sábado, 4 de marzo de 2017

MEMORIA: «вниз с войной!»

«¡Abajo la guerra!» gritaban miles de mujeres en los mítines y manifestaciones aquel 8 de marzo de 1917. Petrogrado estaba muy tensa, las trabajadoras textiles estaban en huelga y los metalúrgicos se les sumaban. Los soldados en el frente y los marineros en las bases cercanas se estaban amotinando y las filas de racionamiento eran frecuentes focos de incidentes y destrozos por parte de las trabajadoras domésticas.

El frío invierno, la autocracia, las condiciones del frente, el desabastecimiento, la estructura patriarcal, la miseria en los hogares... Razones sobraban, pero las cicatrices de 1905 todavía ardían. El 8 era un buen día para aumentar la intensidad de la lucha. En Rusia el día de la mujer trabajadora se conmemoraba desde hacía pocos años pero con intenso fervor. Las primeras en rebelarse fueron las hilanderas de las fábricas textiles del distrito de Výborg al norte de Petrogrado: siete mil de ellas marcharon a otras fábricas y hacia las diez de la mañana habían logrado movilizar a otros veinte mil obreros. Los trabajadores despedidos de la Putílov se unieron a los manifestantes. Al mediodía, ya eran alrededor de cincuenta mil manifestantes y a primeras horas de la tarde comenzaron a unírseles obreros metalúrgicos y de las fábricas de municiones. Previendo incidentes, las autoridades habían ordenado el cierre de tiendas y oficinas, lo que hizo que algunos de los empleados se uniesen a las manifestaciones.

Doscientos cincuenta mil obreras y obreros estaban en huelga para el día 10. Este día comenzaron los enfrentamientos con la policía. Los cosacos, la fuerza más confiable del zarismo, decidieron, no obstante, no reprimir. Las fuerzas represivas habían perdido su halo indestructible, cada soldado tenía amigos y familiares entre los huelguistas y temía la vuelta al frente. El movimiento huelguístico fue astuto, no se aisló y buscó activamente la confraternización con los conscriptos arrancados del campo apenas mayores. La última de las puertas hacia la revolución comenzaba a abrirse.

Al cabo de pocos días el Zar finalmente abdicó y, si bien en su reemplazo emergió un gobierno parlamentario, también se consolidó una forma de asociacionismo proletario que había madurado desde su aparición en la Revolución de 1905, los soviets. En éstos, y como era costumbre ya desde las organizaciones narodnikis (populistas), la presencia femenina era permanente.

Entre febrero y octubre, y más aún durante los años siguientes, incluso a pesar de la guerra civil en curso, se avanzó significativamente en históricas reivindicaciones femeninas,(1) como la posibilidad de tener elección sobre la natalidad, deshacer sus matrimonios, que su formación no dependiera de los designios paternos y muchas más. Se imponían con fuerza en las calles las necesidades sociales que las legislaciones nunca traerían. Las actitudes paternales eran combatidas por mujeres, que renegaban de la idea de que su rol en la revolución fuera de apoyo, manteniendo las tareas domésticas a las cuales habían sido condenadas desde la disolución de las comunidades campesinas. «Las mujeres deben jugar un rol significativo en la campaña por los alimentos», llegó a decir Inessa Armand, una de las mayores referentes femeninas del bolchevismo, en 1916.

Pero todo ese proceso estaba, cada vez más, siendo incluido y deformado bajo el Estado, liderado por el Partido Bolchevique. Éste, siguiendo el ejemplo de las organizaciones socialdemócratas del diecinueve, postulaba que las “cuestiones femeninas” debían de tratarse en organizaciones específicas para las camaradas. Así, formaron el Zhenotdel, cuyo órgano de difusión era Kommunistka (La Mujer Comunista) y pusieron a su cargo a Alexandra Kollontai, primera ministra mujer de la historia que, tras un paso por la minoritaria Oposición Obrera, luego sucumbiría al estalinismo, cumpliendo tareas diplomáticas hasta su muerte. Mientras de la boca para afuera ese organismo se dedicaba a concientizar a las mujeres en las ideas socialistas y las necesidades de la revolución, en la práctica, el rol de estas organizaciones se centraba en el viejo truco de legislar y delimitar lo que efectivamente ya estaba sucediendo: los abortos se realizaban y los violadores eran abandonados. Las necesidades eran asumidas directamente por las mujeres, individualmente o a través de las estructuras de solidaridad que se formaban en el calor revolucionario.

El aislamiento de las cuestiones femeninas llegaría en 1920 hasta el ridículo de formar la Internacional Comunista de Mujeres, análoga a otras especificidades como la Internacional Sindical Roja o la Internacional Campesina Roja. Las y los revolucionarios denunciaron este proceso de ahogamiento y burocratización creciente, muchos incluso insistiendo en el rol capitalista y reaccionario del Partido Bolchevique que, si alguna vez había sido una organización revolucionaria, sin duda ya no lo era. Un momento destacable de la crítica práctica fue el intento de asesinato de Lenin, líder bolchevique, a manos de Fania Kaplan, militante histórica e integrante de los Social–Revolucionarios de Izquierda, en 1918.

El ardor de la revolución se apagaba entre el Comunismo de Guerra y la represión permanente a los núcleos todavía disidentes, como en la región ucraniana con el Ejército Negro Insurreccional, y la gloriosa Kronstadt, vigía de Petrogrado, tomada por los viejos marinos. Mientras tanto, las reivindicaciones de mujeres ya habían pasado su punto álgido y comenzaban a retraerse en los cajones de los escritorios. Eventualmente, el mismo estalinismo terminaría por deshacer las organizaciones de mujeres, ya que bajo el socialismo éstas serían, bajo todos los puntos de vista, “iguales a los hombres y libres en su totalidad”. El derecho al aborto se denegaría nuevamente y la sociedad resumiría el curso patriarcal que soñaba extinguir.
Pero cien años después, los latidos de marzo todavía resuenan entre nosotros. La fuerza de la espontaneidad, del asociacionismo directo, de la solidaridad entre mujeres, entre hombres, entre combatientes por la revolución, fue tan fuerte en 1917 como puede serlo hoy día.


Nota:
(1) Usamos este controversial término para reconocer el hecho de que, en gran parte, han sido mujeres las que históricamente han dado sus vidas por necesidades que son de la humanidad toda, y que no solo mejorarían la calidad de vida de uno de los sexos.

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