El hecho de que el comercio de órganos o de bebés sea ilegal no significa que no exista. La sociedad capitalista no es el reinado de la ley y el orden pero tampoco el de la ilegalidad, es una mezcla de norma y transgresión.
“Vientres de alquiler” suena mal, pese a que cualquier cosa o persona puede alquilarse o comprarse en este mundo. Por eso se usan eufemismos como “gestación subrogada”, “maternidad subrogada”, “gestación por sustitución” o “subrogación”. Pero se trata ni más ni menos que de la práctica por la que una mujer (o persona gestante) es inseminada artificialmente, lleva la gestación a término y da a luz a un bebé para otra persona o pareja, quienes, mediante un contrato y una remuneración, se convierten en progenitores del bebé. Un embarazo implica todo el cuerpo, pero “cuerpos de alquiler” es muy poco específico para esta sociedad en la cual alquilamos nuestro cuerpo a diario.
Las leyes al respecto son muy diferentes entre países, pese a que la formalización de la subrogación tiene alrededor de 50 años si tomamos como referencia el primer contrato legal conocido al respecto. Claro que eso no excluye las veces que habrá sucedido y sucede sin contratos formales, y sin la necesidad de los modernos métodos de fertilización.
La formalización de esta práctica en una sociedad de individuos libres e iguales no resulta sencilla, ya que cada persona es legalmente propietaria de su cuerpo, de su fuerza de trabajo y puede decidir sobre cómo utilizarla o venderla. La coerción es fundamentalmente económica. En cambio, hay registros muy antiguos sobre la regulación de la subrogación en otras sociedades de clase donde la propiedad sobre otras personas en general, y mujeres en particular, se podía ejercer de manera directa. En la antigua Mesopotamia, el Código de Hammurabi (siglo XVIII a.c.) establecía algunos criterios para la gestación a través de esclavas en casos de infertilidad de las mujeres. En el Génesis podemos leer el relato de la esclava Agar que engendró un hijo para la estéril Sarai a través de su esposo Abraham. También aparece el caso de las hermanas Raquel y Lía, ambas casadas con Jacob, quienes por problemas de celos y envidia fueron esterilizadas en diferentes momentos por Dios, frente a lo cual ambas entregaron a sus esclavas Bilhá y Zilpá, respectivamente, para que tengan hijos con Jacob que criarían como suyos. Dios las recompensó devolviendo su fertilidad. Estas historias sirvieron de inspiración a Margaret Atwood para su novela distópica El cuento de la criada, popularizada por su adaptación como serie televisiva.
Con el advenimiento de la mercantilización de los vínculos sociales, la gestación a cambio de dinero continuó desarrollándose como una práctica ilegal y por lo tanto oculta. Habría que esperar un milagro de la ciencia...
Inseminación artificial, fecundación in vitro y subrogación
Gracias a la inseminación artificial, uno de los pioneros de la maternidad subrogada en Estados Unidos fue el abogado Noel Keane en 1976. Un amigo de su hermana preguntó a Keane si podía conseguir que una mujer fuese inseminada artificialmente por un hombre y gestase un bebé para él y su mujer que no podía concebir. Keane puso un anuncio en periódicos para estudiantes y contactó con una mujer dispuesta a dicho acuerdo. Fue entonces cuando Keane negoció y escribió el primer acuerdo formal entre una pareja casada y una gestante subrogada en Estados Unidos. Luego Keane se dedicaría al negocio de la gestación subrogada y estaría en el foco del primer litigio mediático sobre el tema.
En 1984, en Nueva Jersey, Mary Beth Whitehead se contactó, por un anuncio en la prensa, con el Centro de Infertilidad de Nueva York, dirigido por Keane. En este caso, una pareja (los Stern) llegaron a un acuerdo de subrogación por el que Whitehead se sometería a un proceso de inseminación artificial con el esperma de William Stern. Whitehead dio a luz en 1986 y entregó el bebé, conocido a partir de entonces como “Baby M.” Un día después de la entrega, Whitehead se arrepintió e intentó recuperarlo. En verdad, era la tercera madre de alquiler contratada por Keane que se oponía a renunciar a su hijo. En los dos primeros casos las parejas sin hijos cedieron, pero no en el de Mary. En 1987 los juzgados dieron validez al acuerdo de subrogación y concedieron la custodia legal a los Stern. Un año después, en 1988 la Corte Suprema de Nueva Jersey revocó la validez del acuerdo de subrogación pero mantuvo la custodia legal para los Stern, considerando que era lo mejor para el niño y concedió a Whitehead un régimen de visitas. En 1988, debido a la repercusión del caso Baby M., el estado de Michigan aprobó una ley para prohibir completamente la gestación subrogada. Esto llevaría a Keane a cerrar dicha clínica, aunque se mantuvo en actividad en otros estados. Si bien fue su pionero, las instituciones en torno a la práctica se multiplicaron en el país, especialmente en California.
A partir de los años ‘80, los avances tecnológicos de la fecundación in vitro permitieron un nuevo tipo de subrogación: la subrogación gestacional. Esta se caracteriza por dividir los roles de la madre biológica en dos: la madre gestante y la madre genética. La madre genética, que puede ser madre intencional o una donante, aporta sus óvulos que son fecundados in vitro con el esperma de un padre intencional o un donante. Los embriones son transferidos a la madre gestante, que gesta y pare al niño sin tener ninguna relación genética con este. Esta posibilidad fue ganando popularidad respecto a la subrogación tradicional, ya que la falta de relación genética de la madre gestante reduce los problemas legales en la filiación.
La fecundación in vitro es mucho más que un tratamiento contra la infertilidad, supone un cambio fundamental en las posibilidades de reproducción de los seres humanos. La fecundación ya no tiene que producirse necesariamente en el interior de los cuerpos, la técnica permite generar embriones humanos fuera.
Producción de bebés-mercancía
La ciencia al servicio del Capital no puede sortear el hecho de que casi no hay manera de aumentar la productividad o intensificar la gestación asumida completamente como trabajo. Existe la posibilidad de embarazos múltiples (sobre todo de gemelos no idénticos) buscados por algunas personas y parejas, cómo no, para “completar la familia” en un solo ciclo de gestación. Estos embarazos son producidos a partir de la transferencia de dos embriones. Ciertamente esto implica mayores riesgos y se vuelve más difícil encontrar una persona dispuesta a un embarazo gemelar. El pago suele ser mayor, así como los costos del embarazo y sus cuidados, por ser considerado de riesgo, pudiendo implicar partos prematuros y por lo tanto incubación. Por todo esto no es muy corriente, aunque es visible en algunos casos de famosos y millonarios. De todos modos, más allá de esta modalidad excepcional de producir dos bebés en el tiempo de uno, la gestación debe realizarse en los tiempos habituales. A los ojos del Capital, las personas gestantes se hallan limitadas a procrear al ritmo aproximado de la naturaleza. Una limitante biológica con la cual la ciencia ficción fantasea desde hace años: así surgen los bebés de probeta, gestados fuera del cuerpo humano.
La prohibición y restricción de la maternidad subrogada en la mayoría de los países, con la excepción de algunos estados de Estados Unidos y países como India, Ucrania, Grecia, Georgia o Nepal que carecen o han carecido hasta hace poco de regulación suficiente, sumado a los bajos costes respecto a países más ricos, los han convertido en destinos de “turismo reproductivo”: allí se puede entrar, gestar, salir y volver. Por la declaración de pandemia, decenas de nacidos por gestación subrogada quedaron varados en Ucrania. Con la invasión rusa en 2022, otras decenas corrían la misma suerte en sótanos para proteger a dichas “mercancías” de los bombardeos. El mundo del Capital da para todo, pero nada muy nuevo.
En Argentina se puede ver por televisión a un conductor de programas “para toda la familia” que ha burlado la prohibición y lo cuenta con total normalidad, su hijo-mercancía es desde bebé una temprana estrella. Por otra parte, recientemente desde la Justicia investigan una red de “turismo reproductivo” por 49 casos en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe que producían bebés para el extranjero. Se suma además otra investigación en Córdoba, donde 14 mujeres habrían sido contratadas para gestar. Existen ciertos vacíos legales que permiten la práctica de manera altruista. Al no estar prohibida pero tampoco regulada como trabajo, esto contribuye a que sea realizada de manera rentada por redes que involucran instituciones médicas y profesionales que contratan mujeres en condiciones de vulnerabilidad, con magras pagas y sin garantías en caso de pérdida del embarazo u otras complicaciones.
Por su parte, con la “subrogación altruista” la ciencia también tiene una coartada emocional para autojustificarse: hay casos de subrogación sin motivación económica que sirven para justificar los otros. En la “subrogación altruista” la madre recibe una compensación económica, aunque restringida a ciertos conceptos como molestias físicas, gastos médicos o los ingresos no recibidos al no poder trabajar durante un período. Esta “compensación” supone un “limbo jurídico” en Argentina, ya que no está estipulado qué montos cruzan el límite entre una “gestación altruista” y una “comercial”. Es un favor a una mujer infértil, a un hombre soltero o a una pareja sin útero. En Argentina no existen cifras oficiales y se calculan entre 200 y 500 procedimientos anuales.
Libertad y antagonismo de clase
El impulso legalizador ya está planteado y no solo por empresarios, sino también por un amplio sector del feminismo liberal. Nuevamente habla el Capital en términos de libertad, nuevos modelos de familia, soberanía sobre el propio cuerpo y el derecho a la maternidad. Así, se insinúa que los deseos individuales deben convertirse en derechos universales. Y su satisfacción justifica la explotación de las mujeres proletarias como incubadoras humanas al servicio del capricho de la burguesía o al menos de quienes puedan pagarlo.
Así es la libertad capitalista: elegir por catálogo vendedores (que no donantes) de óvulos, esperma, embriones y hasta gestantes. Una elección eugenésica, que jerarquiza entre individuos, grupos humanos y etnias, y que determina quiénes merecen ser perpetuados y quiénes no.
La defensa de los vientres de alquiler hace abstracción de las clases y su antagonismo con el argumento capitalista de las “libertades individuales” para efectuar los contratos. De este modo, presentan a personas como formalmente iguales cuando son socialmente diferentes. Si las gestantes no fueran proletarias no tendrían por qué vender su capacidad reproductiva y someterse, no solo a un embarazo no deseado y a lo que pueda venir después de entregar el producto de su vientre, sino también al control y vigilancia implicados. Estos, al igual que en un criadero de otras especies, pueden incluir la prohibición de movimiento, un estricto control médico, dietas e incluso el constreñimiento a dar a luz por cesárea, ya que de ese modo se puede planificar la fecha de nacimiento. Para garantizar la calidad del producto, satisfacción del cliente y seguridad legal de la transacción es también necesario un control psicológico de las embarazadas. Se pretende evitar que establezcan vínculos emocionales con ese hijo/no-hijo y prevenir el arrepentimiento postparto, lo que evidencia cuán poco libres somos de sentir lo que queremos o deberíamos querer.
La maternidad subrogada, aún tan defendida por algunos sectores feministas, es una forma de explotación y violencia específicas contra las mujeres. La legalización de los vientres de alquiler posibilita la puesta en el mercado (ya no solo ilegal) del útero de todas las mujeres más pauperizadas. Se trata de una profundización de la cosificación y mercantilización de cada vez más aspectos de la vida humana.
* Este artículo es un adelanto del próximo número de Cuadernos de Negación, titulado: Notas sobre aborto y población.
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