Los
inconformes hacen hablar a las paredes para reflexionar, para agitar,
para sorprender al transeúnte distraído. Nosotros queremos hablar con
las paredes para profundizar lo que gritan.
Hay personas
que lavamos platos, lavamos vasos y cubiertos, lavamos pisos y vidrios, y
lo hacemos por dinero. Una actividad sumamente degradante para ciertos
profesionales de la ciudad que se ven representados por este stencil
pintado frente a la Universidad Tecnológica Nacional (Facultad Regional
Rosario).
¿No es
irónico que aquellos cuyo oficio consiste en el control del proceso de
trabajo, la gestión de los “recursos humanos” y la eficiencia en los
tiempos de producción —criterios a los que ellos mismos se ven
sometidos—, se escandalicen porque una nueva gestión gubernamental pueda
prescindir de ellos bajo la misma lógica? ¿No es tremendamente curioso,
por no decir egoísta, luchar contra la precarización individual (o de
gremio) contribuyendo a la precarización de los demás explotados?
No, porque
cuando cada uno lucha por sus pequeños y mezquinos intereses el resto
«que se arregle». Muchos ciudadanos han asumido como propia la
competencia despiadada que ofrece el mercado ¡y con qué ímpetu compiten!
Cada
asalariado tiene la necesidad de intentar mejorar sus condiciones de
vida dentro del capitalismo. Las luchas salariales serán ineludibles y
necesarias mientras exista el salario; sin embargo, hay un gran trecho entre reconocer esta necesidad y vociferar sobre “salario digno”.
Y ese trecho se transforma en un abismo cuando se entra en una lógica
de prestigio profesional y se denigra a los proletarios “no
cualificados”.
El Capital
sólo puede sobrevivir a costa de ajustes de cinturones cada vez más
apretados y masacres cada vez más despiadadas. Pero para esto también
precisa de una imbecilidad cada vez más masiva y de un egoísmo que esté a
la altura de las circunstancias.
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