A mediados del siglo XIX Europa era un hervidero. Un caldo de cultivo de revolucionarios y de ideas revolucionarias que fundaban grupos y periódicos, que batallaban en insurrecciones urbanas y que esbozaban la perspectiva del internacionalismo proletario. Este internacionalismo no era un simple capricho filosófico o un corolario natural del razonamiento humanista, era una realidad material que se iba asumiendo en la acción común, contraponiéndose a los diversos escollos existentes en aquella época.
Por un lado existía el problema del idioma, cuya dificultad principal residia en la relativa incapacidad que tenían los proletarios para traducir y difundir las posiciones revolucionarias de sus compañeros allende el mar o tras el simple arbitrio de la frontera. No podemos ser ajenos a las increíbles complicaciones que debían padecer los hijos del pueblo, que en muchos casos sólo superaban el analfabetismo ya adultos y que aun ante estas titánicas tareas de traducción no se acobardaban y entregaban su intelecto para bien de la clase toda.
A la vez, toda noticia y comentario sobre la realidad de otra región tenía un carácter distinto al que podemos percibir en la actualidad. La demora y las agudas diferencias regionales dificultaban la comprensión de fenómenos vertiginosos como huelgas o luchas urbanas, que además sólo eran relatados por la prensa burguesa, la única en su época. Afortunadamente los proletarios (y en muchos casos sin tanta fortuna, ante el padecer del exilio) trascendían las fronteras y confraternizaban más allá del idioma, vinculados tanto por su padecer como explotados como por su perspectiva como revolucionarios. Su rumbo, no obstante, era el de fortalecer esos lazos internacionales y conformar un proyecto unificado de perspectiva de revolución mundial.
En los años de las revoluciones de 1848/49 y en los posteriores esto se vió con claridad. Iniciativas como la Liga de los Comunistas intentaron cristalizar los esfuerzos internacionales de una centena de compañeros en Alemania, Bélgica, Holanda, Francia, Suiza e Inglaterra entre otros. La antecesora de esta liga fue una organización llamada Liga de los Justos, que recibió inspiración de revolucionarios como Louis Auguste Blanqui, Pierre Joseph Proudhon y Flora Tristán, compañera que en su propuesta La unión obrera de 1840 pronunció por primera vez la histórica consigna «¡Proletarios del mundo, uníos!».
La Liga de los comunistas publicará en 1847, con redacción de Marx y Engels, el famoso Manifiesto del Partido Comunista, documento que trascenderí la propia organización y que se convertirá en una referencia para los luchadores de todo el mundo. Años más tarde y tras algunas derrotas y desaveniencias, la perspectiva de formar una fuerza proletaria volvería a darse en Inglaterra, principal destino de exiliados de la Europa continental.
Es así que en septiembre de 1864, luego de dos años de discusiones, se formaría la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como Primera Internacional. Impulsada en sus comienzos por militantes tradeunionistas y cartistas ingleses, tomaría un carácter más combativo al ingresar en ella militantes partidarios e identificados con las posiciones de pensadores como Proudhon, Marx, Bakunin y Blanqui.
En 1866 realizará su primer congreso en el cual expondrá y definirá sus premisas de desaparición de la condición salariada, abolición de la sociedad de clases, de la propiedad privada y de los ejércitos. Aunque fue un esfuerzo sin precedentes, la Internacional se mantuvo relativamente desconocida (sobre todo fuera de Europa) y recién pudo contar con una afiliación de millones luego de los sucesos de la Comuna de París en 1871.
Ya para ese entonces las tensiones internas dentro de la Internacional dificultaban su funcionamiento y generaban una situación de inestabilidad que iba a tener que ser resuelta. Son popularmente conocidas las diferencias entre los dos principales referentes proletarios de aquel entonces, Marx y Bakunin. Éstos polemizaban en torno a la función de la Internacional: si como polo unitario y dirección del movimiento proletario (Marx), o como nexo, difusor y coordinador de luchas regionales con carácter autónomo (Bakunin).
Estas discusiones no fueron por buen rumbo, ya que las debilidades formalistas de muchos de sus miembros (poner la Organización por sobre las tareas revolucionarias) sumado a las desviaciones politicistas y estatistas de Marx y muchos otros en el seno de la Internacional, así como las federalistas y antiautoritarias de Bakunin y otros tantos, hicieron estériles los debates sobre la organización internacional del proletariado.
Recordemos también, que otras tendencias menos conocidas formaban parte de la Internacional. El tradeunionismo británico (precursor del sindicalismo moderno), el movimiento cooperativista, los partidarios republicanos del politiquero Mazzini en Italia y muchas otras tendencias prefiguraban los aspectos más reformistas y débiles de la rebeldía proletaria.
En este marco, sumado a la expulsión de los partidarios de Bakunin de la Internacional en el V Congreso en 1872, se fue consumando lo que sería uno de los primeros grandes golpes al proletariado. En base a sucesivas bifurcaciones, el Marxismo y el Anarquismo continuaron desarrollándose en tanto que sagradas familias ideológicas, dificultando aún más la vieja perspectiva de un programa y una organización mundial, necesarios para destruir el reinado del Capital e imponer el comunismo anárquico. Finalmente en el VI Congreso en Filadelfia en 1876 se resolvería disolver la AIT.
Medio siglo después, en 1922, algunos sindicatos y federaciones de distintos países fundarían una organización cuyo nombre en español es igual al de la Primera Internacional, y que se considera continuadora de ésta. Lamentablemente, más allá del nombre es díficil reconocer una verdadera continuidad, ya que esta organización se sostiene en preceptos ideológicos (anarcosindicalismo o sindicalismo revolucionario) y no en base a una verdadera práctica y teoría revolucionarias e internacionalistas. Además, su internacionalismo sólo es tal en tanto que suma de nacionalismos particulares, es decir, falso internacionalismo.
Como parte de la otra gran familia de desviaciones, las subsecuentes Segunda, Tercera y Cuarta Internacional de la socialdemocracia dirigirían una contrarrevolución a nivel mundial que aún hoy pesa sobre nuestras cabezas y que falsificaría el espíritu internacionalista que estimuló la materialización de la AIT, defendiendo, entre otras cosas, la separación de las reivindicaciones en programa de mínima y máxima, el socialismo en un sólo país y el programa de transición.
Por un lado existía el problema del idioma, cuya dificultad principal residia en la relativa incapacidad que tenían los proletarios para traducir y difundir las posiciones revolucionarias de sus compañeros allende el mar o tras el simple arbitrio de la frontera. No podemos ser ajenos a las increíbles complicaciones que debían padecer los hijos del pueblo, que en muchos casos sólo superaban el analfabetismo ya adultos y que aun ante estas titánicas tareas de traducción no se acobardaban y entregaban su intelecto para bien de la clase toda.
A la vez, toda noticia y comentario sobre la realidad de otra región tenía un carácter distinto al que podemos percibir en la actualidad. La demora y las agudas diferencias regionales dificultaban la comprensión de fenómenos vertiginosos como huelgas o luchas urbanas, que además sólo eran relatados por la prensa burguesa, la única en su época. Afortunadamente los proletarios (y en muchos casos sin tanta fortuna, ante el padecer del exilio) trascendían las fronteras y confraternizaban más allá del idioma, vinculados tanto por su padecer como explotados como por su perspectiva como revolucionarios. Su rumbo, no obstante, era el de fortalecer esos lazos internacionales y conformar un proyecto unificado de perspectiva de revolución mundial.
En los años de las revoluciones de 1848/49 y en los posteriores esto se vió con claridad. Iniciativas como la Liga de los Comunistas intentaron cristalizar los esfuerzos internacionales de una centena de compañeros en Alemania, Bélgica, Holanda, Francia, Suiza e Inglaterra entre otros. La antecesora de esta liga fue una organización llamada Liga de los Justos, que recibió inspiración de revolucionarios como Louis Auguste Blanqui, Pierre Joseph Proudhon y Flora Tristán, compañera que en su propuesta La unión obrera de 1840 pronunció por primera vez la histórica consigna «¡Proletarios del mundo, uníos!».
La Liga de los comunistas publicará en 1847, con redacción de Marx y Engels, el famoso Manifiesto del Partido Comunista, documento que trascenderí la propia organización y que se convertirá en una referencia para los luchadores de todo el mundo. Años más tarde y tras algunas derrotas y desaveniencias, la perspectiva de formar una fuerza proletaria volvería a darse en Inglaterra, principal destino de exiliados de la Europa continental.
Es así que en septiembre de 1864, luego de dos años de discusiones, se formaría la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como Primera Internacional. Impulsada en sus comienzos por militantes tradeunionistas y cartistas ingleses, tomaría un carácter más combativo al ingresar en ella militantes partidarios e identificados con las posiciones de pensadores como Proudhon, Marx, Bakunin y Blanqui.
En 1866 realizará su primer congreso en el cual expondrá y definirá sus premisas de desaparición de la condición salariada, abolición de la sociedad de clases, de la propiedad privada y de los ejércitos. Aunque fue un esfuerzo sin precedentes, la Internacional se mantuvo relativamente desconocida (sobre todo fuera de Europa) y recién pudo contar con una afiliación de millones luego de los sucesos de la Comuna de París en 1871.
Ya para ese entonces las tensiones internas dentro de la Internacional dificultaban su funcionamiento y generaban una situación de inestabilidad que iba a tener que ser resuelta. Son popularmente conocidas las diferencias entre los dos principales referentes proletarios de aquel entonces, Marx y Bakunin. Éstos polemizaban en torno a la función de la Internacional: si como polo unitario y dirección del movimiento proletario (Marx), o como nexo, difusor y coordinador de luchas regionales con carácter autónomo (Bakunin).
Estas discusiones no fueron por buen rumbo, ya que las debilidades formalistas de muchos de sus miembros (poner la Organización por sobre las tareas revolucionarias) sumado a las desviaciones politicistas y estatistas de Marx y muchos otros en el seno de la Internacional, así como las federalistas y antiautoritarias de Bakunin y otros tantos, hicieron estériles los debates sobre la organización internacional del proletariado.
Recordemos también, que otras tendencias menos conocidas formaban parte de la Internacional. El tradeunionismo británico (precursor del sindicalismo moderno), el movimiento cooperativista, los partidarios republicanos del politiquero Mazzini en Italia y muchas otras tendencias prefiguraban los aspectos más reformistas y débiles de la rebeldía proletaria.
En este marco, sumado a la expulsión de los partidarios de Bakunin de la Internacional en el V Congreso en 1872, se fue consumando lo que sería uno de los primeros grandes golpes al proletariado. En base a sucesivas bifurcaciones, el Marxismo y el Anarquismo continuaron desarrollándose en tanto que sagradas familias ideológicas, dificultando aún más la vieja perspectiva de un programa y una organización mundial, necesarios para destruir el reinado del Capital e imponer el comunismo anárquico. Finalmente en el VI Congreso en Filadelfia en 1876 se resolvería disolver la AIT.
Medio siglo después, en 1922, algunos sindicatos y federaciones de distintos países fundarían una organización cuyo nombre en español es igual al de la Primera Internacional, y que se considera continuadora de ésta. Lamentablemente, más allá del nombre es díficil reconocer una verdadera continuidad, ya que esta organización se sostiene en preceptos ideológicos (anarcosindicalismo o sindicalismo revolucionario) y no en base a una verdadera práctica y teoría revolucionarias e internacionalistas. Además, su internacionalismo sólo es tal en tanto que suma de nacionalismos particulares, es decir, falso internacionalismo.
Como parte de la otra gran familia de desviaciones, las subsecuentes Segunda, Tercera y Cuarta Internacional de la socialdemocracia dirigirían una contrarrevolución a nivel mundial que aún hoy pesa sobre nuestras cabezas y que falsificaría el espíritu internacionalista que estimuló la materialización de la AIT, defendiendo, entre otras cosas, la separación de las reivindicaciones en programa de mínima y máxima, el socialismo en un sólo país y el programa de transición.
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