DESCARGAR EN PDF |
Para los fanáticos demócratas, impugnando su propio discurso, ya no se trata de ese cuento del “gobierno del pueblo”. “La democracia” reside personificada en los altos cargos de gobierno. Queda claro cuando, ante el asesinato de cualquier miembro de ese hipotético pueblo no “peligra la democracia”, ni hay tanta toma de posiciones públicas. Pero sí cuando hay intento de dar muerte a uno de sus altos dirigentes, si es que suponemos que se trató de un intento de homicidio.
Del mismo modo, uno y otros fanáticos pueden creer que matando a un alto funcionario cambiaría el rumbo del país. Como si no se tratase de las relaciones sociales en un modo de producción específico, el capitalista, claro.
La violencia fallida de un personaje suelto (o casi suelto) asusta más que el funcionamiento del monopolio estatal de la violencia. Raro.
Esa igualdad democrática que todo lo iguala, solo en el discurso, supone que el aparato represivo del Estado es comparable a un fanático de derecha sin plan ni aparato. A menos que se piense que hay una “conspiración del odio” y otros cuentos conspiracionistas. Cuentos similares a que el odio siempre está en los demás y no entre los propios. Ante semejante testarudez es inútil buscar en el archivo incitaciones de odio a uno y a otro lado de la grieta electoral.
Y dado que el odio es el otro, ya van pensando en leyes para condenar “los discursos de odio”. Evidentemente será el Estado quien designe qué es odio y qué no. Así, podrá ser considerado culpable tanto un periodista destacado de los monopolios de los medios de comunicación, como un candidato de la oposición o un grupo de proletarios que proteste contra esta vida insoportable y por tanto alimente el odio de clase… Adivinen: ¿quién irá preso?
Parecieran querer decirnos que vivimos en una sociedad de iguales, sin clases sociales. Parte del “pueblo” se ve representada por una millonaria que vive en Recoleta. De eso se trata la democracia: de considerar formalmente iguales a una población socialmente desigual. El cuco del neonazismo asusta más que las muertes evitables a diario por el trabajo, por hambre, por violencia de género, por enfermedades evitables, por violencia institucional.
Desde Correpi a Biondini están de acuerdo en que hay que condenar este acto y “salvar la democracia”. Para los fanáticos demócratas es más preocupante el discurso de odio que la realidad de ajuste y recortes. El desprecio por la realidad es tal que los fans de la vicepresidenta cantan «vamos a volver», mientras la funcionaria se despega del gobierno del cual forma parte. Están convencidos de que el “poder real” no está entre ellos sino en la vereda de enfrente.
Una semana antes el gobierno realizó recortes en Salud, Educación, Obras Públicas, Transporte y Producción mientras toda la atención mediática se enfocaba en las protestas en contra y a favor de Cristina Fernández de Kirchner. Se desactivaron paros y protestas, y hasta dijeron que las calles no eran seguras dadas las condiciones. Excepto para bancar al gobierno.
En el marco del “feriado de reflexión” que decretó el presidente hay quienes en la calle y en las plazas han relacionado el ajuste con la derecha: «Al ajuste y a la derecha se los enfrenta en la calle». La fantasía y el desprecio por la realidad está llegando a niveles irrisorios.
El llamado reiterativo a “movilizarse por la democracia” de cara a las próximas elecciones, es darle un aire nuevo y renovado a un puñado de candidatos que vienen bajando en popularidad. El oportunismo de una izquierda sin épica ni proyecto alimenta nada más ni nada menos que el crecimiento de un sector del gobierno. Grabois y su CTEP, así como el Frente Patria Grande, suspendieron su salida del Frente de Todos argumentando «el cambio cualitativo en la situación política nacional» tras el intento de asesinato de la vicepresidenta. La política representativa es lo único que mueve la aguja para los candidatos. Es cierto que ha cambiado la “política nacional” pero también lo otro: la situación social solo empeora.
Unir fuerza frente al cuco del fascismo ya sabemos a quién beneficia por más buenas intenciones que se tengan: a un sector burgués que por su parte seguirá explotando y asesinando, pero sin “discursos de odio”.
La democracia es la dictadura del Capital, por más libertades e igualdades formales que tengamos no somos iguales. Esta es una sociedad con explotados y explotadores, dirigentes y dirigidos. Defender a nuestros verdugos no puede ser el camino para construir un mundo mejor. El verdadero campo de batalla no está en la esfera de la representación política, sino en la esfera de la producción y reproducción, en las relaciones de propiedad. Esto es una lucha de clases, no una lucha política de “buenos” y “malos”. En la primera no se puede elegir el bando, son las condiciones materiales de existencia. En la segunda, sí se nos permite elegir. Nuestro tiempo busca esconder las imposiciones de clase tras la libertad de elección.
El ataque no puede comprenderse como parte de una “campaña de odio dirigida a los sectores populares organizados”. No se trata de una expresión del avance del fascismo. ¡Mucho menos de un inicio de golpismo de la ultraderecha! La burguesía argentina está empecinada en conservar el orden democrático burgués. Hasta el momento el atacante no parece ser más que un elemento más bien marginal e irrelevante. No hay conspiración ni intento de golpe de Estado.
El atentado ha sido no un intento, sino un certero golpe para la clase proletaria en Argentina, empleada o desempleada. Ante el empeoramiento de las condiciones de vida en el país, y en medio de cortes, paros y una rabia creciente nos llaman a empantanarnos en el terreno político, a agruparnos para defender el gobierno que ajusta y reprime. Porque, recordemos: por más que intenten evadir la realidad, están defendiendo a la vicepresidenta del gobierno de la Nación. Mientras continuemos despreciando la realidad por discursos políticos, esta tragicomedia seguirá repitiéndose una y otra vez.