El sábado 17 de enero por la noche la biblioteca fue asaltada. Luego de una jornada donde habíamos arreglado una pared con humedad, limpiado y acondicionado el espacio, nos sentamos a comer algo y entraron tres personas armadas que se llevaron, además de cosas personales, el dinero para pagar el alquiler, los impuestos y financiar los diversos proyectos editoriales que llevamos adelante. Por esas casualidades de la vida, el dinero justo estaba allí, y así lo perdimos.
Uno se acostumbra a que le roben: desde el patrón al gobierno, desde el sindicato al empresario. El sábado nos robaron de otra manera, más simple, y que suele parecer la única que debe causar indignación, ira y desesperación. Será que a las primeras lamentablemente la sociedad las ha naturalizado, pero todavía no naturalizó que un desconocido nos apunte con un arma en la cara.
«¿Cómo van a robar una biblioteca que no tiene fines de lucro?» podría pensar alguien… Las fuerzas ciegas del dinero no diferencian entre una biblioteca y un lugar comercial, ni siquiera en el momento de robarlo. La ambición, el lucro y la competencia anteponen la ganancia a cualquier precio. Sí, a cualquier precio, y nosotros también tenemos precio, no porque el asaltante nos puso uno, ya lo teníamos desde antes.
Después del robo, masticando bronca, comenzamos a escuchar cómo llegaban los vecinos y luego los patrulleros con los uniformados a quienes los primeros interpelaron a puro reclamo e indignación. A toda costa querían que hiciéramos la denuncia… Al parecer, se trata de un acto de impotencia que deja más o menos satisfecho al recién robado, aún cuando se sospecha que no se soluciona nada, aún cuando se sospecha que quienes reciben la denuncia están detrás del reparto del botín. La denuncia nunca fue realizada.
Por nuestra parte, estaremos buscando maneras de recuperar el maldito dinero para pagar las deudas y seguir adelante, porque seguimos con la convicción de que mientras exista dinero, propiedad, Estado, policía y un culto al progreso individual que se caga en los demás, no habrá bienestar ni felicidad. Y junto a millones en todo el planeta y desde hace siglos esa lucha no se detiene.
Uno se acostumbra a que le roben: desde el patrón al gobierno, desde el sindicato al empresario. El sábado nos robaron de otra manera, más simple, y que suele parecer la única que debe causar indignación, ira y desesperación. Será que a las primeras lamentablemente la sociedad las ha naturalizado, pero todavía no naturalizó que un desconocido nos apunte con un arma en la cara.
«¿Cómo van a robar una biblioteca que no tiene fines de lucro?» podría pensar alguien… Las fuerzas ciegas del dinero no diferencian entre una biblioteca y un lugar comercial, ni siquiera en el momento de robarlo. La ambición, el lucro y la competencia anteponen la ganancia a cualquier precio. Sí, a cualquier precio, y nosotros también tenemos precio, no porque el asaltante nos puso uno, ya lo teníamos desde antes.
Después del robo, masticando bronca, comenzamos a escuchar cómo llegaban los vecinos y luego los patrulleros con los uniformados a quienes los primeros interpelaron a puro reclamo e indignación. A toda costa querían que hiciéramos la denuncia… Al parecer, se trata de un acto de impotencia que deja más o menos satisfecho al recién robado, aún cuando se sospecha que no se soluciona nada, aún cuando se sospecha que quienes reciben la denuncia están detrás del reparto del botín. La denuncia nunca fue realizada.
Por nuestra parte, estaremos buscando maneras de recuperar el maldito dinero para pagar las deudas y seguir adelante, porque seguimos con la convicción de que mientras exista dinero, propiedad, Estado, policía y un culto al progreso individual que se caga en los demás, no habrá bienestar ni felicidad. Y junto a millones en todo el planeta y desde hace siglos esa lucha no se detiene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario