Durante varias semanas del mes de junio
la ciudad de Rosario amaneció y anocheció bajo una espesa niebla de
humo proveniente de la quema de pastizales y montes de las islas, al
otro lado del río Paraná. Este humo que se cernía sobre la ciudad como
la bruma de una película de ciencia ficción afecta las vías
respiratorias y produce alergias e irritación ocular, al punto de que
muchas personas sufren severas consecuencias en su salud.
Sin embargo, el problema de fondo es aún peor que el humo que llegó a nuestras narices aprisionadas tras los barbijos. La
quema agudizada durante los últimos meses es una práctica común entre
los productores ganaderos en las islas de Entre Ríos. El motivo es la
progresiva extensión de los terrenos a explotar, así como la rápida
preparación de los mismos para la alimentación de su ganado y ahuyentar
otros animales que consideran plagas. Las llamas, que han arrasado miles
de hectáreas en diferentes focos, dañan principalmente el entorno
inmediato donde cientos de especies animales y vegetales mueren o se ven desplazadas como consecuencia del fuego y la asfixia.
Esta expansión es inseparable de una mucho
más amplia: la de las fronteras del agro en todo el territorio. Si bien
los transgénicos han provocado una intensificación del proceso, esto no
puede llevarnos a sacralizar la producción agropecuaria anterior a su
implementación, donde la quema, los agrotóxicos y el desmonte eran
prácticas usuales. Es necesario comprender que la forma en que se
produce en cada sector en cada momento está determinada por lo que dicta
la tasa de ganancia, y toda discusión acerca de las “buenas prácticas”
es un terreno completamente infértil si no se plantea una crítica
profunda al sistema productivo en su conjunto.
El desastre en el humedal no solo se
realiza a través de la quema de pastizales y deforestación por parte de
quienes ostentan ser sus dueños. No debe olvidarse toda una serie de
ataques contra la vida y el ecosistema que se desarrolla en esta zona:
la nueva industria turística emergente—y en este caso también podemos
referirnos a todos aquellos que visitan el río con sus vehículos
acuáticos motorizados y los evidentes daños que producen—; los
terraplenes y elevaciones artificiales de los terrenos; la inescrupulosa
actividad pesquera y de caza de animales silvestres (se puede ver cómo,
a medida que pasa el tiempo, cada vez son menos las especies animales
que siguen habitando los humedales); esto sumado a los desechos
cloacales y tóxicos vertidos al río provenientes de las instituciones
“sanitarias” e industriales de la ciudad de Rosario y sus alrededores, y
los residuos de los pesticidas utilizados en el vasto territorio que
conforma la cuenca del río Paraná.
Los incendios provocados en las islas son solo otro eslabón en una cadena de avance sobre el territorio en la región. Ayer
fue el puente Rosario-Victoria, inaugurado hace tan solo 17 años.
Facilitando el transporte y la comunicación entre las dos provincias,
así como el acceso por tierra a muchas de las islas para facilitar su
explotación, esta megaobra significó y significa un ataque directo a las
diversas especies de la zona, así como a los habitantes de las islas y
quienes se sustentan de la pesca a pequeña escala. Y aunque ahora sea
parte del paisaje, el puente no estuvo siempre allí. Cada desastre se
cimienta sobre otro, y es por eso que, aunque
todo sea parte del mismo problema, es importante oponernos a los nuevos
ataques, advirtiendo además la interrelación existente.
La próxima catástrofe local es la
ampliación del dragado del río Paraná. En abril de 2021, la concesión
del dragado se renovará con una profundización y ensanchamiento del
canal para los buques de carga. Uno de los interesados en dicha
concesión es China, el ya principal comprador de soja argentina.
Representantes de China Communications Construction Co (CCCC), el
gigante de la construcción estatal en ese país, ofrecieron al gobierno
argentino darle mayor profundidad al río Paraná, la principal vía
fluvial de Argentina para el transporte y exportación de productos
agrícolas. Marcos De Vincenzi, gerente de dragado de Servimagnus, socio
local de CCCC, dijo: «Creemos que el dragado de la vía fluvial debe
actualizarse para satisfacer sus nuevas necesidades de tráfico y
comercio» y agregó «cada pie de profundidad adicional aumentaría la
eficiencia al permitir que los barcos transporten desde 1.800 a 2.500
toneladas de carga adicional.»
De los incendios y sus descontentos
Además de
organizaciones ecologistas y ONG, personas autoconvocadas nos reunimos
en diferentes ocasiones: asambleas, protestas o abrazos simbólicos al
río con la propuesta de visibilizar la situación. Sin embargo, lo que
primó fue la intención de reducir el problema de los incendios a una
cuestión de ilegalidad para que llegue a las agendas políticas y
se proceda a la acción judicial con abultadas y efectivas multas para
los responsables. Así, se le pide al Estado lo mismo que desde hace años
es evidente que no pretende solucionar, y no por un simple desinterés o
capricho. Los intereses que están detrás de las quemas son los que
defienden, defendieron y defenderán los representantes políticos, los
intereses de las ganancias capitalistas que llenan sus bolsillos, sean
del partido político que sean.
Como decíamos en el
nro. 65 del boletín
La Oveja Negra:
«Durante toda la “década ganada” nuestra región sufrió el récord de
desmonte por motivos agropecuarios, mientras se daba la bienvenida a
nuevas inversiones de Monsanto y la minera Barrick Gold. Pero esto
tampoco es propio de un gobierno en particular. En la Provincia de Santa
Fe, por ejemplo, se pasó de tener casi 6.000.000 de hectáreas de
bosques en 1935 a 840.000 en 2002, es decir, en ochenta años se “perdió”
un 82% de bosques nativos. “Nada se pierde todo se transforma” dirán
los eslóganes apaciguadores de la autoayuda, y en algo tienen razón,
bajo la lógica de este sistema no se pierde nada mientras se transforme
en valor: esos bosques fueron sistemáticamente destruidos para la
ganancia.»
Los pedidos más o menos ingenuos y
fragmentarios hacen que resulte muy simple para los políticos de turno
buscar culpables particulares con nombre y apellido y dejar intacta la
cuestión de raíz que acecha la vida, no solo del río Paraná y sus
humedales sino de toda la naturaleza en su conjunto. El intendente de la
ciudad de Rosario y el chovinismo provincial tienen la caradurez de
considerar “una provocación” de la vecina provincia de Entre Ríos el
recrudecimiento de los incendios tras firmarse un acta por el cese de
las quemas durante 180 días. En otras ocasiones habrán sido y serán
ellos mismos los que avalen todo este tipo de atropellos. Finalmente fue
un diluvio el que apagó el fuego.
Quizás una lluvia intensa vuelva a parar
un próximo incendio, y probablemente los dueños de los campos no pagarán
sus multas. Lo seguro es que las organizaciones ciudadanas y
ciudadanistas seguirán pidiendo que se apruebe tal o cual legislación.
Actuando como correa de transmisión entre el Estado y quienes quieran
parar las nocividades. Aplicando al odio y el amor genuinos de los
movimientos sociales, el ungüento tranquilizador del suplicio legal y la
confianza en los políticos y los empresarios. No es casual ni ingenuo
que quienes se erigen como representantes de las manifestaciones suelen
ser los presentadores compulsivos de proyectos de ley o de “producción
sustentable” para el municipio, quienes hacen carrera política y a fin
de cuentas progresan gracias a la mano del Estado.
Otra de las propuestas es la declaración de un Parque Nacional
en la zona, lo que significa poner a la naturaleza como un museo,
santuario o vidriera donde se debe pedir permiso y pagar para poder
circular. Con la lógica estatal del “cuidado” tan a la moda, la única
forma de preservación de la vida se presenta como la prohibición y la
regulación por parte del Estado, en este caso de ciertos territorios
delimitados, mientras el resto es librado al uso indiscriminado de sus
propietarios. Destinados al turismo o a la producción, en ambos casos se
trata de la continuidad de la desposesión del ser humano de sus medios
de vida y su brutal separación del entorno natural. Así, finalmente se
cumplirá aquello de “el Paraná no se toca”, mientras con el Paraná se
negocia.
Sumado a esto, el ciudadanismo, en este
caso ecologista, desalienta las manifestaciones que apuntan al paro de
la producción y circulación de las mercancías, haciendo llamados a
seguir hablando en el lenguaje de los amos. “Jamás cometeríamos un
delito para denunciar otro delito” decían. Es necesario tener en claro y
seguir remarcando que este tipo de razonamientos solo nos llevarán a
seguir sumidos en esta lógica de muerte y opresión, que el río Paraná
junto con todo su ecosistema es hoy el foco de una problemática, pero el
capitalismo no reconoce límites.
La Ley no es
lo justo, es solo un consenso entre los burgueses para proteger sus
propiedades, cuando se trata de aplicarla en ellos son solo papel mojado.
Sin desobediencia no solo no hay revolución, sino el más mínimo cambio
en beneficio de la clase de explotados y oprimidos de esta sociedad.
Un río no es frontera
Otra cuestión no menos importante es
que no se puede limitar la problemática a una frontera que no existe
para un metabolismo natural. Estos incendios no pueden aislarse de los
ocurridos en la selva amazónica, ni de los desmontes del Chaco, solo por
nombrar los más cercanos. Y esto desnuda el hecho de que una solución
no podría venir jamás de tal o cual político o ley que se apruebe. Y no
lo decimos para bajar los brazos o porque no nos parezca importante
luchar por lo inmediato, para que se deje de prender fuego la vida a
nuestro alrededor, sino todo lo contrario, escribimos estas reflexiones
porque vemos que se está dando siempre la misma batalla inútilmente.
Como en todas las situaciones en las
cuales somos bombardeados por los medios de comunicación, los temas de
conversación se vuelven virales y todos pueden opinar a través de las
redes sociales, surgen los comentarios del tipo de “cuando pasa en
Australia todos se preocupan, pero cuando pasa acá enfrente no”. Esta
clase de comentarios solo sirven para minimizar los hechos y perder de
vista que todos tienen el mismo origen: la producción de valor.
Parecería que solo por estar más cerca nos tenemos que preocupar, cuando
incluso incendios ocurridos en lugares tan lejanos como Australia
también nos afectan, aunque no sintamos el humo. Pero los ríos y los bosques no tienen patria, ni compiten en sus desgracias.
En los tiempos que nos están tocando
vivir, de distanciamiento social y confinamiento obligatorio, se
pretende obligarnos a taparnos la boca para salir a la calle. Durante
las semanas de abundante humo en la ciudad de Rosario, recordábamos las
imágenes que nos llegan de ciertas metrópolis orientales, donde no se
puede ver el horizonte debido a las espesas nieblas tóxicas y el uso de
máscaras es moneda corriente. Pero más allá del acostumbramiento a lo
inimaginable, la situación se torna absurda e insostenible. Quienes ven
la salud como estadísticas y protocolos, nos obligaron a dañar nuestra
salud con el uso de tapabocas, que no solo dejan pasar el humo, sino que
además reducen la capacidad respiratoria.
No nos callemos, no nos tapemos la boca ante la codicia mercantil y predadora de la vida.
Nota:
(1) No olvidemos que en el año 2017 Rafael Nahuel caía asesinado por el
Estado, en nombre del cuidado de los parques nacionales. Ver La Oveja Negra nro.59: Parques nacionales: Naturaleza muerta