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Los sectores más reaccionarios de la
sociedad argentina están insistentes con lo que han denominado, errónea,
despectiva e inquisitorialmente, como “ideología de género”. Con esto,
intentan atacar al movimiento de mujeres, las sexualidades que
consideran disidentes, la educación sexual en las escuelas (o fuera de
ellas) y cualquier expresión que atente contra su terrorismo
normalizador, familiero y heterosexista. No entraremos en este artículo
en las hipocresías cometidas por aquellos defensores de la familia, la
heterosexualidad y la ley; pero sí intentaremos reflexionar sobre la
reacción que se viene suscitando entre los sectores más retrógrados de
la sociedad y la oposición a estos.
Ni el “matrimonio igualitario”, ni la
aprobación del divorcio –en 1987– han sido un freno a la ganancia
capitalista. De hecho, se han abierto nuevos mercados y mercantilizado
más espacios sociales. El matrimonio homosexual finalmente ha sido
autorizado, cuando la sociedad comprendió que la homosexualidad no era
ninguna amenaza para el matrimonio, excepto para los valores
innecesarios al capitalismo democrático moderno (que no reina en todo el
planeta, eso está claro). Evidentemente, sigue siendo muy difícil ser
homosexual en una ciudad pequeña o en algunos círculos, sean burgueses o
proletarios. Pese a todo, el discurso oficial e incluso el
gubernamental, así como la mayor parte de los medios de comunicación,
celebran la igualdad, la apertura, las normas y el respeto a las
diferencias. Y de pronto, son «los fachos» los que se hacen los
inconformistas.(1)
Podemos suponer que se debe a que, en esta región, estos
buenos conservadores solo conocen lo que el capitalismo ha sido hasta
ahora: entre otras cosas, gracias al fundamentalismo familiar, la
empresa religiosa, la división sexual del trabajo, el machismo y la
educación antisexual sea estatal o privada. Por este motivo se aferran a ese ideal con uñas y dientes.
Esta disputa interburguesa entre
conservadores y progresistas se ve teñida por el identitarismo tan caro a
nuestra época. La derecha religiosa, los nostálgicos de los regímenes
de corte fascista, presionan a sus propios rebaños a alinearse en torno a
una identidad que traspasa los argumentos para ejercer control sobre
sus súbditos, pero también para exhibir ese control ante sus
adversarios. A los soldados que combaten por un ideal se les reparten
insignias no se los incita a reflexionar.
El primer día de este año Jair Bolsonaro,
nuevo abanderado de la reacción por estas tierras, asumió la presidencia
del Brasil. Comenzó fuerte: «Vamos a unir al pueblo, a valorar la
familia, respetar las religiones y nuestras tradiciones judeocristianas,
combatir la ideología de género, conservando nuestros valores». Y
también vociferó que «Brasil volverá a ser un país libre de amarras
ideológicas». Mientras que Damares Alves, pastora evangélica y actual
ministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, gritaba alegremente:
«Atención, atención. Comienza una nueva era. Los niños visten de azul,
las niñas de rosa».
Ironías de la vida, podemos afirmar que
estos funcionarios, los de las campañas de «con mis hijos no te metas»,
los que reparten globos rosas o celestes en las calles, y demás
personajes, son justamente los defensores de algo que podría denominarse “ideología de género”... justamente aquellos que la señalan como un peligro.
Porque el género no es natural y los
defensores de su naturalidad son en verdad quienes afirman estupideces
tales como «el diseño original de la familia tal como Dios la creó». Sin
duda no pueden más que defender lo existente, que ha sido impuesto históricamente y es no un «orden natural».
Es en el Génesis, primer libro del Antiguo
Testamento, y la Torá donde se escribe: «Y Dios creó al hombre a su
imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó». Pero la
historia no sucede de tal manera. Ha habido millones de años de
evolución y limitándonos solo a los últimos siglos hemos atravesado
fuertes transformaciones sociales, por lo que “ser hombre” o “ser mujer”
tampoco tiene las mismas significaciones en diversos momentos o
espacios geográficos. Solo en las explicaciones bíblicas los hechos
ocurren de un momento a otro, y puede crearse un mundo en seis días
según los caprichos de un solo individuo, representado en dios.
Vastos sectores de la clase dominante en
el capitalismo, es decir la burguesía, para perpetuar el mundo en
función de su imagen y sus intereses pretenden naturalizar
permanentemente las relaciones sociales existentes. Esta naturalización
es llevada adelante por científicos, periodistas, curas, intelectuales y
políticos, por la industria del cine y la televisión, pero también
activamente por vastos sectores de la clase explotada que evidentemente
no pueden más que apropiarse de la ideología de la clase dominante. Así se
impone la idea según la cual el mundo siempre fue y será como es ahora
o, mejor dicho, como la imagen idealizada del presente que se nos
inculca y, por ello, jamás se podrá encontrar una alternativa de superación, una revolución.
En esta imagen idealizada siempre ha
habido hombres y mujeres de acuerdo a los estereotipos actuales.
Estereotipos que en realidad no pueden ser cumplidos por millones de
seres humanos. En ese imaginario automático, en todas las sociedades
habidas y por haber hay hombres y mujeres, hay familias y hogares
familiares. Intentan hacernos reflexionar sin historia, se trate de
“cavernícolas”, campesinos de la Edad Media o tribus no contactadas del
Amazonas.
Evidentemente no se nace mujeres ni hombres, se llega a serlo. ¿En
qué momento un niño llega a ser hombre o la niña llega a ser mujer? La
sociedad no tiene más que inventar algún hito para este pasaje. Que
cuando una niña tenga su primer menstruación se considere que «se hizo
mujer» dice bastante al respecto. Nos señala que la categoría mujer es una construcción social.
La mujer es una construcción social. La
misma categoría de mujer está organizada dentro y a través de un
conjunto de relaciones sociales a partir de las cuales la división
sexual de la humanidad en dos, mujer y hombre (y no solo femenino y
masculino) es inseparable. De esta forma, se le otorga a la diferencia
sexual una relevancia social particular que de otro modo no poseería. La
diferencia sexual recibe este significado fijo dentro de las sociedades
de clases cuando la categoría de mujer se define por la función que la
mayoría (pero no todas) las hembras humanas ejecutan, por un período de
sus vidas, en la reproducción sexual de la especie. Por lo tanto, la
sociedad de clases le otorga un propósito social a los cuerpos: puesto
que algunas mujeres “tienen” bebés, todos los cuerpos que posiblemente
“producen” bebés están sujetos a la regulación social.(2)
Una construcción social no puede destruirse individualmente. Reducir
los problemas sociales a situaciones personales o grupales surge
justamente de la ideología dominante y a su vez la fomenta y consolida.
Porque una ideología no son las ideas que podamos o queramos tener en la cabeza.
La ideología es el conjunto de ideas con que cada sociedad se explica
el mundo en función de su modo de producción de la vida. Y las ideas
dominantes son las de la clase dominante, que cuanto mejor domina más afirma que no existe. Lo cual significa que presenta sus intereses como los intereses de toda la sociedad.
Comprender que lo asignado como hombre o
mujer está determinado por cada sociedad no implica abrir la puerta de
entrada a un cúmulo de propuestas prácticas propias de las necesidades
actuales del Capital: obsesión y a la vez indefinición frente al poder,
identitarismo, integración de clase, falta de posicionamiento frente al
antagonismo social o mayor interés por cambiar el lenguaje que la
realidad toda.
Los conservadores del orden moral
dominante, que en algunos países ya no es extremadamente necesario para
la conservación del modo de producción actual, intentan
pasar por natural lo histórico. Intentan acusar de ideológico lo que es
un intento por desmontar parte de la ideología dominante de esta
sociedad.
Pero la sociedad capitalista, o más
precisamente el Capital, no tiene como finalidad la perpetuación de los
géneros binarios sino la acumulación y la ganancia. Sin embargo, estas
no son y no habrían sido posibles sin esta imposición, llamémosle, de
género. Denunciar el género como un simple suceso aislado no explica
cómo la sociedad funciona, cambia y, sobre todo, cómo podría ser
revolucionada para terminar con ella de una vez por todas. Sin embargo,
es preciso asumir la importancia fundamental de la división sexual en el
modo de producción capitalista.
La división
sexual y sus respectivas asignaciones de conducta obligatorias al
interior de la clase explotada son, por lo tanto, no solamente aquello
que debe superarse en el curso de la revolución, sino también una fuente
de esta superación. La emancipación de las mujeres y los hombres
es también liberarse de los mandatos de ser mujeres y hombres, lo cual
no es una simple consecuencia de la revolución, sino que es una
condición de la revolución.
Puesto que la revolución debe abolir todas
las divisiones en la vida social, también debe abolir las divisiones
sexuales, no porque sean simplemente inconvenientes u objetables, sino
porque son parte de la totalidad de relaciones que diariamente
reproducen el modo de producción capitalista. No podemos esperar hasta
después de la revolución. Por el contrario, para que haya revolución,
debe haber una lucha contra las asignaciones que nos otorga esta
sociedad, pero también contra el matrimonio, la familia y la herencia,
así como contra la propiedad privada y el Estado, es decir contra el
Capital, no solo como acumulación sino como la relación social que es.
Notas:
1. Gilles Dauvé. El feminismo ilustrado o el complejo de Diana
2. Endontes, La lógica del género y la comunización