El
domingo 10 de marzo, tras un nuevo operativo para impedir que los
feriantes pudiesen armar sus puestos de trabajo en la feria de San
Telmo, se desató otra jornada de amedrentamiento y golpizas. La
policía cambió los saludos cordiales de otros domingos para recordarnos
para qué están: para proteger los intereses de los ricos. En este caso,
de un sector de pequeños burgueses propietarios de locales de venta de
antigüedades agrupados en la Asociación de Anticuarios y Amigos de San
Telmo, presidido por Norberto Medrano, quien fuera candidato a comunero
del Pro. Sin embargo, este accionar policial no hubiese sido posible sin
la complicidad de El Adoquín, organización social perteneciente a la
Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), que
previamente pactó con el gobierno porteño la obtención de puestos para
sus integrantes sobre el lugar de otros trabajadores e ilegalizando la
actividad de otros tantos, con su consecuente desalojo.
Esa mañana desde temprano la policía
mantuvo una actitud agresiva hacia los feriantes en lucha. Sin embargo,
se veían impedidos de actuar mientras no realizasen ventas,
contravención que podría derivar en un toletole
que diera paso a la represión descarnada… pero no necesariamente. La
solución a este dilema la vino a dar la empleada de un anticuario
(propiedad del vicepresidente de la mentada asociación de apellido
Calvaresi): romper un vidrio de “su” local ¡sí, ella misma! Ese gesto
permitió a la fiscal (misma que ha sido premiada por la empresa Nike por
su persecución del comercio “ilegal”) dar la orden a la policía de
cagar a palos a quien se les cruzara primero, y luego a realizar una
cacería selectiva por diferentes calles a los trabajadores que se
mantuvieron resistiendo en la calle por más de dos meses: palos, heridos y 18 personas detenidas que recuperaron su libertad recién al otro día.
No debiese sorprendernos el acuerdo y
entendimiento entre un selecto grupo de comerciantes, el gobierno y una
organización que actúa como representante de los y las trabajadores/as:
todos ellos comparten el lenguaje de la mafia, del control, de la
represión, de la miseria capitalista. Es decir, el lenguaje del Estado
(sea “macrista”, “kirchnerista” o cualquier otro), el que favorece tanto
a la gentrificación como a la precariedad y la miseria de la llamada
“economía solidaria”.
En pleno año electoral, no tardaron en
aparecer los diferentes partidos y agrupaciones una vez que olieron el
olor a sangre de la represión para solidarizarse (¡incluso gente de la
CTEP que en voz baja avisó que no podían hacer público su apoyo a los
represaliados para no desatar una interna!). Las
compañeras y compañeros deben saber que la fuerza colectiva que han
descubierto en este tiempo es la que ha mantenido viva la lucha y le ha
permitido plantar cara a la cacería de aquel domingo. Cualquiera
que pretenda solidarizar debe respetar su autonomía en tanto vaya en
favor de sus intereses y necesidades y no olvidamos que la solidaridad
no puede ser solo declaraciones de indignación.
Hasta aquí la mayor parte de lo expresado pertenece al panfleto ¡Solidaridad con lxs artesanxs de San Telmo! ¡La policía no es tu amiga, te tortura y asesina! Firmado por: Algunxs solidarixs en lucha.
Lo ocurrido en San Telmo es un conflicto
que expresa mucho de la cuestión social en la región argentina. No solo
por la represión policial y el pacto entre oponentes políticos, sino
también por las circunstancias en las que se da, que no empezaron con
este ni con el anterior gobierno.
Compartimos a continuación algunos extractos de un texto del colectivo Emancipación titulado A propósito de la batalla de San Telmo:
El tiempo desgastó el régimen de
acumulación y con él las instituciones que le dieron sustento. Los
grandes centros industriales decayeron y con ellos el peso de sindicatos
como la UOM, la UF, o el de la carne. La reestructuración económica
aniquiló el sueño dorado del trabajo fijo, en blanco, donde se empieza
de aprendiz y en el ocaso de la vida laboral se llega a oficial
especializado. La desocupación, el trabajo
en negro, el empleo precario o el cuentapropismo de subsistencia se hizo
una realidad para casi la mitad de la población.
La fracción de la clase que cayó en el desempleo también dio pelea. Algunos dejaron su sangre en esas peleas, o su libertad. (…)
Pero el tiempo no pasa en vano para el
Estado, que sin soltar el garrote, sabe discriminar a los díscolos de
los que son más susceptibles a la componenda. Sabe encontrar a aquellos
que se sienten cómodos en el rol de “gestores” del reclamo, en
administradores de la conflictividad.
«No puedo hablar con todos a la vez, que
entren los representantes», dice el funcionario del gobierno y así
empieza a ramificar al Estado entre los pobres, entre los desocupados,
los que se la rebuscan como pueden. (…)
Para quienes quedan fuera de la órbita del
empleo formal (y en Argentina el porcentaje es muy alto) el
cuentapropismo en el límite de la subsistencia no los emparenta con la
clase media o la pequeño burguesía que busca elevarse por encima de la
clase obrera. Este cuentapropismo
es, en la mayoría de los casos, una economía de subsistencia con una
realidad muy diversa: el “ganarse la vida” de forma precaria puede ser
muy distinto en Capital Federal que en Catamarca.
Con el eufemismo de “economía solidaria”
se encubre el lugar precario y miserable que se le tiene asignado a
cientos de miles de trabajadores expulsados del mercado de trabajo.
Personas a las que se les niega el derecho a ser explotados en
condiciones de formalidad, y se los sujeta por el resto de sus vidas a
la benevolencia de los “gestores” de la ayuda. (…)
En San Telmo, los artesanos afectados por
los desalojos funcionan en la calle Defensa, muy visitada por el
turismo, lo que le da sustento a la actividad. Pero esto también
despierta el interés de los negocios de antigüedades que están allí,
quienes ven con buenos ojos las posibilidades de emprendimientos
inmobiliarios, y entienden que sacando a los artesanos de la calle
pueden ayudar a “gentifricar” la zona. (…)
Así, en cuatro cuadras del barrio de San
Telmo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, todas estas coordenadas del
poder estatal se hacen patentes. Cuatro cuadras en donde la
organización El Adoquín, adherida a la paraestatal CTEP, empieza a
organizar junto a la jefatura de gobierno puestos callejeros para que
sus miembros puedan exhibir sus productos. Pero el espacio está ocupado
por otros cuentapropistas, artesanos, que no están en El Adoquín.
Unos puesteros contra otros. A ese terreno ha querido llevar el conflicto el acuerdo entre el Gobierno de la ciudad y la CTEP.
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