Entre los métodos coercitivos estatales, las desapariciones forzadas sobresalen por su terror. De un lado, las fuerzas armadas con la Ley a su favor, y por el otro, familiares, amigos y compañeros que no pueden encontrar vivo o muerto a un ser querido. En Argentina se cuentan al menos 200 desaparecidos desde la vuelta a la democracia.
Distintos testimonios a lo largo de los años comienzan con el último momento compartido, sea un abrazo, una visita, una protesta, o directamente presenciando la detención por parte de las fuerzas represivas. Estas historias, a diferencia del resto de los asesinatos del Estado, en cárceles, calles o comisarías, tienen en común la ausencia de un cadáver que permita afirmar la muerte de la persona: los responsables de la desaparición no dan explicaciones de las mismas.
En esa excepcional y espeluznante situación se mueven quienes buscan a un desaparecido, cuando irrumpe sobre la vida cotidiana la dimensión de lo inexplicable, el entierro sin entierro, esa presencia de una ausencia, muchas veces representada con rostros y figuras en papeles y paredes durante actividades callejeras. El peso de la desaparición forzada conlleva la permanente imposibilidad de pensar en algo que no sea “ese tema”, la amputación de cualquier forma de bienestar, sumada a la vigencia del terror y el mandato de silencio. El terror por lo que podría ocurrir con el resto de los seres queridos cercanos y el silencio como modo de defensa ante los demás.
La vida humana tiene un principio y un fin, esto es asimilable. Durante los días, meses o años que se busca un desaparecido se realiza un esfuerzo extremo, no solo físico sino también psíquico, al incorporar el cruel episodio que implica la desaparición de un ser amado. Pero muchas veces, aunque suene trillado, el dolor se convierte en lucha. Aquellos familiares, amigos y compañeros, al igual que quienes han debido enfrentar casos de muertes en prisión o por gatillo fácil, han debido inventar las alternativas y las defensas para asumir su propia realidad.
Pero esto tampoco sucede fácilmente. Al volcarse a la lucha, frente a la ausencia violenta que genera el terrorismo de Estado, también se pierden vínculos de amistad o de trabajo, se es excluido. Aquellos familiares de desaparecidos, encarcelados o asesinados por el Estado, que deciden tomar este camino se convierten en sospechosos, mientras se ven sometidos al pacto de silencio de las Fuerzas Armadas.
El terrorismo de Estado de los ‘70 procedió a la aniquilación física de las personas mediante la
desaparición
y el asesinato, a la vez que muchas fueron expulsadas y exiliadas.
Desde el retorno a las urnas en el ‘83 hubo un número aproximado de
7.000 asesinatos por parte de las Fuerzas Armadas, pero no se trata de
medir la represión con equivalencias numéricas, sino de una cuestión
humana.
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