Poco después de la medianoche del día 30 de marzo, un proletario afiliado al Sindicato de Trabajadores de la Vigilancia Privada que estaba sosteniendo un piquete sobre el cruce de las rutas Provincial 10 y Nacional 11, en el acceso norte a la ciudad de San Lorenzo, fue asesinado por un hermano de clase que conducía un camión y pasó por sobre el grupo de personas que se estaban manifestando.
Vale aclarar: asesinatos entre proletarios se dan cotidianamente, pero si nos detenemos en este caso particular es porque tiene el atenuante de que se dio en un contexto de lucha por aumento salarial. De todos modos, este homicidio, que no necesitó de las fuerzas represivas del Estado, no fue el primero ni será el ultimo. En otras épocas han ocurrido episodios de este tipo, y en aquel entonces eran ejecutados carneros mercenarios de las patronales.
Como no tenemos el dato preciso, no podemos afirmar que este hecho fue ejecutado por un asesino a sueldo. El problema es que, sea de la manera que sea, seguimos siendo víctimas de un sistema asesino. Porque en diciembre del año pasado un hombre que vendía su fuerza de trabajo en la cerealera CofCo (ubicada en Timbúes) perdió su vida por asfixia, y en febrero del corriente, falleció otro proletario que realizaba trabajos en la planta Louis Dreyfus (ubicada en General Lagos), luego de caer de varios metros de altura.
Con esto queremos decir, que si bien hay asesinatos que conmueven más que otros, sobre todo cuando lo ejecuta una persona que proviene de nuestra misma clase, los otros casos mencionados no son simplemente “accidentes laborales”. Sea un explotador o un explotado quien los ejecute, se den en el medio laboral o doméstico, no dejan de ser asesinatos de un sistema que no da alternativa a vivir de otra manera que no sea a partir de una vida mercantilizada. Los proletarios nos encontramos desorientados, no nos reconocemos como clase social explotada, y sin esa sospecha es imposible luchar para dejar de serlo. Nos relacionamos como competidores, nos desconocemos, cosificamos a quien está a nuestro lado, lo que hace que nos asesinemos entre nosotros y no luchemos contra el verdadero enemigo: el Capital.
Se hace necesario levantar viejas banderas de lucha, que siguen tan vigentes como antes porque reivindican que la vida humana no debe ser cuantificada a partir de criterios monetarios y mucho menos sometida a un trabajo asalariado. En la actualidad son muchos los conflictos sociales que están surgiendo contra despidos y suspensiones, o por aumentos de salarios. Todos están siendo canalizados por los sindicatos, que lo único que pretenden es garantizar la paz social y que la lucha no exceda los límites que los sindicalistas, junto con las patronales y el Estado, acuerdan.
El 6 de abril un motociclista embistió a una mujer y a su hijo de 4 años en Rosario en el marco del paro general. Y el 11 de abril un automovilista embistió a tres trabajadores de General Motors que cortaban la calle frente al Ministerio de Trabajo por las 350 suspensiones, también en Rosario.
Es necesario un quiebre y que la lucha se radicalice (es decir, que busque ir a la raíz del problema) de manera que se asuma la revolución social como la única opción para una vida fraterna entre hermanos y hermanas.
Vale aclarar: asesinatos entre proletarios se dan cotidianamente, pero si nos detenemos en este caso particular es porque tiene el atenuante de que se dio en un contexto de lucha por aumento salarial. De todos modos, este homicidio, que no necesitó de las fuerzas represivas del Estado, no fue el primero ni será el ultimo. En otras épocas han ocurrido episodios de este tipo, y en aquel entonces eran ejecutados carneros mercenarios de las patronales.
Como no tenemos el dato preciso, no podemos afirmar que este hecho fue ejecutado por un asesino a sueldo. El problema es que, sea de la manera que sea, seguimos siendo víctimas de un sistema asesino. Porque en diciembre del año pasado un hombre que vendía su fuerza de trabajo en la cerealera CofCo (ubicada en Timbúes) perdió su vida por asfixia, y en febrero del corriente, falleció otro proletario que realizaba trabajos en la planta Louis Dreyfus (ubicada en General Lagos), luego de caer de varios metros de altura.
Con esto queremos decir, que si bien hay asesinatos que conmueven más que otros, sobre todo cuando lo ejecuta una persona que proviene de nuestra misma clase, los otros casos mencionados no son simplemente “accidentes laborales”. Sea un explotador o un explotado quien los ejecute, se den en el medio laboral o doméstico, no dejan de ser asesinatos de un sistema que no da alternativa a vivir de otra manera que no sea a partir de una vida mercantilizada. Los proletarios nos encontramos desorientados, no nos reconocemos como clase social explotada, y sin esa sospecha es imposible luchar para dejar de serlo. Nos relacionamos como competidores, nos desconocemos, cosificamos a quien está a nuestro lado, lo que hace que nos asesinemos entre nosotros y no luchemos contra el verdadero enemigo: el Capital.
Se hace necesario levantar viejas banderas de lucha, que siguen tan vigentes como antes porque reivindican que la vida humana no debe ser cuantificada a partir de criterios monetarios y mucho menos sometida a un trabajo asalariado. En la actualidad son muchos los conflictos sociales que están surgiendo contra despidos y suspensiones, o por aumentos de salarios. Todos están siendo canalizados por los sindicatos, que lo único que pretenden es garantizar la paz social y que la lucha no exceda los límites que los sindicalistas, junto con las patronales y el Estado, acuerdan.
El 6 de abril un motociclista embistió a una mujer y a su hijo de 4 años en Rosario en el marco del paro general. Y el 11 de abril un automovilista embistió a tres trabajadores de General Motors que cortaban la calle frente al Ministerio de Trabajo por las 350 suspensiones, también en Rosario.
Es necesario un quiebre y que la lucha se radicalice (es decir, que busque ir a la raíz del problema) de manera que se asuma la revolución social como la única opción para una vida fraterna entre hermanos y hermanas.
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