La app del gobierno nacional
tiernamente llamada “Cuidar”, dice tener como función principal indagar
sobre síntomas de los ciudadanos y rastrear pacientes con coronavirus a
partir de la geolocalización. Para esto, entre una serie de datos, hay
que brindar a través de un autoexamen la temperatura corporal y posibles
síntomas de covid-19. El sistema advertirá sobre el carácter de
declaración jurada de los datos ingresados por lo que, dicen, es
necesario ingresar datos correctos y actualizados.
Su extendido uso está dado principalmente por la posibilidad de tramitar los permisos de circulación a través de la misma, así como también por las idas y vueltas en torno a su obligatoriedad en Capital Federal y el Área Metropolitana, que también se replicó en varias ciudades a lo largo y ancho de este Estado maternal que nos tocó en suerte. En Rosario, por ejemplo, los medios marearon bastante al respecto.
Si bien los diferentes permisos de circulación pueden tramitarse a través del sitio web del gobierno, se insiste con la utilización de la app para estos fines, así como las bondades del “autocuidado” a través de la misma.
La cuestión es que, sin descargarla, se pueden leer las reseñas de los usuarios advirtiendo que la app tiende a diagnosticar Covid-19 y por tanto denegar el permiso de circulación: si te equivocás, si ingresás una temperatura que no excede los 36.8, e incluso cuando se tilda al volver a prenderla. Esto no solo deja impedidas a miles de personas de trasladarse con el permiso otorgado, sino que alimenta aún más el miedo al virus con diagnósticos erróneos, principalmente entre quienes confían en este tipo de tecnologías y en el Estado protector en general. Otra queja es que en los números telefónicos de reclamo no atiende nadie.
En fin, la típica burocracia de oficina pública y largas filas, pero ahora aislados y tecnificada. Entre tanta paranoia de cybercontrol es un hálito de esperanza advertir que la tan publicitada tecnología, a fin de cuentas, no es tan perfecta y siempre hay huecos. Del mismo modo, es posible salir sin el permiso y sortear los controles de la manera que sea posible. Para trabajar, para cuidar un enfermo o simplemente para vivir.
El confinamiento obligatorio y la vigilancia por parte de Estados y empresas privadas no es simplemente un atropello a las libertades civiles. Es un bloqueo a quienes sobrevivimos con trabajos informales, a quienes tenemos que cuidar ¡pero de verdad, no como el Estado! a nuestros enfermos. Es una medida objetiva de ataque a nuestra salud tanto física como mental, en estos tiempos que tan hipócritamente se habla de la salud de los ciudadanos.
Mientras no reivindiquemos nuestras necesidades inmediatas, las protestas contra estas medidas del Estado serán apropiadas por quienes explican la realidad a través de “conspiraciones judeo-masónicas” o quieren que vuelvan los milicos al gobierno, o al menos un Bolsonaro o un Trump. Y los medios de comunicación oficialistas y demás adictos al gobierno seguirán ridiculizando cualquier crítica de las medidas estatales. Comparando la crítica del capitalismo al terraplanismo, mientras promueven una extraña pseudoteoría que promete “un capitalismo donde todos ganen”. Pero la realidad es que simplemente una estupidez es menos popular que la otra, es lo mismo que distingue a una secta de una religión: la legitimidad brindada por el poder económico.
Es sano reírse de la necedad ajena, pero cabe recordar que quienes garantizan la desigualdad social con sus agrotóxicos, su corrupción, su gatillo fácil o su justicia sexista no han sido hasta ahora los terraplanistas.
Si bien es necesario poner en tensión los discursos y las polarizaciones arraigadas localmente de cara a la conflictividad futura, es imprescindible alzar la mirada más allá de las fronteras nacionales, no para analizar estadísticas, sino para hacernos eco de las luchas del proletariado que comienzan a desarrollarse aquí y allá, a pesar del coronavirus y el confinamiento (1). Las revueltas sucedidas a lo largo y ancho de Estados Unidos a partir del asesinato de George Floyd, que se extendieron a diversas ciudades del mundo, o las desatadas en Líbano a raíz de la profunda crisis económica y social, son la clara expresión de nuestras necesidades contra los mandatos de la economía y el Estado. Las medidas desplegadas en la “guerra contra el coronavirus” han agudizado la situación precedente y están llevando al límite de la supervivencia a franjas cada vez más amplias del proletariado a nivel mundial. Las revueltas y diversas expresiones de lucha que comienzan a retomar fuerza en diferentes partes del globo tras el impasse “sanitario”, nos recuerdan que la lucha y reflexión colectivas, la acción directa en las calles, permiten superar fácilmente muchas de las discusiones estériles a las que venimos siendo sometidos en este confinamiento mundial.
Nota:
(1) Recomendamos al respecto El contagio de la revuelta se extiende… ¡Luchas por doquier! del grupo Proletarios Internacionalistas.
(1) Recomendamos al respecto El contagio de la revuelta se extiende… ¡Luchas por doquier! del grupo Proletarios Internacionalistas.
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