachada de apología del terrorismo. Pero no de la imposición del terror por parte del Estado israelí, sino del “terrorismo islámico”. Nos preguntamos ¿cómo puede ser “terrorismo islámico” la muerte diaria de decenas y decenas de niños producidas por el ejército israelí? El Estado de Israel y sus cómplices periodistas intentan dar largos rodeos: es que “los terroristas usan a la población como escudos humanos”; si se trata del bombardeo de un hospital dirán que “se trataba de un centro de operaciones de Hamas”, etc., etc. En medios de Europa ya hablan del peligro del “comunitarismo islamista” para luego referirse a la defensa de los valores occidentales y democráticoburgueses.

Recientemente los medios locales, siguiendo sus modelos europeos, presentaron como un pogrom el ataque a un grupo de hinchas de fútbol israelíes. Lo que no mostraron son las canciones antiárabes que un grupo de ellos cantaba, la agresión a un taxista y la quita de banderas palestinas por las calles. Condenable o no, contrasta enormemente con sus tibias declaraciones y silencios frente a la matanza de miles de personas en Gaza y el Líbano. La consagración de Israel como única víctima oficial llega así a su paroxismo, en una inversión increíble de roles que no llama la atención de los expertos oficiales en desinformación.

En este contexto el presidente Javier Milei, en la Asamblea General de Naciones Unidas, calificó de “socialista” a la misma ONU y anunció el fin de la posición de neutralidad argentina, resaltando su alineamiento con Israel. En varios fragmentos del discurso recurrió a sus delirios místico-liberales: «...donde entra el comercio no entran las balas porque el comercio garantiza la paz, la libertad garantiza el comercio y la igualdad ante la ley garantiza la libertad. Se cumplió, en definitiva, lo que consignó el Profeta Isaías y se lee en el parque, cruzando la calle: “Dios juzgará entre las naciones y arbitrará por los muchos pueblos; forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podadoras. Nación no tomará espada contra Nación; nunca más conocerán la guerra”.»

Una masacre cotidiana

A lo largo de más de un año, el ejército israelí ha cometido al menos una masacre de civiles por día y con frecuencia supera el centenar diario. De ocurrir en otra parte, una sola de estas matanzas cometidas en hospitales, escuelas o campos de refugiados, hubiera generado portadas en los periódicos, pero la matanza de palestinos no constituye noticia ni es motivo de escándalo.

Las cifras de muertes cometidas de forma directa por ataques israelíes quedan desfasadas inmediatamente. Para inicios de noviembre se contabilizan más de 43.600 muertos confirmados, incluyendo 16.765 niños, unas 10.000 personas desaparecidas, y unos 102.000 heridos. No obstante, estas cifras se quedan cortas, entre otras cosas porque no incluyen las muertes por hambruna, enfermedad, o como resultado de la agonía de los heridos (que carecen de acceso suficiente a medicamentos, anestesia), muy difíciles de verificar con un sistema sanitario colapsado.

A la ya histórica privación del agua, ahora incrementada, se suma la privación de alimento consecuencia de las acciones deliberadas de Israel. Asimismo, la proliferación de enfermedades infecciosas es producto de la destrucción intencionada y casi total del sistema sanitario.

El asedio en curso, el tercero en un año, sobre la población desnutrida del Norte de Gaza que aún resiste la expulsión forzada hacia el sur de la Franja, está derivando en lo que puede llegar a ser un exterminio sin parangón en la historia reciente. Se trata de una población estimada entre trescientas y cuatrocientas mil personas. La población palestina de Gaza solo tiene como opciones morir o seguir desplazándose a lo largo de un territorio vallado e inhabitable, en condiciones cada vez más penosas.

El paisaje es diferente en Cisjordania y Jerusalén Este, al compás de los desahucios, las expulsiones, la construcción de nuevos asentamientos para colonos. Israel también bombardea en campos como los de Jenín, pero en Cisjordania debe calibrar cómo asesina puesto que, al fin y al cabo, son más de 700.000 los colonos israelíes en asentamientos dispersos entre islas de palestinos. Más de 780 palestinos, incluyendo 167 niños, han sido asesinados en Cisjordania desde octubre de 2023, muchos directamente a manos de colonos.

La complicidad democrática de Occidente

Antes de las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos, Bifo Berardi publicaba: «Si tuviera la desgracia de ser ciudadano estadounidense, no votaría a ninguno de los dos candidatos: la señora Harris, que ha prometido que el ejército estadounidense estará siempre equipado con la máxima letalidad, es más peligrosa que el señor Trump desde el punto de vista europeo, porque con la señora Harris como presidente, la guerra ucraniana se extendería hasta el umbral atómico. El señor Trump, que representa consciente y explícitamente los intereses de la raza blanca, sería una catástrofe para los palestinos y, más en general, para los migrantes, a quienes Trump y Vance han prometido “la mayor deportación de la historia”. Pero es difícil imaginar cómo Trump podría ser más despiadado que Biden y Obama, que deportaron a más migrantes durante sus presidencias que Trump. Y es difícil imaginar cómo podría ser más despiadado con los palestinos de lo que lo ha sido Biden, que nunca ha dejado de apoyar financieramente ni enviar armas a los exterminadores israelíes. Tal vez solo sería menos hipócrita.»

La fuerza de esta destrucción es llevada a cabo desde el cielo, con cazas y misiles estadounidenses. Desde octubre de 2023, Estados Unidos ha entregado a Israel más de 10.000 misiles de una tonelada cada uno, de esos que pueden derribar un edificio de diez plantas y abrir enormes cráteres en la calzada. Estados Unidos también ha entregado más aviones, armamento y municiones por un valor total que supera los 20.000 millones de dólares, ofreciendo también cooperación en inteligencia.

Mientras tanto, en Europa es el Estado alemán quien lidera el apoyo a Israel y marca el rumbo en el control de la disidencia. Este apoyo es incondicional, una “obligación nacional”. Alguien rápidamente pude pensar en una culpa histórica, pero a fin de cuentas todo se trata de dinero: Alemania es el segundo exportador de armas a Israel y ha incrementando sus ventas en los últimos meses. A esto se suma una implacable represión interna de cualquier expresión de solidaridad con la población palestina que pueda arruinar el negocio. El gobierno alemán considera oficialmente “antisemita”, y por tanto ilegal, a todo llamamiento al boicot de Israel, a la denuncia del apartheid israelí, y a la descripción del sionismo como colonialismo de asentamiento, incluso si es expresado por judíos.

 

* Artículo de referencia: «Palestina, consumida por el fuego» (Quilombo, 13/11/2024)

VIENTRES DE ALQUILER

El hecho de que el comercio de órganos o de bebés sea ilegal no significa que no exista. La sociedad capitalista no es el reinado de la ley y el orden pero tampoco el de la ilegalidad, es una mezcla de norma y transgresión.

“Vientres de alquiler” suena mal, pese a que cualquier cosa o persona puede alquilarse o comprarse en este mundo. Por eso se usan eufemismos como “gestación subrogada”, “maternidad subrogada”, “gestación por sustitución” o “subrogación”. Pero se trata ni más ni menos que de la práctica por la que una mujer (o persona gestante) es inseminada artificialmente, lleva la gestación a término y da a luz a un bebé para otra persona o pareja, quienes, mediante un contrato y una remuneración, se convierten en progenitores del bebé. Un embarazo implica todo el cuerpo, pero “cuerpos de alquiler” es muy poco específico para esta sociedad en la cual alquilamos nuestro cuerpo a diario.

Las leyes al respecto son muy diferentes entre países, pese a que la formalización de la subrogación tiene alrededor de 50 años si tomamos como referencia el primer contrato legal conocido al respecto. Claro que eso no excluye las veces que habrá sucedido y sucede sin contratos formales, y sin la necesidad de los modernos métodos de fertilización.

La formalización de esta práctica en una sociedad de individuos libres e iguales no resulta sencilla, ya que cada persona es legalmente propietaria de su cuerpo, de su fuerza de trabajo y puede decidir sobre cómo utilizarla o venderla. La coerción es fundamentalmente económica. En cambio, hay registros muy antiguos sobre la regulación de la subrogación en otras sociedades de clase donde la propiedad sobre otras personas en general, y mujeres en particular, se podía ejercer de manera directa. En la antigua Mesopotamia, el Código de Hammurabi (siglo XVIII a.c.) establecía algunos criterios para la gestación a través de esclavas en casos de infertilidad de las mujeres. En el Génesis podemos leer el relato de la esclava Agar que engendró un hijo para la estéril Sarai a través de su esposo Abraham. También aparece el caso de las hermanas Raquel y Lía, ambas casadas con Jacob, quienes por problemas de celos y envidia fueron esterilizadas en diferentes momentos por Dios, frente a lo cual ambas entregaron a sus esclavas Bilhá y Zilpá, respectivamente, para que tengan hijos con Jacob que criarían como suyos. Dios las recompensó devolviendo su fertilidad. Estas historias sirvieron de inspiración a Margaret Atwood para su novela distópica El cuento de la criada, popularizada por su adaptación como serie televisiva.

Con el advenimiento de la mercantilización de los vínculos sociales, la gestación a cambio de dinero continuó desarrollándose como una práctica ilegal y por lo tanto oculta. Habría que esperar un milagro de la ciencia...

Inseminación artificial, fecundación in vitro y subrogación

Gracias a la inseminación artificial, uno de los pioneros de la maternidad subrogada en Estados Unidos fue el abogado Noel Keane en 1976. Un amigo de su hermana preguntó a Keane si podía conseguir que una mujer fuese inseminada artificialmente por un hombre y gestase un bebé para él y su mujer que no podía concebir. Keane puso un anuncio en periódicos para estudiantes y contactó con una mujer dispuesta a dicho acuerdo. Fue entonces cuando Keane negoció y escribió el primer acuerdo formal entre una pareja casada y una gestante subrogada en Estados Unidos. Luego Keane se dedicaría al negocio de la gestación subrogada y estaría en el foco del primer litigio mediático sobre el tema.

En 1984, en Nueva Jersey, Mary Beth Whitehead se contactó, por un anuncio en la prensa, con el Centro de Infertilidad de Nueva York, dirigido por Keane. En este caso, una pareja (los Stern) llegaron a un acuerdo de subrogación por el que Whitehead se sometería a un proceso de inseminación artificial con el esperma de William Stern. Whitehead dio a luz en 1986 y entregó el bebé, conocido a partir de entonces como “Baby M.” Un día después de la entrega, Whitehead se arrepintió e intentó recuperarlo. En verdad, era la tercera madre de alquiler contratada por Keane que se oponía a renunciar a su hijo. En los dos primeros casos las parejas sin hijos cedieron, pero no en el de Mary. En 1987 los juzgados dieron validez al acuerdo de subrogación y concedieron la custodia legal a los Stern. Un año después, en 1988 la Corte Suprema de Nueva Jersey revocó la validez del acuerdo de subrogación pero mantuvo la custodia legal para los Stern, considerando que era lo mejor para el niño y concedió a Whitehead un régimen de visitas. En 1988, debido a la repercusión del caso Baby M., el estado de Michigan aprobó una ley para prohibir completamente la gestación subrogada. Esto llevaría a Keane a cerrar dicha clínica, aunque se mantuvo en actividad en otros estados. Si bien fue su pionero, las instituciones en torno a la práctica se multiplicaron en el país, especialmente en California.

A partir de los años ‘80, los avances tecnológicos de la fecundación in vitro permitieron un nuevo tipo de subrogación: la subrogación gestacional. Esta se caracteriza por dividir los roles de la madre biológica en dos: la madre gestante y la madre genética. La madre genética, que puede ser madre intencional o una donante, aporta sus óvulos que son fecundados in vitro con el esperma de un padre intencional o un donante. Los embriones son transferidos a la madre gestante, que gesta y pare al niño sin tener ninguna relación genética con este. Esta posibilidad fue ganando popularidad respecto a la subrogación tradicional, ya que la falta de relación genética de la madre gestante reduce los problemas legales en la filiación.

La fecundación in vitro es mucho más que un tratamiento contra la infertilidad, supone un cambio fundamental en las posibilidades de reproducción de los seres humanos. La fecundación ya no tiene que producirse necesariamente en el interior de los cuerpos, la técnica permite generar embriones humanos fuera.

Producción de bebés-mercancía

La ciencia al servicio del Capital no puede sortear el hecho de que casi no hay manera de aumentar la productividad o intensificar la gestación asumida completamente como trabajo. Existe la posibilidad de embarazos múltiples (sobre todo de gemelos no idénticos) buscados por algunas personas y parejas, cómo no, para “completar la familia” en un solo ciclo de gestación. Estos embarazos son producidos a partir de la transferencia de dos embriones. Ciertamente esto implica mayores riesgos y se vuelve más difícil encontrar una persona dispuesta a un embarazo gemelar. El pago suele ser mayor, así como los costos del embarazo y sus cuidados, por ser considerado de riesgo, pudiendo implicar partos prematuros y por lo tanto incubación. Por todo esto no es muy corriente, aunque es visible en algunos casos de famosos y millonarios. De todos modos, más allá de esta modalidad excepcional de producir dos bebés en el tiempo de uno, la gestación debe realizarse en los tiempos habituales. A los ojos del Capital, las personas gestantes se hallan limitadas a procrear al ritmo aproximado de la naturaleza. Una limitante biológica con la cual la ciencia ficción fantasea desde hace años: así surgen los bebés de probeta, gestados fuera del cuerpo humano.

La prohibición y restricción de la maternidad subrogada en la mayoría de los países, con la excepción de algunos estados de Estados Unidos y países como India, Ucrania, Grecia, Georgia o Nepal que carecen o han carecido hasta hace poco de regulación suficiente, sumado a los bajos costes respecto a países más ricos, los han convertido en destinos de “turismo reproductivo”: allí se puede entrar, gestar, salir y volver. Por la declaración de pandemia, decenas de nacidos por gestación subrogada quedaron varados en Ucrania. Con la invasión rusa en 2022, otras decenas corrían la misma suerte en sótanos para proteger a dichas “mercancías” de los bombardeos. El mundo del Capital da para todo, pero nada muy nuevo.

En Argentina se puede ver por televisión a un conductor de programas “para toda la familia” que ha burlado la prohibición y lo cuenta con total normalidad, su hijo-mercancía es desde bebé una temprana estrella. Por otra parte, recientemente desde la Justicia investigan una red de “turismo reproductivo” por 49 casos en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe que producían bebés para el extranjero. Se suma además otra investigación en Córdoba, donde 14 mujeres habrían sido contratadas para gestar. Existen ciertos vacíos legales que permiten la práctica de manera altruista. Al no estar prohibida pero tampoco regulada como trabajo, esto contribuye a que sea realizada de manera rentada por redes que involucran instituciones médicas y profesionales que contratan mujeres en condiciones de vulnerabilidad, con magras pagas y sin garantías en caso de pérdida del embarazo u otras complicaciones.

Por su parte, con la “subrogación altruista” la ciencia también tiene una coartada emocional para autojustificarse: hay casos de subrogación sin motivación económica que sirven para justificar los otros. En la “subrogación altruista” la madre recibe una compensación económica, aunque restringida a ciertos conceptos como molestias físicas, gastos médicos o los ingresos no recibidos al no poder trabajar durante un período. Esta “compensación” supone un “limbo jurídico” en Argentina, ya que no está estipulado qué montos cruzan el límite entre una “gestación altruista” y una “comercial”. Es un favor a una mujer infértil, a un hombre soltero o a una pareja sin útero. En Argentina no existen cifras oficiales y se calculan entre 200 y 500 procedimientos anuales.

Libertad y antagonismo de clase

El impulso legalizador ya está planteado y no solo por empresarios, sino también por un amplio sector del feminismo liberal. Nuevamente habla el Capital en términos de libertad, nuevos modelos de familia, soberanía sobre el propio cuerpo y el derecho a la maternidad. Así, se insinúa que los deseos individuales deben convertirse en derechos universales. Y su satisfacción justifica la explotación de las mujeres proletarias como incubadoras humanas al servicio del capricho de la burguesía o al menos de quienes puedan pagarlo.

Así es la libertad capitalista: elegir por catálogo vendedores (que no donantes) de óvulos, esperma, embriones y hasta gestantes. Una elección eugenésica, que jerarquiza entre individuos, grupos humanos y etnias, y que determina quiénes merecen ser perpetuados y quiénes no.

La defensa de los vientres de alquiler hace abstracción de las clases y su antagonismo con el argumento capitalista de las “libertades individuales” para efectuar los contratos. De este modo, presentan a personas como formalmente iguales cuando son socialmente diferentes. Si las gestantes no fueran proletarias no tendrían por qué vender su capacidad reproductiva y someterse, no solo a un embarazo no deseado y a lo que pueda venir después de entregar el producto de su vientre, sino también al control y vigilancia implicados. Estos, al igual que en un criadero de otras especies, pueden incluir la prohibición de movimiento, un estricto control médico, dietas e incluso el constreñimiento a dar a luz por cesárea, ya que de ese modo se puede planificar la fecha de nacimiento. Para garantizar la calidad del producto, satisfacción del cliente y seguridad legal de la transacción es también necesario un control psicológico de las embarazadas. Se pretende evitar que establezcan vínculos emocionales con ese hijo/no-hijo y prevenir el arrepentimiento postparto, lo que evidencia cuán poco libres somos de sentir lo que queremos o deberíamos querer.

La maternidad subrogada, aún tan defendida por algunos sectores feministas, es una forma de explotación y violencia específicas contra las mujeres. La legalización de los vientres de alquiler posibilita la puesta en el mercado (ya no solo ilegal) del útero de todas las mujeres más pauperizadas. Se trata de una profundización de la cosificación y mercantilización de cada vez más aspectos de la vida humana.

 

* Este artículo es un adelanto del próximo número de Cuadernos de Negación, titulado: Notas sobre aborto y población.

NUEVA SUSCRIPCIÓN

Preparamos dos nuevos folletos para incluir en la suscripción de la biblio: El parto, bautismo civilizatorio y La cuestión Iglesia-Estado en Argentina. Se trata de un adelanto de Cuadernos de Negación nro. 16: Notas sobre aborto y población.

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domingo, 13 de octubre de 2024

NO ES DEPRESIÓN, ES CAPITALISMO

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En lo relativo a la denominada salud mental lo más apropiado es obtener nuestra perspectiva y orientación desde el amplio horizonte de las condiciones materiales de existencia. Lo importante de esta mirada es que pone en tensión el discurso patologizante que atribuye las causas del padecimiento al individuo y no a la sociedad de la que forma parte. A su vez, no acepta el deterioro de las condiciones laborales, habitacionales y de los vínculos interpersonales como mera responsabilidad de quien las padece.

Al lema liberal por excelencia “el pobre es pobre porque quiere” le corresponde “el depresivo es depresivo porque quiere”. De este modo, sería suficiente con “pensar positivamente” o “salir adelante”. La ideología de la libre elección insiste en que es cuestión de escoger la riqueza frente a la pobreza, el bienestar frente al malestar. Desde el punto de vista liberal, entonces, ya tenemos dos problemas: el inicial y elegir no solucionarlo.

El empobrecimiento económico provoca mayor depresión, así como la violencia intrafamiliar y las presiones laborales. Por su parte, el modo de vida de aislamiento y encierro, profundizado hace pocos años a partir del confinamiento social y obligatorio, hacen lo propio.

La depresión existe y no es suficiente con “tomar conciencia” y llamarla capitalismo. Es depresión y es capitalismo. Y si bien muchos de los males de este mundo no desaparecerán hasta que no desaparezca este modo de producción, negar su especificidad como depresión nos priva de la posibilidad de abordarla, si es que deseamos hacerlo.

“Salud mental”

Referirnos a la salud mental comienza a dejar de ser tabú, la cuestión es de qué manera la abordamos. El énfasis contemporáneo puesto en la salud mental o en las emociones es evidente. Es el tema predilecto de las nuevas series y películas. Se trata de un proyecto de explotación del territorio psicológico. Ninguna empresa puede tener como propósito visibilizar ni mucho menos colaborar en combatir los malestares, se trata de ganancias. Y es en esa catarsis colectiva que también producen un aliciente para la reproducción de esta sociedad. Una explotación similar comienza a asomar desde los espacios políticos y será cada vez más explícito ya que se trata de una problemática inocultable.

Pero ¿qué entendemos por “salud mental”? Podemos observar cómo, en este contexto, existe una tendencia a confundir o mezclar el “bienestar” con la “salud mental” lo que parece conducir a patologizar la infelicidad que ofrece esta sociedad.

“Salud” es entendido como ausencia de enfermedad. Y “bienestar” como la presencia de esa salud y de satisfacción personal. Cuando ambos conceptos se entremezclan en la noción de “salud mental” suponen un estado de bienestar, y cualquier malestar es susceptible de ser visto como “enfermedad mental”. Este es un riesgo que presentan las promesas capitalistas de felicidad. Felicidad e infelicidad que esta misma sociedad define.

Así, en esta generalización del inmediatismo, la impaciencia y por tanto la desesperación, podemos confundir una situación circunstancial con un malestar extenso que se experimenta interminable. Por ejemplo, confundir tristeza con depresión.

Considerada una enfermedad, generalmente, la manera de atender esta realidad es acudir a un experto para que actúe con un tratamiento y una tecnología específica: extirpar, rehabilitar, curar el problema de manera aislada. Así lo dictan las disciplinas e industrias que comercian con la salud y la enfermedad, en este caso las asociadas a la psiquiatría. No solo abordando el cerebro, sino otros órganos del cuerpo, el sistema inmunológico o lo que dicte el penúltimo “hallazgo científico”.

Argentina aún no es parte de aquellos países en los cuales se empastilla a la población sin miramientos, aunque hay una tendencia cada vez mayor a hacerlo. Para eso es preciso entender y abordar diferentes situaciones como si fueran una enfermedad solucionable a base de pastillas. Se trate de insomnio o del comportamiento de los niños entendido como “trastorno por déficit de atención”. El caso del duelo es un buen ejemplo: hoy se habla de “trastorno de duelo prolongado” ya que cada vez se permite menos tiempo debido a las exigencias y ritmos de esta sociedad. Según quienes dictan la norma a través del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM), en su tercera edición de 1980 se consideraba normal el duelo de un año, en la cuarta versión de 1994 ya se había reducido a dos meses, en su quinta versión de 2013 quien permanece de duelo más de dos semanas después del fallecimiento de un allegado, “mostrando sentimientos de vacío, de tristeza o de fatiga” es considerado depresivo y debe ser tratado con medicamentos.

Para el paradigma dominante el razonamiento es simple: la raíz del problema de cada depresivo se encuentra en su interior (en su mente, en su alma o en sus genes). Se trataría de un fenómeno solucionable individualmente. Por eso las disciplinas que operan desde la división (mente/cuerpo, individuo/sociedad, interior/exterior) solo pueden empujar al individuo a que se vuelva hacia su interior, se trate de su alma o de su organismo.

Entender que las causas son sociales no significa que no podamos abordar los problemas individual o grupalmente (amistades, familia, pareja, colectivos). Si bien es cierto que ni en solitario ni en grupo podemos erradicar un problema social, hay un espacio de acción.

La intención con este artículo no es proponer métodos o guías; no las tenemos y nos parece un tema lo suficientemente delicado como para lanzar propuestas sin atender a cuestiones particulares. Sin embargo, visibilizar el problema de la depresión, ponerlo en común y compartir un marco de reflexiones, nos parece que puede colaborar a afrontarlo.

“… es capitalismo”

En el número anterior decíamos que vivir en una sociedad capitalista no nos hace capitalistas. Aunque todos, uno a uno, conformemos esta sociedad no significa que haya una igualación de responsabilidades ni de implicancias. No disponemos de medios de producción a través de los cuales explotar a otros, solo tenemos nuestra fuerza de trabajo para vender.

Una lectura posible de la raíz social de los problemas es la del tipo “chivo expiatorio”: “no es mi culpa”, en este caso “es el capitalismo”, sea lo que se entienda por eso. Y en lugar de asumir nuestro lugar en el modo de producción capitalista depositamos la culpa sobre otros, sobre nuestros “enemigos”. No es casual que estos modos de razonamiento estén asociados a la culpa de tipo religiosa.

La escisión dualista y cosificadora concibe los “males” sociales como elementos ajenos a un cuerpo “sano”. Esta mirada inadecuada nos puede hacer suponer que los individuos enfermos son los problemas de una sociedad sana. Por eso se aísla, se encierra o se mata a quienes se supone enferman el cuerpo social. O, por el contrario, podemos suponer que somos individuos sanos y que la sociedad nos enferma. De cualquiera de las dos maneras se estima que tanto sociedad como individuo son abstracciones sin un vínculo recíproco. Y generalmente estas percepciones parten del error de considerar al individuo como un dato natural o incluso punto de partida de la sociedad, cuando es la propia sociedad la que produce al individuo tal como la conocemos. Por ejemplo, no es el “individuo egoísta” el que crea la propiedad privada sino al revés.

Esta sociedad se empecina en convencerse de que los responsables de los malestares generales son simplemente las personificaciones de una dinámica social general: los inmigrantes, los pobres y los homosexuales para unos; y para los otros: los gobernantes de turno, quienes destruyen el planeta o los empresarios. Así, nuestra conciencia puede mantenerse tranquila, el problema se pone fuera: “es el otro”. Pero el nombrado “capitalismo” no funciona así.

“Politizar el malestar”

Afirmar que “lo personal es lo político” expone el vínculo entre lo social y lo personal. Pero hay un problema en considerar lo social como sinónimo de lo político. Es imposible hallar un sinónimo de “política” que no refiera a lo relacionado con el gobierno o el Estado. Vamos al diccionario: «1. Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados. 2. Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país». ¿Es posible pensar lo colectivo por fuera, incluso, en contra del Estado? Consideramos que sí, esa es nuestra apuesta.

Más allá de la Real Academia Española y más acá de las dinámicas sociales, politizar o no la depresión, o lo relativo a la salud mental, es un importante debate a dar. Lo hemos visto en los últimos años en otras politizaciones: iniciativas y manifestaciones que sirven de apoyo “en las calles” a las políticas de los funcionarios estatales dentro de las instituciones, algunas abiertamente y otras como apoyo crítico o acrítico.

Afirmar que todo es político obstruye las posibilidades de discutir por fuera de la lógica política, del estatismo. En el caso de la salud mental, claro que en lo inmediato millones de personas precisan mejores políticas de Salud Pública, pero reducir todo el problema a eso y olvidar qué son la “salud pública” o el propio Estado que las brinda es un grave error para, justamente, nuestra “salud mental”.

En la politizada Argentina de las últimas décadas la frase “lo personal es lo político” tomó un matiz diferente. Ya no dice tanto que la política vaya hacia lo personal, sino que todo lo personal sea susceptible de ser incluido en la política, en el Estado. Es por eso que veremos cada vez más la defensa de la “salud mental” instrumentalizada en las campañas de los candidatos políticos, especialmente de los más jóvenes.

También existe la intención carroñera de hacer propaganda política basada en el malestar. Sobran ejemplos, en este caso podría ser la de aquellos que al utilizar la frase que da título a este artículo dejan leer entre líneas: “¿depresivo? Sumate a nuestro movimiento para salvarte”. Y así la depresión pasa a constituir una nueva romantización, una nueva identidad.

Y ya sabemos que una identidad necesita de un nosotros (depresivos) y de un ellos (el capitalismo que lo provoca). Una identidad política no puede aceptar participar en lo que ella misma detesta y se constituye en construir una diferencia: amigos y enemigos. Y no es que no los haya, pero forman parte de una misma dinámica social. Por eso pareciera mejor no intentar comprender, el rechazo parece ser suficiente. Pero no lo es. Una identidad política promete protección y salud a quienes adhieren, pero al igual que un político en campaña, no cumple.

A lo largo de los años también podemos observar el activismo o la militancia entendidas como terapia, como una búsqueda que proporcione consuelo para el malestar personal y su descontento. No se puede juzgar a nadie por esta búsqueda, pero advertirlo nos sirve para señalar cómo sobre esa situación algunos líderes buscan engrosar sus filas. La identidad política sueña constantemente con el crecimiento cuantitativo.

Asumir el carácter social de la depresión es necesario. Pero posiblemente necesitemos hacer un esfuerzo más. Más allá y contra la política. Más allá de los mensajes de pocos caracteres, los audios acelerados y los fragmentos de videos de corta duración. Más allá de la demanda de gratificación inmediata, de la confirmación y estabilización de una mentalidad predeterminada y de la promesa de felicidad de esta sociedad. Y así, aunque procedemos indirectamente hacia lo personal podemos abordar el problema.

Crisis del Capital, crisis existencial

La búsqueda de sentido en este mundo moderno puede provocar frustración. Buscamos sentido a la vida porque la vida en estas circunstancias no pareciera ser motivo suficiente. Una subjetividad en crisis está en íntima relación con las crisis capitalistas. Crisis que desestructuran tradiciones, roles y estereotipos sin llegar a reestructurarlos inmediatamente.

Yann Sturmer en su artículo Contra la utopía del capital. Pensar hoy con Giorgio Cesarano (2022) señala que con el fin del patrón oro a comienzos de los ‘70 pero también con el desarrollo de la automatización y las máquinas, el Capital comienza a depender cada vez más del crédito, del valor producido por los trabajadores supuestamente en el futuro, para asegurar su supervivencia: «[el Capital] Debe dominar el futuro, que alguna vez fue también el espacio de las proyecciones revolucionarias. Se vuelve así especulativo, una burbuja separada del lugar concreto de producción, que era la producción de valor mediante la fuerza de trabajo humana.»

¿Y qué es la ansiedad si no la preocupación por dominar el futuro? El miedo y/o la desesperación intensos, excesivos y continuos por no estar justamente aquí sino en un futuro hipotético, ficticio. La angustia de las personas endeudadas, obligadas a empeñar su presente y su futuro.

«Al volverse autónomo del mundo, de su límite material, el capital también arrastra a la humanidad a una pérdida total del mundo, de cualquier comprensión cosmogónica, de cualquier capacidad de captar y controlar lo que les sucede», agrega Sturmer.

Donde la lógica capitalista se presenta como el sentido de la vida, necesariamente entra en conflicto con la búsqueda de sentido para quienes no nos satisfacemos con las miserias, pero tampoco con los triunfos de esta sociedad. Nos sucede, aunque nos declaremos en contra o a favor, incluso indiferentes. Es evidente que no es necesario declararse anticapitalista para sufrir los malestares de este modo de producción.

Mark Fisher en Bueno para nada (2014) escribió «he llegado a tener un entendimiento diferente de mi depresión y de sus causas. Comparto mis propias experiencias de aflicción mental no porque crea que haya algo especial o único en ellas, sino para apoyar la afirmación de que muchas formas de depresión son mejor entendidas –y mejor combatidas– a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y “psicológicos”.» Más adelante señala: «Mi depresión siempre estuvo atada a la convicción de que yo era literalmente un bueno para nada».

El desarrollo de los medios de producción y reproducción de nuestras vidas conlleva una transformación de nuestras subjetividades. Los nuevos “trabajos de mierda” como los llama David Graeber, tan inútiles «que incluso la persona que tiene que efectuarlo todos los días es incapaz de convencerse de que existe una buena razón para hacerlo». El autor del libro Trabajos de mierda, una teoría (2018) sostiene que más de la mitad del trabajo social no tiene propósito y se vuelve psicológicamente destructivo cuando se combina con una ética del trabajo que asocia el empleo con la autoestima. Es fácil sentirnos “buenos para nada” en el desempleo o en estos empleos.

Podemos agregar con Fisher que la cura no es conseguir un mejor empleo: «las marcas de clase están diseñadas para ser indelebles. Para aquellos a los que desde la cuna se les enseña a pensarse a sí mismos como inferiores, la adquisición de calificaciones o riqueza raramente será suficiente para borrar –sea en sus mentes o en las mentes de los demás– la sensación primordial de inutilidad que los ha marcado desde su más temprana edad.»

Lo más parecido, no a una cura, sino a una forma realista de afrontar el problema puede ser desobedecer el mandato burgués de felicidad, su moral del trabajo, o al menos comenzar a ponerlos en cuestión. Sabernos “buenos para nada” en un modo de producción en el cual ser “bueno” y triunfar solo es un mérito de acuerdo a sus propios términos.

¿DÓNDE HAY UNA NECESIDAD NACE UN DERECHO?

Es un secreto a voces que las relaciones sociales en el capitalismo se encuentran invertidas: son relaciones entre cosas donde los seres humanos somos reducidos a un medio. En tales circunstancias, no es de extrañar que las representaciones se confundan con lo representado, e incluso que los intereses de los representados se confundan con los de sus representantes. Es decir, los intereses de los gobernantes con los de los gobernados, los de los explotadores con los de los explotados.

El derecho moderno está determinado por las relaciones sociales capitalistas: igualdad abstracta, productores privados e independientes que socializan en el intercambio. Los poseedores de mercancías se ven a sí mismos como individuos libres e iguales entre sí. Esta igualdad formal entre capitalistas poseedores de medios de producción y subsistencia, y proletarios poseedores de su fuerza de trabajo, es la que hace posible la producción del plusvalor y la explotación del trabajo asalariado.

La igualdad, como concepto dominante de nuestra época, proviene justamente de la compra y la venta, del mercado. Si cada mercancía que llega al mercado puede igualarse a cualquier otra es porque el motivo de su producción no es su cualidad particular, su uso concreto, lo que importa es que va a ser cambiada por dinero, la mercancía por excelencia que representa todas las mercancías. Este proceso de igualación, que opera a partir del valor, es la clave de todo el derecho burgués que a veces los movimientos sociales empuñan como arma o escudo.

Mercancía y derecho son dos fenómenos inseparables e implicados recíprocamente. Por tanto, defender los derechos humanos como la cúspide del desarrollo humano, fruto de una ética ahistórica, es defender este mundo mercantil. Nos han dicho que allí donde hay una necesidad debe existir un derecho porque el derecho es natural al “Hombre”.

Por su parte, el Estado democrático conceptualiza la violencia de tal modo que le permite presentarse como ajeno a sus causas y, por tanto, como una potencial fuerza para el bien. A la violencia que excede su monopolio le opone el cumplimiento de los derechos. De este modo, busca garantizar la paz social de esta democrática sociedad.

Para el aparato jurídico existen situaciones aisladas y no relaciones sociales de producción. Abordar los problemas de manera social, críticamente, iría en contra de su propia función. Es por eso que el inmediatismo punitivista produce la culpabilización de individuos. Le es imposible “condenar” una relación social, porque para el individuo hay todo un entramado listo para juzgarlo, mientras que para la relación social no basta con aplicar dispositivos legales, ni hay satisfacción inmediata. Sin embargo, para mantener esa perspectiva conformista es preciso hacer abstracción de los agravios constitutivos de nuestra sociedad, desde el trabajo asalariado a la religión, de la represión al urbanismo.

Por otra parte, cuando se pide justicia y se habla de condenas, se pide al Estado y su Poder Judicial que resuelva una cuestión emocional para lo cual no fue creado y que es incapaz de satisfacer. Y aunque el apresamiento de algún asesino o agresor pueda dar algo de alivio a algunas personas implicadas en el hecho juzgado, es sabido que las causas de dicha violencia persisten. Más allá de que ninguna sentencia devuelve al familiar o amigo con vida, esta sociedad sigue produciendo asesinos, torturadores, agresores, depredadores.

En el fetichismo de las formas, es posible deslumbrarnos ante un grupo de personas que decidieron organizarse asamblearia y horizontalmente de manera espontánea para resolver sus problemas. ¡Claro que esto es importante! Pero no es indispensable, ni garantiza que dicha propuesta vaya a buen puerto por el mero hecho de su apariencia horizontal. En ciertos barrios de la región argentina, vecinos se auto-organizan para pedir más policías y leyes más duras… y ni la horizontalidad ni la reflexión colectiva han garantizado que lleguen siquiera a acercarse a la conclusión de que el robo entre miembros de una misma clase es inherente a la propiedad privada.

Por tanto, se trata de una cuestión de forma, pero también de contenido, que en última instancia determina las formas. En ciertas ocasiones, la acción revolucionaria (es decir, un contenido posible y el que nos interesa) se manifiesta de manera asamblearia, otras de manera clandestina, otras de manera minoritaria, sin consultar, y luego es asumida por la mayoría.

La lucha de clases de las últimas décadas se manifiesta en las calles, las rutas, fuera de las ciudades y hasta en los hogares. Es en la posibilidad de frenar la circulación más que la producción y en los reclamos al Estado más que a una empresa o un patrón donde se encuentra su carácter interclasista y ciudadanista, donde reside su carácter democrático.

Las revueltas desatadas en diferentes partes del mundo en las últimas décadas, así como los “nuevos movimientos sociales”, a pesar de su carácter interclasista y ciudadanista, dejan en claro la persistencia de la lucha de clases. A su vez, evidencian la diversidad que compone a nuestra clase. Debemos atender, no solo como punto de llegada sino de partida, la denominada cuestión de género, la sexualidad, la racialización, la familia, la naturaleza de la cual formamos parte.

Y en los reclamos de legislación social (aborto, ley de humedales) precisamos vincular lo que se percibe como “defectos” de la democracia con sus “aciertos” y advertir cómo se condicionan unos a otros. Para así, dejar de suponer al Estado como una forma de organización neutral a disputar y reconocerlo como lo que es: el garante de una sociedad dividida en clases, con la ganancia como dios y la democracia como su forma más apropiada.

 

* Extracto de un artículo de Cuadernos de Negación publicado en Dialéktica número 32, revista de filosofía y teoría social (primavera de 2023, Buenos Aires). Leer completo en:  cuadernosdenegacion.blogspot.com

jueves, 1 de agosto de 2024

NO SOMOS «CAPITAL HUMANO»

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Una de las innovaciones del actual gobierno argentino fue la designación del Ministerio de Capital Humano que significó la integración de los antiguos Ministerios de Trabajo, Educación, Desarrollo Social y Cultura. Inicialmente también incluía el de Salud, aunque quedó finalmente fuera. El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad fue suprimido, conservando únicamente una Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género, transferida posteriormente al Ministerio de Justicia para ser disuelta.

La noción de capital humano sobre la que se basa la creación del Ministerio homónimo tiene como punto de partida la concepción burguesa sobre la inexistencia de clases sociales. Como veremos, subyace la idea de que todos seríamos capitalistas.

La apología del Capital, de los capitalistas y del capitalismo en general, es difundida necesariamente desde todos los gobiernos. En este caso es llevada a cabo desde una visión abiertamente liberal y en un contexto particular del mercado laboral, lo cual invita a otro tipo de críticas y volver sobre algunas cuestiones fundamentales.

¿Qué es?

En el programa de La Libertad Avanza (LLA) de cara a las elecciones presidenciales de 2023 podemos leer: «El capital humano de una persona es el valor de todos los beneficios futuros que se espera obtener de ella con su trabajo en el transcurso de la vida productiva». Y más adelante afirman: «es el conjunto de habilidades, aptitudes, experiencias y conocimientos de cada persona, imprescindible para la economía de un país, invirtiendo en él se aumenta la productividad y se impulsa el progreso tecnológico, además de los múltiples beneficios que se obtienen en otras áreas como las sociales o científicas.»

Estas definiciones deben mucho a la llamada teoría del capital humano (TCH), desarrollada principalmente por los economistas estadounidenses Schultz y Becker desde la década de 1960. El primero de estos estableció que los factores de producción decisivos para el incrementar el bienestar de los pobres son el mejoramiento de la calidad de la población, los adelantos en el conocimiento y el desarrollo de habilidades. Posteriormente Becker, sistematizador de los aportes de Schultz, desarrolló formalmente la TCH en su libro Human capital. Su idea básica fue considerar la educación y la formación como inversiones racionales con el fin de incrementar la eficiencia productiva y los ingresos de individuos, empresas y Estados. Supuso además que el individuo, en tanto que “agente económico”, en el momento que toma la decisión de invertir o no en su educación, arbitra entre los costos de la inversión (por ejemplo, el costo de oportunidad –salario que deja de percibir por estar estudiando– y los costos directos, es decir, los gastos de estudios) y los beneficios que obtendrá en el futuro, si continúa avanzando en su formación.

De acuerdo a la perspectiva de estos autores y otros estudios posteriores, gran parte del crecimiento económico de las sociedades occidentales podría explicarse si se introduce una variable llamada capital humano, correlacionada con el nivel de formación especializada que tienen los agentes económicos o individuos de una sociedad. Sin embargo, parece ser al revés, ellos consideran el desarrollo como producto de la formación y no la formación como un producto, una necesidad, del desarrollo.

Desde la tribuna liberal insisten con la importancia de la educación para el progreso de la nación y el mantenimiento de la sociedad de clases. Cualquier parecido con otras formas de liberalismo “progre” no es mera coincidencia, es muy similar a la idea de transformar la sociedad a través de la educación, sin comprender que la educación es producida y transformada por las necesidades capitalistas de la sociedad. Y la adaptación del contenido educativo de acuerdo a las fluctuantes necesidades del Capital en cuanto a las características de la fuerza de trabajo a explotar ha requerido siempre del Estado. De hecho, el nivel educativo local ha caído tan bajo que la iniciativa más clara de la Secretaría de Educación actual es un plan de alfabetización nacional.

Para invisibilizar la existencia de las clases y su antagonismo es necesario invisibilizar la explotación: suponer que todos somos ciudadanos de una armonía liberal. Pero no es así, no hay igualdad de condiciones a la hora de vender nuestra fuerza de trabajo o a la hora de firmar un contrato de alquiler. En el mercado, la relación no es entre capitalistas, sino entre poseedores de mercancías: quienes poseen los medios de producción, y quienes solo poseen su fuerza de trabajo. Por tanto, se trata de un contrato basado en la asimetría social inscripta en el modo de producción capitalista, que da lugar a la «libertad de morirse de hambre».

¿Somos capitalistas?

No es suficiente vivir en una sociedad capitalista para considerarnos capitalistas. No es suficiente con tener una visión “consumista”, la enorme mayoría de la población no somos propietarios de capital. Es decir, no somos capitalistas. No disponemos de medios de producción a través de los cuales explotar a otros, no somos propietarios de comercios, bancos o tierras. Disponemos, cuanto mucho, de medios de vida, alguna herramienta de trabajo, un medio de transporte y muy pocos pueden tener una vivienda propia. Algún afortunado podrá ganar eventualmente la lotería, y disponer de una suma cuantiosa de dinero. Pero dependiendo de cómo la use, será o no capitalista. Una gran cantidad de dinero, una casa, una máquina de coser o un automóvil no son simplemente capital por el hecho de ser poseídos.

Según la perspectiva del capital humano, el conocimiento del que dispone una persona sería una forma de capital. De igual modo, cualquier característica de las personas que influya en el salario individual, podría ser una forma de capital: salud, edad, experiencia, e incluso ubicación geográfica. Puede parecer ridículo pero, desde el punto de vista de la TCH, un individuo que decide emigrar en búsqueda de mejor salario se está “capitalizando”. De acuerdo a las estadísticas, quienes más emigran son jóvenes, lo que demostraría que la “inversión” y apuesta a migrar volvería su trabajo más redituable a futuro.

Según la TCH, el conocimiento adquirido a través de la educación y la formación profesional aumenta las habilidades y competencias de los individuos, haciendo abstracción de toda otra serie de elementos. En este sentido, en lo que a optimismo pedagógico se refiere, son tan o más entusiastas que sus supuestos contrincantes. Como si todo se redujera al acceso al conocimiento, la libre voluntad y un comercio limpio. El sueño idílico de quienes quieren capitalismo pero sin hambre y sin matanzas (y sin Estado para los ultraliberales).

El gran nivel de precarización laboral ha convertido a muchos de nosotros en cuentapropistas, trabajadores autónomos, monotributistas o, como se suele decir, emprendedores. Pero eso no nos hace capitalistas, y no se trata de justificarlo en un sentido moral. Las distintas estrategias para paliar la inflación en este país, sumado a lo esporádico de ciertos trabajos, vuelve necesario saber algo de finanzas: tasas de interés, plazos fijos, fondos de inversión, diferentes tipos de dólar, criptomonedas, incluso bonos o acciones de empresas. Disponer de algún tipo de ahorro que no sea en pesos o directamente buscar que nuestro salario no se deprecie por el simple paso de los días, nos ha envuelto en este ámbito antes ajeno.

Es en este marco de precariedad y gran heterogeneidad de venta de la fuerza de trabajo, de individualismo y atomización social, sumado a la violencia inflacionaria, que la defensa del capitalismo ha calado hondo. Se nos invita a pensar como capitalistas, a identificarnos con ellos, a agradecerles por su rol social, y se nos promete la posibilidad de llegar a serlo a través del mérito y la libertad de saber elegir.

Se enaltece al empresario para prometernos, a lo sumo, mejores salarios en un futuro no tan lejano. Mejores que la miseria actual y peores que en el ciclo anterior. Ese es el círculo vicioso de la economía argentina al que ahora se suma una nueva reforma laboral, que busca potenciar el empleo formalizando la precariedad existente del enorme mercado informal de trabajo local, impuesta sobre la base de una creciente población sobrante para las necesidades del Capital.

¿Somos capital?

No somos capitalistas, pero tampoco somos capital. A lo que algunos burgueses se refieren como capital humano Marx lo llamó fuerza de trabajo, la capacidad de trabajar. En su libro El Capital podemos leer: «Por fuerza de trabajo o capacidad de trabajo entendemos el conjunto de capacidades físicas y mentales que existen en la corporeidad, en la personalidad viva de un ser humano y que él pone en movimiento cuando produce valores de uso de cualquier índole» (véase la similaridad con la definición de capital humano de LLA citada más arriba). La fuerza de trabajo se encuentra disponible como mercancía con la aparición del individuo libre: tanto jurídicamente para vender su capacidad de trabajar por cuenta propia, como liberado de los medios de producción necesarios para ponerla en marcha y, por lo tanto, obligado a venderla. Y se trata de una mercancía muy particular en el mundo de las mercancías. Una cuyo valor de uso tiene la propiedad de ser fuente de valor, cuya puesta en acción crea más valor del que cuesta reproducirla y, por lo tanto, adquirirla. Solo el empleo por parte de un capitalista puede convertir nuestra fuerza de trabajo en capital.

En este sentido, el capital tampoco es simplemente una acumulación de mercancías. El dinero como capital compra mercancías para usarlas como medio en un proceso de valorización, de aumento de su cantidad. La fórmula D-M-D’ es la síntesis de este movimiento: el dinero (D) como capital compra mercancías (M), produce con ellas nuevas mercancías para venderlas y obtener así más dinero (D’) que el que iniciara el ciclo de acumulación. Fue al indagar en la especificidad de la mercancía fuerza de trabajo y la diferencia entre fuerza de trabajo y trabajo (la puesta en acción de la fuerza de trabajo) que Marx pudo desentrañar el misterio del origen de la ganancia capitalista, la creación del plusvalor.

El Estado garantiza esta realidad a sangre y fuego sobre los explotados, pero busca presentarse como la defensa del bien común. Esto es posible ya que también impone condiciones a la clase burguesa, de acuerdo a la reproducción del Capital en su conjunto. Esta reproducción no es armónica, los capitales se enfrentan entre sí mediante la competencia y también lo hacen las clases sociales en la relación de explotación. Donde nace una necesidad (del Capital) nace un derecho… o muere un derecho… siempre de acuerdo al progreso del Capital.

Aunque este gobierno diga lo contrario, la implicación entre Estado y Capital, así como entre economía y política, es constitutiva del orden social capitalista. Y pueden llamar a los ministerios como quieran, pero lo sustancial de su rol no se modifica.

«Sin desarrollo social no hay capital humano» sintetizaba una bandera de la oposición, queriendo remarcar la necesidad de un Estado presente frente a su supuesta ausencia, propuesta por el liberalismo criollo.

Es preciso señalar que vivimos en una sociedad en la cual la subsistencia queda atrapada en el intercambio de mercancías que se producen de manera privada e independiente, y constreñidos a ofrecer en el mercado una sola mercancía: nuestra fuerza de trabajo. Venderla o reventar es nuestra elección, porque es imposible acumularla; esa es nuestra libertad.

Desde el ultraliberalismo hasta la socialdemocracia introducen la idea de “invertir en capital humano”, que supone una mejora en la calidad del trabajo para contribuir al crecimiento económico individual, de una empresa, un país o bloque de países. Queremos destacar el lenguaje economicista burgués desvergonzado que ya se maneja en estos tiempos que nos toca vivir. Ya sin rodeos nos hablan de “capital intelectual”, “capital simbólico”, “capital cultural”, “capital social”… Es cierto que en esta sociedad, desde el punto de vista burgués, todo es “capitalizable” pero no señalarlo o conformarnos alegremente frente a semejante situación nos condena a la complicidad de la apología capitalista.

Ya en 2002 Fidel Castro planteaba: «Hoy poseemos capital humano, que es esencial, más que cualquier otro país desarrollado del mundo…, y llegará el momento en que ese inmenso capital humano se convierta en riqueza económica». Diferentes maneras de administrar la sociedad capitalista pueden compartir un mismo sueño. Pero de lo que se trata es de superarla.

¿ANARCOCAPITALISMO?

«Anarcocapitalismo», «fascismo», «neoliberalismo», «imperialismo», «colonialismo», «extractivismo»… ya no saben qué decir para mantener a salvo el “buen nombre” del modo de producción capitalista. Para no llamarlo por lo que es.

No nos referimos aquí a los burdos defensores actuales del capitalismo sino a sus defensores más sutiles, sus pretendidos reformadores, o presuntos controladores, que hacen foco en la parte que no les gusta de esta sociedad o en algunos de sus “excesos”. Así, tenemos autoproclamados anti-capitalistas que llaman capitalismo a ciertos aspectos del mismo y no van al fondo de la cuestión, como adeptos al buen capitalismo que solo necesitaría una depuración de sus aspectos más nocivos, a los que prefieren llamar de otro modo. El progresismo peronista es la encarnación más palpable y actual de estos últimos, por lo que ha sido el principal partido del orden en las últimas décadas, mientras que los primeros se han limitado a ser su furgón de cola, lo cual resulta cada vez más evidente frente al “avance de la derecha”.

Cristina Fernández de Kirchner señaló respecto del agro y la minería que se trata de «Un sector que tiene crecimiento, pero tal como está desarrollado en nuestro país habla de un plan extractivista, es decir, llevarse todos los recursos naturales sin valor agregado, sin tecnología, sin industrialización, o sea, precapitalista, porque me hace acordar a la Argentina del Virreinato del Río de La Plata donde se llevaban todas las riquezas y no te quedaba nada, entonces más que anarcocapitalismo me parece que suena a anarcocolonialismo».

Aquí no hay un intento de cooptación de los movimientos sociales como algunos piensan cuando comparten con algún funcionario la terminología que consideran propia. Si la principal gestora de las últimas dos décadas de un Estado que representa un espacio de acumulación de capital basado principalmente en la producción primaria, habla de extractivismo y colonialismo, esto nos dice más de los términos empleados que de la persona que los emplea o el sector que representa.

El discurso de una de las referentes de la oposición política al actual gobierno no es muy diferente al de la izquierda y buena parte de los movimientos sociales. Pero no es una cuestión de “apropiación” de discursos, sino de una perspectiva que por errada puede ser compartida con el peronismo, progresista o no. Y de nada sirve recordar la implicación del peronismo en cada una de las transformaciones del capitalismo local, incluido el llamado “neoextractivismo progresista” del kirchnerismo, si luego se abraza la lógica del mal menor.

En lugar de enredarse en los discursos, resulta más pertinente analizar el lugar de la Argentina y la región en la división internacional del trabajo, así como las características de la reproducción del capital y del proletariado, para así poder comprender el contenido de las luchas que se producen y sus perspectivas. De otro modo, a falta de reflexión siempre está a mano la esperanza política y estatista, el nacionalismo de izquierda y peronista para mantener el orden capitalista.

Algunos números atrás hemos reflexionado sobre la consigna de “la patria no se vende”. Allí señalábamos algo tan básico como fundamental: los que no somos dueños de nada, no podemos vender algo que no nos pertenece. Involucrarnos en la defensa de los intereses de algún sector de la burguesía impide una comprensión y una lucha que se oponga a la explotación, pero además no ha demostrado que conduzca necesariamente a una mejora en las condiciones de venta de nuestra fuerza de trabajo.

Insistimos en la necesidad de poner en discusión la normalidad con que se acepta y se festeja una sociedad de clases donde rige la propiedad privada de los medios de producción. Donde es necesario vender nuestro tiempo y energía, nuestra fuerza de trabajo, para poder sobrevivir. Donde no podemos decidir colectivamente ni qué, ni cómo producir. Donde el dinero media en todas las actividades y vínculos humanos. Donde rige el sin sentido, o más bien la razón capitalista de que haya casas vacías mientras muchos duermen en la calle y tantos otros hacinados. Donde se tiran toneladas de alimento disponible. Donde cada vez mayor cantidad de la población es un sobrante para las necesidades del Capital.

Todo eso no está abiertamente en cuestión sino únicamente quiénes administran toda esa privación y enajenación a nivel local. Quién gobierna para servir a los intereses de uno u otro sector burgués.