Esta situación presenta también una nueva vuelta de tuerca para el disciplinamiento. Con la educación virtual millones de niños están aprendiendo a quedarse más quietos que antes y más aislados. Están siendo educados para una sociedad donde la virtualidad es cada vez más predominante, tal como nos educaron, generaciones atrás, estrictamente para ir derecho a la fábrica o con formas más laxas para los trabajos precarios que nos tocarían.
El coronavirus no afecta a todos por igual y la cuarentena tampoco. No somos simples ciudadanos iguales; pertenecemos a una clase social, tenemos una edad, somos parte de una división sexual, tenemos diferentes capacidades. Para los marginados de siempre la virtualidad es una nueva profundización de la exclusión. La soledad, por su parte, no resulta una opción en el hacinamiento. A quienes tienen la posibilidad económica no les ha hecho gran diferencia, la virtualidad y la soledad ya eran parte de sus vidas. Esta cuarentena ha significado un incremento de ese aislamiento en ellos, pero no una novedad. «El virus es un extraño. No lo lleves a tu casa», advierte en las calles vacías un cartel del gobierno de la provincia de Santa Fe. Por eso Facebook, por eso Instagram, por eso Tinder, por eso Amazon, por eso Mercado Libre, por eso Netflix.
Con el teletrabajo se vive y se trabaja en la misma unidad doméstica. Sabemos que eso representa mayor trabajo, especialmente para las mujeres, a quienes se les suele asignar dichas tareas. Y con la teleescuela también se incrementa el trabajo, no solo para docentes sino también para los padres.
El gran ausente en esta situación generalizada del aislamiento es el erotismo. Del mismo modo que la educación se transforma en una transferencia de información con una experiencia reducida y un vínculo corporal nulo, en el erotismo estas características, impensables décadas atrás, van tomando cada vez mayor preponderancia. En este caso, las nuevas protagonistas estrellas son las aplicaciones de citas, sea para “sexo virtual” o “sexting”, así como para quienes quiebran la ley. Ya que si nos atenemos a las reglas estatales, no se podría tener un encuentro sexual más que entre personas que conviven. Por otra parte, al haber menos contacto hay menos posibilidades de conocerse entre seres humanos. Pero esta tampoco es una novedad: antes de la cuarentena el erotismo ya estaba menguando. Quizás por estos motivos de reducción de la corporalidad la criminalización de la misma no ha despertado mayores indignaciones.
Sometido cada día más el principio de placer a la imagen y semejanza de la economía, se establece una normalización, legislativamente incluida, que se acomoda al ideal liberal del bienestar social. Así, las concesiones del capital respecto a la “libre” sexualidad son del mismo tipo que las del terreno sindical, la sanidad pública y tantas otras reivindicaciones sociales históricas: son las migajas que nos acallan.(5)
Notas:
5. Regreso al subterráneo, o el erotismo reconquistado. Antonio Ramírez, Salamandra nro. 13-14 (2003-2004)
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