Al finalizar tantas manifestaciones, antes que comiencen o comentando por qué no ir, ya desde hace años se conversa entre afines: «parece una procesión», «si seguimos así vamos a terminar de rodillas», «esto más que exigir es rogar», «solo falta que se pongan a rezar», y otras comparaciones con el mundo religioso.
El tiempo avanza y las diferencias entre una procesión y una marcha son tan mínimas que los sindicalistas y peronistas, el 20 de octubre pasado, llamaron a marchar a la procesión de la Virgen de Luján «rogando por paz, pan y trabajo» (sic). Los soldados de dios, la patria y Perón invitaban a concurrir a los asalariados con sus familias.
Además de los explotados en cuestión, participaron el Frente Sindical por un Modelo Nacional (integrado por Moyano, SMATA y la Corriente Federal), la CTA, así como intendentes y referentes del Partido Justicialista. La izquierda partidaria y la que duda frente a las elecciones se enojó porque estos pidieron por la «paz social» y no elaboraron un plan de lucha para el año que viene. Siguen esperando peras del olmo y pensando que los defensores históricos del orden capitalista son traidores.
En épocas de exigencias de divorcio entre Iglesia y Estado, se olvida la íntima relación que tiene el estatismo con la religión, de la deuda del sindicalismo con la Iglesia católica, apostólica y romana.
Nada nuevo bajo el sol… Solo cinco años después de aquel mayo por el cual aún conmemoramos el 1° de mayo, más precisamente el 15 de mayo de 1891, el papa León XIII promulgó la encíclica Rerum novarum. Para quienes no estemos empapados en este sagrado mundillo, nos explicamos: una encíclica papal que indicó una alta prioridad para un tema en un momento dado. Esta, que se podría traducir como «de las cosas nuevas» o «de los cambios políticos», alertó sobre la creciente y feroz lucha obrera contra los enviados de dios en la tierra: las autoridades patronales, políticas y religiosas. Fue una carta enviada por el Papa a los obispos que trató sobre las condiciones de la clase explotada. En esta carta no invitaba a quemar a los rebeldes en una hoguera sino a calmarlos apoyando su derecho laboral de «formar uniones o sindicatos», reafirmando también su apoyo al derecho de propiedad privada.
El segundo punto de la encíclica Rerum novarum es muy claro al respecto: «Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes (...) Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.» ¿Piensan muy diferente los sindicalistas cristianos de hoy?
El punto 15 nos despeja toda duda celestial de la función terrenal de la religión: «para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia, puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos y, ante todo, a los deberes de justicia. De esos deberes, los que corresponden a los proletarios y obreros son: cumplir íntegra y fielmente lo que por propia libertad y con arreglo a justicia se haya estipulado sobre el trabajo; no dañar en modo alguno al capital; no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al defender sus derechos y no promover sediciones».
El 1° de mayo, «fiesta de san José obrero», aclaran los comehostias, pero de 1991, otro funcionario eclesiástico conocido como Papa Juan Pablo II, con ocasión del Centenario de la encíclica Rerum novarum promulgó la Centesimus annus. Donde venía a reafirmar el programa invariante de la burguesía: contención del proletariado y defensa de la propiedad privada.
En fin, los papas de cada religión siempre han sabido la función de los sindicatos y no han temido confesarlo: mediación, y por tanto contención, entre los explotados y explotadores para que los primeros no terminen con los segundos; y disciplinamiento para el trabajo, y por tanto, para la acumulación capitalista.
«Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha» (Juan Domingo Perón en la Bolsa de Comercio, el 25 de agosto de 1944).
«El joven Estado obrero tiene necesidad de sindicatos, no para que luchen para conseguir mejores condiciones de trabajo… sino para que organicen a la clase obrera conforme a las metas de la producción, para que eduquen y disciplinen a los obreros... para que ejerzan su autoridad en estrecha cooperación con el Estado, para que dirijan los obreros en un plan económico único (...) Los sindicatos deben someter a los obreros a una disciplina y enseñarles a considerar los intereses de la producción antes que sus propias necesidades y exigencias» (Trotski, IX Congreso del Partido Bolchevique, 1920).
El tiempo avanza y las diferencias entre una procesión y una marcha son tan mínimas que los sindicalistas y peronistas, el 20 de octubre pasado, llamaron a marchar a la procesión de la Virgen de Luján «rogando por paz, pan y trabajo» (sic). Los soldados de dios, la patria y Perón invitaban a concurrir a los asalariados con sus familias.
Además de los explotados en cuestión, participaron el Frente Sindical por un Modelo Nacional (integrado por Moyano, SMATA y la Corriente Federal), la CTA, así como intendentes y referentes del Partido Justicialista. La izquierda partidaria y la que duda frente a las elecciones se enojó porque estos pidieron por la «paz social» y no elaboraron un plan de lucha para el año que viene. Siguen esperando peras del olmo y pensando que los defensores históricos del orden capitalista son traidores.
En épocas de exigencias de divorcio entre Iglesia y Estado, se olvida la íntima relación que tiene el estatismo con la religión, de la deuda del sindicalismo con la Iglesia católica, apostólica y romana.
Nada nuevo bajo el sol… Solo cinco años después de aquel mayo por el cual aún conmemoramos el 1° de mayo, más precisamente el 15 de mayo de 1891, el papa León XIII promulgó la encíclica Rerum novarum. Para quienes no estemos empapados en este sagrado mundillo, nos explicamos: una encíclica papal que indicó una alta prioridad para un tema en un momento dado. Esta, que se podría traducir como «de las cosas nuevas» o «de los cambios políticos», alertó sobre la creciente y feroz lucha obrera contra los enviados de dios en la tierra: las autoridades patronales, políticas y religiosas. Fue una carta enviada por el Papa a los obispos que trató sobre las condiciones de la clase explotada. En esta carta no invitaba a quemar a los rebeldes en una hoguera sino a calmarlos apoyando su derecho laboral de «formar uniones o sindicatos», reafirmando también su apoyo al derecho de propiedad privada.
El segundo punto de la encíclica Rerum novarum es muy claro al respecto: «Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes (...) Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.» ¿Piensan muy diferente los sindicalistas cristianos de hoy?
El punto 15 nos despeja toda duda celestial de la función terrenal de la religión: «para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, es admirable y varia la fuerza de las doctrinas cristianas. En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia, puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos y, ante todo, a los deberes de justicia. De esos deberes, los que corresponden a los proletarios y obreros son: cumplir íntegra y fielmente lo que por propia libertad y con arreglo a justicia se haya estipulado sobre el trabajo; no dañar en modo alguno al capital; no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al defender sus derechos y no promover sediciones».
El 1° de mayo, «fiesta de san José obrero», aclaran los comehostias, pero de 1991, otro funcionario eclesiástico conocido como Papa Juan Pablo II, con ocasión del Centenario de la encíclica Rerum novarum promulgó la Centesimus annus. Donde venía a reafirmar el programa invariante de la burguesía: contención del proletariado y defensa de la propiedad privada.
En fin, los papas de cada religión siempre han sabido la función de los sindicatos y no han temido confesarlo: mediación, y por tanto contención, entre los explotados y explotadores para que los primeros no terminen con los segundos; y disciplinamiento para el trabajo, y por tanto, para la acumulación capitalista.
«Es grave error creer que el sindicalismo obrero es un perjuicio para el patrón. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón tenga que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera que representa al gremio. En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha» (Juan Domingo Perón en la Bolsa de Comercio, el 25 de agosto de 1944).
«El joven Estado obrero tiene necesidad de sindicatos, no para que luchen para conseguir mejores condiciones de trabajo… sino para que organicen a la clase obrera conforme a las metas de la producción, para que eduquen y disciplinen a los obreros... para que ejerzan su autoridad en estrecha cooperación con el Estado, para que dirijan los obreros en un plan económico único (...) Los sindicatos deben someter a los obreros a una disciplina y enseñarles a considerar los intereses de la producción antes que sus propias necesidades y exigencias» (Trotski, IX Congreso del Partido Bolchevique, 1920).
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