El domingo 15 de junio, aprovechando el debut de la selección nacional de fútbol, la empresa de Quickfood Paty comunicó a sus 250 empleados su cierre y traslado. Los trabajadores se presentaron el lunes en la planta y decidieron ocuparla. La represión no se hizo esperar, y el martes policía federal, gendarmería e infantería arremetieron tanto dentro de la fábrica contra los trabajadores de Paty como afuera contra aquellos solidarizados con la resistencia.
Ese mismo martes en Buenos Aires, en plena fiebre mundialera, la policía federal reprimió la manifestación concentrada en la “Casa de Córdoba” dejando un saldo de 12 detenidos. (Ver: Córdoba: transgénicos y represión, en la Oveja Negra Nro. 18)
El 7 de julio, mientras muchos festejaron y sufrieron el minuto a minuto por la posible victoria de esos nuevos ricos abanderados de la patria, la gendarmería —con Berni a la cabeza— reprimió la protesta de los trabajadores ferroviarios de EMFER S. A. (Emprendimientos Ferroviarios S. A.) y TATSA (Tecnología Avanzada en Transporte S. A.). Al día siguiente, la ofensiva estatal se dirigió contra los trabajadores de Lear Corporation (transnacional autopartista de la industria automotriz, planta Pacheco), quienes cortaban la Panamericana.
El secretario de Seguridad y verdugo del pueblo Sergio Berni fue capaz de dejar al descubierto la verdadera cara del Estado y la función social que está destinado a cumplir (para quien prefiere olvidarla, sea por conformismo o por el miserable anhelo de formar parte de él). En mayo de este año ya había advertido: «Qué tantas leyes e interpretaciones. El que corta la General Paz tiene que ir preso. No hace falta ninguna ley, lea la Constitución, el Código Penal. No hace falta ninguna ley antipiquetes.» ¡Es por esto que no le interesa la ley antipiquetes, no por “sensibilidad social”!
Así es como, mientras los kirchneristas se hacen los distraídos, la izquierda vuelve al enésimo lamento de que el gobierno «había prometido no reprimir la protesta social». A los ciudadanos mediocres, por su parte, y aunque no están del todo de acuerdo, tampoco les molesta tanto.
Mientras tanto en la galaxia peronista, Leonardo Grosso —legislador por el Frente para la Victoria y responsable nacional del Movimiento Evita— twitteaba furioso que «Berni debería explicar por qué hace todo lo contrario a lo que hacía Néstor. Es funcional a la oposición.», y con un poco de demagogia para la muchachada, citaba una canción del artista ricotero y oficialista. Al parecer, la intención sigue siendo construir el mito de que “Él” era el bueno y “Ella” la mala. Recordemos cómo algunos se atrevieron a hablar de un peronismo sin Perón y siguieron adulando a la difunta Evita por el sólo hecho de haber muerto primero y haberse ahorrado algunas manchas de sangre proletaria. Una vez más todo puede ser usado para defender al monstruo peronista que nunca, en su negra historia, tuvo nada que ver con los intereses del proletariado. Siempre en defensa del Estado, la propiedad privada y el trabajo asalariado. Siempre reprimiendo cuando fue necesario.
Si bien todos los politiqueros y empresarios están de acuerdo, sólo Berni se anima a decirlo y a actuar en consecuencia: «Actuamos rápidamente con Gendarmería y Policía Federal para que sea un día normal. No se puede reclamar por 100 trabajadores y avasallar a cientos de ciudadanos».
Frente a la acusación de la promesa no cumplida de «no reprimir la protesta social» Berni responde con claridad: «esta protesta no es social, es política», zafando así con la letra chica del contrato. Pero su respuesta no es una simple salida por la tangente, no se trata de otra mera calumnia al estilo de «Son tan cobardes que ponen a las mujeres en las primeras líneas, son maniobras habituales de estos grupos de izquierda»; cuando este miserable lanza expresiones destinadas a deslegitimar los reclamos de los explotados no es inocente. Al decir que las protestas son obra de «inadaptados de los partidos de izquierda, con una clara intencionalidad de generar disturbios y caos» está repitiendo la máxima leninista de que los trabajadores no pueden llegar a revelarse por sus propios deseos y necesidades, sino gracias a una conciencia aportada desde afuera por la intelligentsia, los intelectuales del Partido. «Las historia de todos los países atestigua que, por sus solas fuerzas, la clase obrera solo puede llegar a tener una consciencia tradeunionista (sindicalista). En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras.» (Lenin, ¿Qué Hacer?). Menospreciando la lucha de los explotados, nos dice que salimos a protestar porque nos «lavan el cerebro unos zurdos». Y para colmo de males, encuadra de antemano —como quien tiene la ley y el arma a su favor— el terreno de la confrontación: «es política». Si es política sólo queda emplear el lenguaje del Estado: el de las súplicas y los derechos y deberes, el de la violencia monopolizada.
Tampoco las actuales protestas de los trabajadores sobrepasaron estas limitaciones. La ideología dominante, lamentablemente y como no puede ser de otra manera, continúa siendo la de la clase dominante. Pero las propias contradicciones hacen estallar por los aires las concepciones que hasta el momento del estallido parecían inmutable. Porque los explotados y oprimidos no tenemos los mismos intereses que los patrones y gobernantes, porque si luchamos en su terreno estamos perdidos y si hablamos el lenguaje del amo no podremos esperar nada más que el mantenimiento de lo existente. Berni es una persona despreciable, por sobre la medida de lo repugnante de todo gobernante, pero no es más que el portavoz de todo este entramado de normalidad que sostiene día a día a la sociedad capitalista.
Ese mismo martes en Buenos Aires, en plena fiebre mundialera, la policía federal reprimió la manifestación concentrada en la “Casa de Córdoba” dejando un saldo de 12 detenidos. (Ver: Córdoba: transgénicos y represión, en la Oveja Negra Nro. 18)
El 7 de julio, mientras muchos festejaron y sufrieron el minuto a minuto por la posible victoria de esos nuevos ricos abanderados de la patria, la gendarmería —con Berni a la cabeza— reprimió la protesta de los trabajadores ferroviarios de EMFER S. A. (Emprendimientos Ferroviarios S. A.) y TATSA (Tecnología Avanzada en Transporte S. A.). Al día siguiente, la ofensiva estatal se dirigió contra los trabajadores de Lear Corporation (transnacional autopartista de la industria automotriz, planta Pacheco), quienes cortaban la Panamericana.
El secretario de Seguridad y verdugo del pueblo Sergio Berni fue capaz de dejar al descubierto la verdadera cara del Estado y la función social que está destinado a cumplir (para quien prefiere olvidarla, sea por conformismo o por el miserable anhelo de formar parte de él). En mayo de este año ya había advertido: «Qué tantas leyes e interpretaciones. El que corta la General Paz tiene que ir preso. No hace falta ninguna ley, lea la Constitución, el Código Penal. No hace falta ninguna ley antipiquetes.» ¡Es por esto que no le interesa la ley antipiquetes, no por “sensibilidad social”!
Así es como, mientras los kirchneristas se hacen los distraídos, la izquierda vuelve al enésimo lamento de que el gobierno «había prometido no reprimir la protesta social». A los ciudadanos mediocres, por su parte, y aunque no están del todo de acuerdo, tampoco les molesta tanto.
Mientras tanto en la galaxia peronista, Leonardo Grosso —legislador por el Frente para la Victoria y responsable nacional del Movimiento Evita— twitteaba furioso que «Berni debería explicar por qué hace todo lo contrario a lo que hacía Néstor. Es funcional a la oposición.», y con un poco de demagogia para la muchachada, citaba una canción del artista ricotero y oficialista. Al parecer, la intención sigue siendo construir el mito de que “Él” era el bueno y “Ella” la mala. Recordemos cómo algunos se atrevieron a hablar de un peronismo sin Perón y siguieron adulando a la difunta Evita por el sólo hecho de haber muerto primero y haberse ahorrado algunas manchas de sangre proletaria. Una vez más todo puede ser usado para defender al monstruo peronista que nunca, en su negra historia, tuvo nada que ver con los intereses del proletariado. Siempre en defensa del Estado, la propiedad privada y el trabajo asalariado. Siempre reprimiendo cuando fue necesario.
Si bien todos los politiqueros y empresarios están de acuerdo, sólo Berni se anima a decirlo y a actuar en consecuencia: «Actuamos rápidamente con Gendarmería y Policía Federal para que sea un día normal. No se puede reclamar por 100 trabajadores y avasallar a cientos de ciudadanos».
Frente a la acusación de la promesa no cumplida de «no reprimir la protesta social» Berni responde con claridad: «esta protesta no es social, es política», zafando así con la letra chica del contrato. Pero su respuesta no es una simple salida por la tangente, no se trata de otra mera calumnia al estilo de «Son tan cobardes que ponen a las mujeres en las primeras líneas, son maniobras habituales de estos grupos de izquierda»; cuando este miserable lanza expresiones destinadas a deslegitimar los reclamos de los explotados no es inocente. Al decir que las protestas son obra de «inadaptados de los partidos de izquierda, con una clara intencionalidad de generar disturbios y caos» está repitiendo la máxima leninista de que los trabajadores no pueden llegar a revelarse por sus propios deseos y necesidades, sino gracias a una conciencia aportada desde afuera por la intelligentsia, los intelectuales del Partido. «Las historia de todos los países atestigua que, por sus solas fuerzas, la clase obrera solo puede llegar a tener una consciencia tradeunionista (sindicalista). En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras.» (Lenin, ¿Qué Hacer?). Menospreciando la lucha de los explotados, nos dice que salimos a protestar porque nos «lavan el cerebro unos zurdos». Y para colmo de males, encuadra de antemano —como quien tiene la ley y el arma a su favor— el terreno de la confrontación: «es política». Si es política sólo queda emplear el lenguaje del Estado: el de las súplicas y los derechos y deberes, el de la violencia monopolizada.
Tampoco las actuales protestas de los trabajadores sobrepasaron estas limitaciones. La ideología dominante, lamentablemente y como no puede ser de otra manera, continúa siendo la de la clase dominante. Pero las propias contradicciones hacen estallar por los aires las concepciones que hasta el momento del estallido parecían inmutable. Porque los explotados y oprimidos no tenemos los mismos intereses que los patrones y gobernantes, porque si luchamos en su terreno estamos perdidos y si hablamos el lenguaje del amo no podremos esperar nada más que el mantenimiento de lo existente. Berni es una persona despreciable, por sobre la medida de lo repugnante de todo gobernante, pero no es más que el portavoz de todo este entramado de normalidad que sostiene día a día a la sociedad capitalista.